El Plan Nacional de Lectura nació en este país junto con la democracia. Creció al calor de aquella primavera de los 80, se fortaleció con una generación de autores y autoras que hoy son clásicos y que por entonces construyeron el incipiente campo "infantil y juvenil", se plantó como política de Estado, abrió las puertas de la escuela como espacio privilegiado para ese encuentro lector inclusivo. Fue una apuesta precisa y potente: construir lectores y lectoras significa contruir ciudadanía. Nada más, ni nada menos. Como recordó Natalia Porta López, flamante titular del Plan Nacional de Lecturas (ahora propuesto así, con s, y por tanto declaradamente abierto a la diversidad) fue en los 90 que esa acción de gobierno se suspendió. 

El más ambicioso retorno a esta idea de construcción se dio entre 2003 y 2015: incluyó la compra y distribución de 92 millones de libros, de todos los géneros y temáticas, en las escuelas públicas y en los espacios de formación docente argentinos, a través del Ministerio de Educación de la Nación, y desde 2008 abarcó un proyecto federal de formación literaria, con mediadores en todo el país. Aquellas compras llegaron a representar para el mercado local, en años como 2013, casi una vez y media (140 %) más del volumen de las ventas privadas, según datos del Obervatorio de la Industria Editorial. No spòlo 

Nuevamente, un cambio de gobierno determinó la paralización de este plan. Y un ministro de Educación se daba por entonces el lujo de decir que no era necesario enviar más libros a las escuelas, porque supuestamente "las cajas (de libros) quedaban sin abrir". Margaritas a los chanchos, explicaba la máxima autoridad de la cartera educativa. En la cáscara, eso sí, se declaraba que el plan seguía adelante; sin embargo fueron solo los libros de texto, y en mucha menor cantidad, los que siguieron siendo "útiles". 

Volver a hablar de la inclusión lectora, de la importancia de las lecturas literarias, de la necesidad de pensar esas lectura por fuera de lo espectacular, es volver a pensar en un rumbo de país. Y, también, volver a pensar en ciudadanos.