Es simplemente un beso entre dos mujeres, breve pero muy significativo, que sirve para sellar un año y una década LGBTIQ en el cine. El episodio IX como cierre esperado globalmente de la saga de Star Wars había prometido incorporar explícitamente la diversidad sexual a su universo central. Su director JJ Abrams ya lo había anunciado, así que para mucha gente había una doble espera: cómo iba a resolverse la larga saga y cómo iba a incorporar la representación LGBTQ+. “En el caso de la comunidad LGBTQ +, fue importante para mí que las personas que van a ver esta película sientan que están siendo representadas”, declaró Abrams. Y lo que prometió llegó en forma de beso intenso, celebratorio, entre dos mujeres anónimas que forman parte de la resistencia. Un beso en el mismísimo desenlace, en el festejo de la victoria, en los minutos finales de una saga de muchas horas, que arrancó en una galaxia muy, muy lejana allá por 1977. Y solo ese beso alcanzó para arrancar una polémica.

Antecedentes queer en las estrellas

Es importante aclarar que si bien es la primera representación explícita en una película del canon oficial de Star Wars, la diversidad sexual ya estuvo presente en distintas obras de la franquicia, por ejemplo en los libros y la animación. El personaje de Ackmena, cantante de la cantina de Mos Eisley, interpretada por la actriz Bea Arthur, ya fue presentada como lesbiana, con referencias a su esposa Sorschi, en un cuento de Chuck Wendig. Por otra parte, este mismo año, los productores Justin Ridge y Brandon Auman confirmaron que los alienígenas Orka y Flix, de la serie animada Star Wars Resistance, son una pareja gay, aunque no son personajes humanoides. En las películas laterales del universo Star Wars también se hicieron una serie de lecturas LGBTIQ+, como que Lando Calrissian fuese pansexual en la interpretación de Donald Glover para Solo (2018); o pensar como homoerótica la relación del dúo de Baze Malbus y Chirrut Îmwe en Rogue One (2016). Igual, ninguna de estas últimas era muy explícita como para tomarla como una presencia cinematográfica realmente rupturista de la heterosexualidad obligatoria en los alrededores de la saga. El universo LGBTIQ+ parecía no pertenecer a esa vasta galaxia que tiene fans alrededor del mundo hasta que un beso quebró la historia.

El beso de la discordia

La mayoría de fans esperaba que lo que había prometido Abrams se materializara en la salida del closet de Poe y Finn, la pareja coprotagonista de los últimos episodios de la saga, pilotos del Halcón Milenario, icónica nave espacial desde los inicios de Star Wars. Esa fue la primera decepción que se manifestó a través de las redes; la otra queja, que desató la verdadera polémica, es que la promesa se cumplió en un beso anónimo, de dos mujeres que apenas se ven durante el último episodio, y que no tienen un nombre o un peso heróico para fans de la saga. Incluso se habla de un beso decorativo, que deja al descubierto la falta de compromiso real con la comunidad LGBTIQ+. Pero hay que tener una mirada simplista para pensar que El ascenso de Skywalker, el episodio final de la saga, es solamente un beso, porque es también la llegada de una aventura que atraviesa el espacio, abriendo una dimensión más ambigua, más espectral, más comunitaria, más monstruo.

Princesa y Rey

A partir del episodio VII todo era futuro. Los tres episodios anteriores habían demarcado el pasado de la trilogía original, ahora solo quedaba lanzar una nave al espacio de lo que vendrá. La saga de la exploración de lo porvenir comenzó con un personaje que va a guiar nuevas aventura, una cartonera galáctica llamada Rey (Daisy Ridley), quien recolecta chatarra para revender. Con ella como protagonista, el futuro era mujer. Y así fue que con el desarrollo de la historia, los líderes de las saga original fueron eliminados, Han Solo y Luke Skywalker no llegaron con vida al último episodio: solo sobrevivió la princesa Leia Organa (aunque solo en la ficción, porque en la realidad, la actriz Carrie Fisher haya muerto en 2016). El cine otra vez le hace una zancada a la muerte y Leia llega como única líder en pie de la Resistencia al episodio IX, convirtiendo al desenlace en un matriarcado galáctico. Así comienza esta nueva aventura, Leia entrena a Rey para ser una Jedi, la guerrera heredera de toda la heroicidad de la saga. Esa nueva dimensión ideológica es suficiente para que el beso entre dos mujeres del final no sea solamente un gesto sino que esté contenido por, y sea producto de, las dos verdaderas protagonistas que dominan la película. Pero esa herencia de Rey no es la de la heterosexualidad obligatoria, porque ella no tiene ninguna trama amorosa hétero que le interese, no hay redención por medio de ningún amor, es una guerrera con cierta frialdad. Sí tiene un poder, un súperpoder, que pocos personajes tienen en la trama galáctica, y una de sus primeras demostraciones es usada para curar a una serpiente gigante, que se presentaba como amenaza subterránea, pero que ella encuentra la razón de su ira, su herida, y la sana con una caricia. Valiente, Rey entiende el dolor del monstruo, se acerca y cierra su herida. Si en la saga la interacción entre humanos, driods y otras criaturas es esencial, aquí se vuelve más profunda y cariñosa. Esa escena marca ese pulso que también es parte de la mirada de la película. Al final también hay besos y abrazos interespecies entre humanos y criaturas monstruosas, porque el lésbico no es el único beso diverso, porque la saga termina más queer, más liberadora. Pero hay otro beso en la película, un beso fatal, que sella otra victoria unos minutos antes. En una ardua escena entre la vida y la muerte, Rey pelea con Kylo Ren (Adam Driver), para destruir al villano resucitado Palpatine. Sin revelar lo innecesario, se puede decir que esa batalla termina en la escena más carnal, más erótica en un sentido lúgubre, casi necrófilo, entre Ren y Rey, con un eco claro al final de Romeo y Julieta, con un beso de la muerte entre un hombre y una mujer. Es como el fin del deseo hétero obligatorio de las tramas del cine mainstream, de la línea romántica hétero impuesta en todas las películas.

Lejos de un abrazo de pareja romántica, en el final Rey termina apretada con Finn y Poe, otra prueba de que la idea monolítica de pareja es desbancada tanto como las identidades heteronormativas. El único personaje que muestra su deseo heterosexual es Poe, y en la escena anterior, cuando quiere abrazar y besar a la guerrera que desea, es rechazado. Pero eso no le impide encontrar otro abrazo, más queer, en sus dos compañeres de aventura. Porque el deseo es eso mismo, una aventura que no se clausura en ninguna orientación. Si se mira bien, en el plano final de la celebración se encuadra a la pareja lesbiana tomada de la mano al costado de les tres protagonistas fundidos en un mismo abrazo, no hay mayor victoria que ese punto de llegada, y no es un detalle menor que sean ambas relaciones interraciales. No es solo un beso, es un deseo que tiene la fuerza de una historia.

Fin de una época

Puede que también ese beso lésbico venga a darnos mayores esperanzas de un cine feminista lanzado a lo queer con mayor sensibilidad guerrera. En un año que La favorita y su triángulo de mujeres como drama y comedia palaciega fue nominada a diez Oscars y solo ganó uno, también parece una linda venganza. O en un año en que La noche de las nerds de Olivia Wilde se planteó como una amenaza lésbica desde el cine independiente al cine mainstream, pero no alcanzó para triunfar en la taquilla en EE.UU. y en Argentina tuvo una circulación limitada; y además fueron inicialmente censuradas las escenas lésbicas en la versión de Delta Air Lines, aunque después se arrepintieron por la presión de su directora. Ahora la gran noticia es que el beso lésbico del final de Star Wars no fue censurado en China, donde el año pasado condenaron a diez años de prisión al autor de una novela homoerótica. Tal vez esta información nos señala un futuro global con menos censuras y más besos. Esperemos que sea así o, al menos, que la fuerza nos acompañe.