“La idea que me gustaría que quedara es que es un libro para leer por cualquiera, no sólo por quienes quieren hacer ciencia, son historias de vida inspiradoras que dicen que lo importante es atreverse”. La definición de Nora Bär sobre Rebelión en el laboratorio. Vidas de mujeres científicas refleja perfectamente su espíritu. La periodista especializada en ciencia entrevistó a diez investigadoras sobresalientes tanto a nivel nacional como internacional, todas referentes en su campo de estudio, desde la matemática y la bioquímica hasta la arqueología o la astronomía. “Es clave no considerarse menos porque uno no pertenece a un género o medio social, muchas de estas investigadoras no venían de entornos especialmente estimulantes para desarrollarse científicamente pero lo hicieron porque tuvieron ese poquitito de audacia”.

El libro, cuenta Bär a Página/12 surgió a instancias de una editora del Grupo Planeta, que lo publicó. “A lo largo de los años conocí a muchísimas mujeres científicas entrevistándolas como cualquier periodista, y a muchas las vi muchas veces en estos años de trabajo, viéndolas progresar en sus carreras”, cuenta. “Hay un montón de libros sobre mujeres científicas de la antigüedad, las pioneras, las heroínas de la ciencia que se las arreglaron para trabajar en épocas donde ni siquiera eran admitidas en universidades, pero me pareció interesante contar las historias de carne y hueso con problemas quizás no tan heroicos, pero sí muy concretos, de hoy”.

Las objeciones familiares, la caída de papers y artículos publicados inmediatamente después de la maternidad, discriminaciones sutiles y no tanto, el “techo de cristal” y hasta el síndrome del impostor son experiencias familiares a las entrevistadas del libro y a cantidad de otras investigadoras. “Ahora parece que todos estamos deconstruidos pero la verdad es que en este ambiente, como en todos, donde uno supone que ya se superaron ciertos estereotipos, esos problemas existen”, señala Bär. Las entrevistadas, prácticamente todas de las llamadas “ciencias duras”, son parte de una generación que rompió el molde en la Argentina en un ambiente y época poco receptivos a las mujeres. “Fue un ambiente hostil por ese estereotipo de que las mujeres son emocionales y entonces sirven para los chicos y el cuidado, pero no para el pensamiento abstracto como la matetmática o la física”, explica la periodista. “Ellas forman parte de la generación que empezó a romper ese techo de cristal, todas son o fueron directoras de institutos, lugares importantes en el país o en el plano internacional, pero empezaron a hacer ciencia cuando era difícil para las mujeres abrirse camino”. Y si hay una diferencia en cómo mujeres y hombres hacen ciencia, consideran algunas de las entrevistadas en el libro, se debe a que a ellas se les exige el triple y se desconfía de sus trabajos.

“Un dato interesante es que cuando les preguntás si sufrieron discriminación por ser mujeres, la mayoría tiene que pensarlo dos veces –señala Bär-, porque son científicas exitosas, pero al repensarlo aparecen esas barreras invisibles o no explícitas”. Alicia Dickenstein, que llegó a vicepresidenta de la Unión Matemática Internacional, cuenta que le pidieron una revisión sobre un libro de matemática para niños. El problema saltaba a la vista: todos los personajes en el ejemplo eran varones. Hasta que descubrió que ella había escrito el libro 25 años atrás. “Ellas mismas fueron haciéndose conscientes de esta discriminación o el papel más difícil que tiene y tuvo la mujer en la ciencia a lo largo de los años”.

“Hoy hay una red de género en ciencia y tecnología y eso hace que muchas investigadores se den cuenta de todas esas trabas que aún existen, que a veces incluso las mujeres llevan en sí mismas, como el síndrome del impostor”, agrega la periodista.

Otro elemento importante para el libro fue desarmar el estereotipo de científico de guardapolvo blanco encerrado en el laboratorio. Así aparece la historia de alta montaña de la antropóloga y arqueóloga Constanza Ceruti, o infancias bien alejadas del estereotipo, como la viróloga Andrea Gamarnik que quería ser futbolista y es una apasionada del cine, o como Verónica Becher que de adolescente era súper enamoradiza, o la física Karen Hallberg que practica varios deportes y además es cellista autodidacta. “Esto no coincide con esa imagen prefabricada que muchas veces disuade a las chicas de dedicarse a la ciencia, donde pareciera que uno tiene que ser un superdotado”, plantea Bär. “Muchas veces los chicos y chiccas no se atreven a una carrera científica pensando que no están a la altura de los grandes genios que uno luego ve en los libros de historia, pero la ciencia avanza porque se para en los hombros de otros, porque algunos hacen grandes hazañas y otros ponen ladrillitos más pequeños, pero también indispensables”. Bär pone el caso de la matemática Becher, que siempre se sintió “tonta”, pese a aprobar con excelentes notas los ingresos a cualquier institución a la que aspirara. “Hasta que llegó a la facultad y le encantó porque todos se sentían un poco tontos: frente a un gran problema científico todos nos sentimos un poco tontos porque no es fácil resolverlo, exige esfuerzo y concentración, todas esas historias de genios y Einstein como si le hubieran brotado las soluciones a los problemas, eso no es así, eso me parece tremendamente inspirador”.