Si alguien nos hubiera sacado una foto, seguramente nuestro rostro parecería el de pibes que aún creen en los Reyes Magos en la mañana del 6 de enero. Fernando Poroto D’Addario –el lector de este diario no necesita mayores referencias-, Augusto Costanzo –uno de los mejores ilustradores que dio este país en los últimos años- y yo, esperando en una fila cercana al escenario para saldar una de las pocas deudas que quedaban tras llenar varios casilleros de nuestra cultura rock. Rush en vivo. Rush en GEBA. Nos salíamos de la vaina.

En nuestra adolescencia, el de la banda que integraban Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart era un caso raro. Se los solía poner en la estantería del rock pesado, aunque lo suyo se alejaba un poco de los pilares que conformaron Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath. Había evidentes nexos con el rock progresivo, aunque tampoco podía pegárselos a Yes, Genesis, Emerson, Lake & Palmer o King Crimson. Rush era... Rush. Una banda que te podía clavar una larga suite en el lado 1 de 2112, pero también capaz de firmar un tema apropiado para las masas como “Tom Sawyer” o “The Spirit of Radio”.

Una banda de rockeros virtuosos: Lee y su envidiable bajo Rickenbaker, Lifeson y su estilo poco pirotécnico pero demencial... y la bestia detrás de la batería con mayor cantidad de cascos, platos y adminículos que pudiera encontrarse en el género. Neil Peart se sentaba en su banqueta pasando por un mínimo espacio entre toda la parafernalia, pero lo más loco era que, tarde o temprano, en algún momento, siempre terminaba tocándolo todo. Hay toda una biblioteca sobre la necesidad o no de los solos de batería, pero Neil provocaba tal asombro en su precisión, su sentido del ritmo, su musicalidad y solvencia que daba gusto verlo y escucharlo.

Para eso, durante mucho tiempo hubo que recurrir al audiovisual. After Eight, el boliche de Flores que pasaba videos en la era pre-MTV, pre- internet, pre-todo, a veces programaba cosas como Exit... Stage Left y en las mesas la monada rugía. No era para menos: allí aparece todo el Lado 1 de Moving Pictures, uno de los discos de Rush más gastados en la bandeja. Y Moving Pictures, al borde de los 30 años, sonó completo ese 15 de octubre de 2010. Y “2112”, y “La Villa Strangiato” y “Freewill” y “Closer to the heart” y ya eran los Reyes, Santa Claus, el Día del Niño y el Día de la Cabeza Estropeada por el Rock. Por supuesto, Neil Peart hizo su solo. Neil Peart nos voló la cabeza.

Augusto tuvo el regalo de poder encontrarse con Lifeson y Lee y entregarles una hermosa ilustración sobre Time Machine, el leit motiv de la gira. Peart no dejó el camarín más que para tocar, pero a Costanzo se le partía la cara de la sonrisa igual. Rush había tocado en Brasil en 2002 pero no había bajado a la Argentina: esto era la revancha esperada, para nosotros y para los miles que llenaron GEBA. Como comentamos entre risas, un público horrible, 98% masculino, barbado y feo, material de Parque Rivadavia un domingo a la mañana, capaz de discutir horas sobre en qué tema Geddy Lee tocaba con cuerdas entorchadas y en cuál con cuerdas lisas. Lo dicho: gente estropeada por el rock. Pero feliz.

Todo eso vuelve a la memoria en estas horas, ante la triste noticia de la muerte de Neil , que sufrió horribles tragedias –la muerte de su hija, poco después la muerte de su esposa- y volvió a levantarse y se refugió en la música y, aunque se lo elogiaba principalmente por su destreza con los palillos, siguió escribiendo letras de literaria profundidad. Como sucede con varios héroes de la adolescencia, es inevitable sentir que el que se fue es un amigo. Aunque estuviera a miles de kilómetros. Aunque, ante la posibilidad cercana de un encuentro inolvidable, no asomara la cabeza del camarín. Ciertos tipos no necesitan de la demagogia. Solo brillan. Y, de un modo deforme pero convincente, nos hacen brillar con ellos. Buen viaje, Neil.