La avenida Corrientes, hoy, tras un año y medio de afanosas “obras públicas”, ostenta en apenas seis de sus setenta cuadras canteros de cemento que la dividen en dos, con carriles exclusivos para el transporte público y otros para vehículos particulares, como parte de una anunciada “renovación” que transformó, desde abril de 2019, a una de esas mitades en peatonal habilitada desde las 19 hasta las 2 de la madrugada. La idea, parece, es fomentar las caminatas por nuestra famosa avenida devenida –una mitad de la misma– en vereda temporal para promover “la vida nocturna”, consistente en el ingreso a teatros, pizzerías y librerías (del cine ya no se habla, estando recluido en tiempos de consumo de series y películas al ámbito privado-doméstico, “personalizado”). Vale la pena preguntarse por estos “cambios” implementados por el gobierno de la Ciudad, cuán cualitativos (o no) son, y a qué intereses responden.

Por su parte, así como hay una política del espacio, fundada en lo estatal y los intereses “privados”, existe también una poética del espacio –no sólo la de Gaston Bachelard–, esencialmente desarrollada por artistas en el plano simbólico o en el terreno de la cultura. Lo que se ve y se hace, se desea e imagina, transportado al vasto territorio del lenguaje, desde la poética, la poesía y la ensoñación urbanas.

Hay, a este respecto, dos célebres casos de la literatura argentina referidos a la calle –nuestra actual avenida– Corrientes.

Uno, el 3 de febrero de 1929, en el diario El Mundo, un aguafuerte de Roberto Arlt titulado “Corrientes, por la noche”. Allí se lee su exaltada valoración. La llama “Calle única, calle absurda, calle linda. Calle para soñar, para perderse, para ir de allí a todos los éxitos y a todos los fracasos; calle de alegría”. El otro es cuando Leopoldo Marechal escribe no muchos años después su Historia de la calle Corrientes, publicada en 1936, el mismo año en que se realizaron las obras de ensanchamiento que la cambiaron de calle a avenida, y que se mantiene así desde entonces.

Con una historia de larga data, que comienza con los primeros años de vida de la ciudad –ya en el siglo XVII existía en mapas y trazados, y con diversas denominaciones: un camino polvoroso sin nombre primero, luego calle de San Nicolás, y más tarde Inchaurregui, hasta su actual nominación, en homenaje a la provincia–, la calle/avenida Corrientes fue creciendo y “modernizándose”, y ha tenido, en el pasado siglo, su abundante flora & fauna, como toda ciudad que se precie de sus “arterias” y concentraciones, cruces y ajetreos cotidianos. En la cultura, Barletta y el Teatro del pueblo, el Ópera y el Politeama, Gombrowicz, el Rex, el ajedrez y la famosa traducción de Ferdydurke, las librerías de viejo y más.

Arlt hablaba de “una humanidad única, cosmopolita y extraña”, y detallaba: “Vigilantes, canillitas, fiocas, actrices, porteros de teatros, mensajeros, revendedores, secretarios de compañías, cómicos, poetas, ladrones, hombres de negocios innombrables, autores, vagabundas, críticos teatrales, damas del medio mundo”. Marechal recuperaba aspectos de la historia de la calle: menciona a Sarmiento y la primera redacción de Caras y Caretas, y señala que, para las primeras décadas del siglo XX “la revista, importada de París y Norteamérica, ha ganado la calle Corrientes” –un espectáculo que todavía hoy existe–. Su público: “profesionales jóvenes, estudiantes, oficinistas y caballeros de edad madura”. Y agrega: “Pero el verdadero color de la gente se manifiesta en los cafés, donde el público es más actor que espectador. Los hay de muchas clases: los que se dedican a la música popular, verdaderas cátedras del tango, en que una multitud silenciosa y por demás reverente escucha las últimas novedades, aplaude el virtuosismo de los bandoneonistas y saborea los detalles de la instrumentación, cada vez más refinada”.

Tres décadas después Marechal escribía en un pequeño prólogo a la segunda edición del libro, publicado en 1967 como primer título de la colección “Letras argentinas” de la editorial Paidós, que dirigía Bernardo Verbitsky, el valor que había tenido aquella mítica esquina de Corrientes y Esmeralda, las reuniones literarias en bares y cafés. Recuerda que “Raúl Scalabrini Ortiz (que aún no pensaba en ferrocarriles argentinos) concebía su drama filosófico de un Hombre en soledad y esperanza”, y que “Macedonio Fernández descendía lentamente al sótano del Royal para despedir con un ‘brindis’ inextricable a tal o cual compañero que se nos iba a las Europas. O Xul Solar nos iniciaba en las etimologías entre angélicas y demoníacas de su ‘neoidioma’.” Por esa misma década, una poeta como Juana Bignozzi recorría y habitaba los bares de Corrientes como si fueran su segundo hogar. Para no hablar, algo más acá en el tiempo, de la estampa que podía brindar David Viñas en La Paz, pasando largas horas, a lo largo de varios lustros –por suerte, antes de que le pusieran un multikiosko “Open 25” a la fachada del café–, leyendo y subrayando el diario de quienes vociferaban y adoctrinaban desde el bando opuesto, La Nación.

Todo fluye, se transforma, hay pérdidas y ganancias; todo se agita y cambia constantemente en la esfera pública, su economía, sus sectores sociales, sus hábitos y costumbres, y no necesariamente para bien: gentrificación, precarización, surgimiento de periferia/s, etc.; y la ciudad rodeada de cámaras y toda clase de ojos computarizados y controles: geolocalización en tiempo real, GPS, software de “reconocimiento facial” incluidos, en aras de seguir y orientar, regular y controlar la vida de las grandes masas. ¿Hacemos la ciudad? ¿Cuánto, cómo? ¿O esta nos hace? Al respecto, podrían recordarse algunos conceptos del arquitecto, urbanista y singular escritor –teórico y crítico agitador– Rem Koolhaas, quien pasó de describir y denominar las transformaciones urbanas y de ambientes cerrados, tras el auge neoliberal de las últimas décadas, como “espacio genérico”, para evolucionar y terminar llamándolo, cruda y directamente, “espacio basura”. Lo estándar y homogéneo, funcional y utilitario –a la valorización capitalista–, para todo el mundo, convirtiéndose luego en construcciones desechables.

Ya entrados en el siglo XXI ¿qué circula, qué se sueña, anhela y –eventualmente– concreta, en la tan afamada avenida, día tras día? ¿Qué transformaciones edilicias y comerciales, sociales y culturales se han sucedido el último tiempo? Documentación, imágenes y registros seguramente no falten. ¿Quiénes harán sus “capturas”: quiénes cantarán, escribirán, retratarán y representarán la bullente vida de esta avenida, con todas sus miserias y esperanzas?