En el universo literario de Mariana Enriquez “brillan” los niños y adolescentes. En Nuestra parte de noche (Anagrama), novela con la que ganó el premio Herralde, muchos lectores reconocerán entre los personajes a Adela, una de las niñas amiga de Gaspar, que apareció antes en uno de los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, el libro que recomendó Patti Smith en su cuenta de Instagram. “Adela es una nena que desaparece en una casa; entra a una casa y no sale. Esa parte de la novela tiene un poco de reescritura de It de Stephen King”, admitió la escritora durante una charla que formó parte de las actividades del programa de soci@s de Página/12 en la librería Caras y Caretas (Junín 365). “No quería una novela que dejara muchas cosas abiertas, con puntos suspensivos o para que imagine el lector. Estaba francamente aburrida de una literatura muy tímida, muy minimalista, que cuenta poco. Creo que hay una lección de taller malentendida", advirtió Enriquez. "Para tratar de evitar la retórica te dicen: ‘mostrá, no cuentes’. ¿Desde cuándo es un mandamiento? Es absurdo que sea un mandamiento. Hay cuentos que ocultan tanto, que son teoría del iceberg, que no entiendo lo que está pasando”.

Esa manera de escribir minimalista no sólo se puso de moda en Argentina. Como explicó la escritora y periodista, editora del suplemento Radar de Página/12, tiene que ver con una lectura “muy particular” de Raymond Carver, que leído en inglés no es tan “seco” como en las traducciones. “La historia que contaba crecía, crecía y crecía; tenía flashbacks, iba al siglo XIX, y pensaba 'estoy escribiendo una locura'. No: estoy escribiendo un libro. No hay una receta para escribir un libro. Me daba cuenta de que tenía el policía del minimalismo en el hombro diciéndome: ‘resumí, editá, no te desbordes’. ¿Por qué no me tengo que desbordar?” 

La dictadura cívico-militar es un tema que se reitera en la narrativa de Enriquez. “Por cuándo nací y cómo viví mi infancia durante la dictadura, lo que hago con bastante facilidad es referirme a ese momento de diferentes maneras porque es una especie de trauma que tengo que trabajar –admitió la autora de Bajar es lo peor y Cómo desaparecer completamente-. Hay un montón de circunstancias en las que utilizo los huesos no para hablar de las fosas comunes sino de la anorexia. Hay un lenguaje siniestro que denota más de lo intencional”.

La escritora analizó el género de terror, que no suele ser considerado “serio” o prestigioso en la literatura. “Hay gente que lee El Señor de los anillos, Harry Potter, Crepúsculo, Juego de Tronos", enumeró algunas de las sagas más leídas. "El lector menos especializado está muchísimo más entrenado para una narración que en algún sentido para mí es más compleja. El lector de literatura está como esperando un tipo de libro que no puede mezclar cosas: si estás hablando de política, no podés estar hablando del multiverso. ¡Esta gente no ha leído a Philip K. Dick!; es gente que piensa que Blade Runner se trata de replicantes y Blade Runner se trata de trabajadores precarizados que son replicantes. Hay una cosa elitista en la literatura que a mí me revienta”.

El sentido del humor es una manera de apuntar al blanco de ese elitismo. “Cuando veo generaciones y generaciones de jóvenes lectores que se iniciaron leyendo Harry Potter, yo no puedo decir que ese no es un libro ‘serio’ y que de ahora en más tienen que pasar a la literatura ‘seria’. ¿Cuál sería la literatura ‘seria’? ¿Qué les van a leer a los pobres chicos ahora, las desgracias del Mío Cid? ¿Quién dice que esto es ‘serio’ o no es ‘serio’? Me parece muy sano cuestionar los lugares del poder en la literatura”, subrayó Enriquez.

En Nuestra parte de noche hay diferentes orfandades. “Mis padres no fueron asesinados, pero se pasaron toda mi adolescencia ignorándome por completo porque no tenían trabajo. El estrés económico produce orfandades que no son solamente las orfandades del terrorismo de Estado”, explicó la escritora que reconoció que la relación entre Juan y Gaspar, entre padre e hijo, la tuvo clara después de haber leído La carretera de Cormac McCarthy. “Ahí hay un padre que se está preguntado todo el tiempo ‘¿por qué estoy criando este hijo? ¿por qué continúo con la vida de este hijo?’ Creo que cada cinco páginas se plantea matarlo… Qué triste estar criando un hijo para la muerte”.

Enriquez utiliza muchas historias de la realidad porque “me gusta ficcionalizarlas y ver después cómo juegan”. En la novela hay también una “falsa crónica periodística” titulada El pozo de Zañartú, escrita por Olga Gallardo. “Ese pozo no existe; pero está contado como una crónica periodística clásica. No hay un dato real ahí y eso es todo a propósito", aclaró la escritora. "Es como una especie de fantasmagoría distorsionar lo que tiene que ver con los datos y la realidad dentro de una ficción en la cual parecen ficcionalizados. Y hacerlo al revés también. Creo que ser periodista me ayuda porque sé cómo es una escritura que semeja lo real, una forma de escribir que hace que el lector confíe en que eso es cierto. El periodismo es un estilo de verdad, por eso tan fácil hacerlo falso porque hay una manera de que algo parezca verosímil”.

El “maestro” Stephen King es una influencia fundamental para Enriquez. “Desde que King empezó a escribir terror con la realidad, todos empezaron a sacar el terror de los lugares arquetípicos para reconvertirlo en otra cosa. El resplandor es una novela en la que el origen del miedo es la violencia de los hombres. La violencia se perpetúa entre cuatro paredes, en lo doméstico, en la casa. Leer a King me enseñó que esto era posible. Creo que llama tanto la atención que yo lo haga porque la gente no leyó a King. La gente de la literatura, si leyera más a King, me diría: ‘loca, lo estás plagiando’…”