Los que amamos el cine nos vinculamos de distintos modos con él. Así se forman espectadores comunes, especializados, cinéfilos, cinépatas... y devotos, como en mi caso. Cine siempre igual a religión. Mi modo de rezar de chico era recordando escenas preferidas en la oscuridad hasta dormirme, o no. Cultivé admiración por varios maestros, me fanaticé con algunos, pero yo presentía que a mi religión le faltaba un dios. Se me apareció cuando descubrí a Federico Fellini (+1993), el genio que hoy cumpliría 100 años. Él me enseñó a levitar en la butaca, y a llorar y reír y soñar al mismo tiempo. Desde entonces somos inseparables. Fellini sabe que es mi dios pero tengo prohibido tratarlo así, por lo demás todo bien. Charlamos de las cosas del cine y del vivir, del ayer, el hoy y el mañana, cada día le renuevo mi fe. Son charlas en las que él me enseña y yo aprendo hasta donde puedo. Charlas íntimas, claro. Pero, la redondez de este centenario ameritaba una ¿primicia? O cómo llamar a la transcripción pública de lo que conversamos entrada la medianoche, cuando brindamos:

--Rimini, 20 de enero de 1920. Cien años es una cifra importante, ¿no, Fellini?

--Es sólo un siglo. Quedan tantos por delante todavía...

--Se impone un repaso de su filmografía para la ocasión.

--¿Quién lo impone? Ustedes los periodistas y esa necesidad de cronometrarlo todo. Yo no sé distinguir una película de otra; hablo de mis películas. Para mí siempre he rodado la misma. Se trata de imágenes y sólo imágenes, que he filmado con los mismos materiales, quizá de vez en cuando empujado por distintos puntos de vista.

--Yo puedo distinguirlas, por título y año. Las vi más de una vez a todas. La primera (Luces de variedades, 1950) la codirigió con Alberto Lattuada, ¿solo no se animaba?

--Quizá no. Giulieta (Masina, su virginal esposa) y yo nos entendíamos bien con Lattuada y su mujer, Carla del Poggio. Él quería formar su propia productora, y Giulietta y yo fuimos invitados a participar. Yo ya había escrito guiones para Lattuada, y como vio que mi contribución en Luces... sería mayor, me sugirió que figurara como correalizador. Fue realmente un gesto muy generoso de parte de un director con su reputación...

--¿Pero debe ser contabilizada como una película suya o de él?

--Lattuada la cuenta como suya, y yo como mía. Ambos tenemos razón. Y ambos estamos orgullosos de ella. Lo mejor fue haber sumado a Tulio Pinelli y Ennio Flaiano, con quienes mantuve una estrecha colaboración en tantos guiones subsiguientes.

--Dos años más tarde, El jeque blanco...

--¡Oh! Mi primera mañana de filmación, salí de casa al alba. Estábamos en verano pero yo me había vestido como director: jersey, botines, polainas, prismáticos ahumados colgados del cuello y un silbato como los árbitros de fútbol. Ese primer día de rodaje fue un fracaso total: no rodé ni siquiera una escena. Nada más difícil y desesperante que tener el equipo de filmación en una balsa en alta mar e intentar mantener enfocado el bote con los actores. El mar es un tapiz inmenso que se mueve sin cesar, pasa un instante y cuando colocas de nuevo el ojo en la cámara, en el objetivo no hay nada más, sólo el horizonte o el sol que te enceguece. Por entonces ignoraba que ese tapiz se podía reproducir y dominar fácilmente en el estudio 5 de Cinecittá.

--Los inútiles, 1952...

--I vitelloni... En todo caso, la inutilidad de aquellos muchachones que deambulaban en grupo como un banco de peces, que debían terminar de crecer y les costaba.

--Alberto Sordi, Leopoldo Trieste, Franco Interlenghi, su propio hermano Riccardo... ¿Buscó actores que coincidieran con aquellos personajes?

--Para mi modo de ver es el personaje quien debe coincidir con el actor. Siempre busqué caras que lo digan todo de por sí apenas aparecen en la pantalla. Es más, tiendo a subrayar sus características con el maquillaje, tal como ocurre con las máscaras en las que todo está en claro: comportamiento, destino, psicología. Cuando uno tiene la cara que le toca, no puede tener otra y todas las caras son siempre adecuadas, la vida no se equivoca.

--Al año siguiente, Una agencia matrimonial, uno de los seis episodios de Amor en la ciudad...

--Cesare Zavattini me ofreció dirigir una historia que tuviera carácter de reportaje, al estilo del cine norteamericano. Acepté participar en esa película de grupo con el espíritu polémico del estudiante que pretende burlarse socarronamente de su profesor. Porque I vitelloni había tenido mucho éxito, pero ya en ese tiempo la crítica de izquierda tomaba distancia. Se me acusaba de insistir demasiado en la poética de la memoria y de no haber sabido dar al film un sentido político claro...

--En 1954, La strada, con Giulietta y Anthony Quinn, el primero de sus cinco Oscar. Amada por el público de todos los tiempos, denostada por críticos marxistas y sacerdotes jesuitas ccuando se estrenó...

--¡Porque se sintieron ofendidos por ella! A Massimo Puccini, que me acusaba de individualismo, le expresé que con La strada había intentado abordar algo que muy precisamente un filósofo, Emmanuel Mounier, definió como el ensayo más importante y originario para abrirse a cualquier perspectiva social: la experiencia comunitaria entre un ser humano y otro. En ese caso, Gelsomina y Zampanó, dos almas tan opuestas. Nuestro mal de hombres modernos es la soledad, y esta comienza en lo más hondo, en las raíces del ser, y ninguna borrachera pública, ninguna sinfonía política puede presumir de extirparla tan fácilmente. El cambio hacia un socialismo justo, para que resulte convincente tiene que ser motivado y analizado como necesidad del corazón...

--El jesuita y publicista suizo Charles Reinert le pidió explicaciones sobre la concepción espiritual de su mundo cinematográfico, y usted le respondió parecido...

--Es que yo era el mismo ante los dos, como lo fui ante todos. Al jesuita le expliqué por qué no me sentía capaz de condenar a nadie, pero me gustaría poder ayudar a todos con el mundo de mis intuiciones y el don de mis experiencias. Le manifesté que mis películas no se basaban en la lógica de un guion, sino en una dimensión del amor; que no se perdían en la polémica que no admito, y tampoco se definían en un mensaje que no me siento capacitado de imponer a los demás. Pero no quiero ser moralista, no soy un autor de tipo “terapéutico”. Además encuentro que una película es más moral cuando no ofrece una solución concreta para el personaje cuya historia se está contando. Eso lo decide cada espectador, es responsabilidad de ellos...

--¡Uy Fellini, no me mate por mi falta de rigor periodístico!... ¡Nos quedan 19 películas, hablar de sus inicios como caricaturista, de Rossellini, Marcello Mastroiani, Nino Rota, Anita Ekberg... del adjetivo felliniano... tenemos que cortar esta conversación ya!

--¡Qué extraño! ¿Y por qué?

-Bueno, porque usted es inmenso pero la contratapa admite un límite de caracteres, no podemos pasarnos...

--¿Qué son los caracteres?