A pocas horas de la denuncia efectuada en las redes por varias mujeres contra rugbiers del Club Universitario de la Plata por viralizar fotos y videos íntimos, un grupo de rugbiers de un club de Zárate mató a golpes a un joven de 19 años en medio de una pelea entre dos bandos rivales a la salida de un boliche en Villa Gessell. La fecha y la modalidad del triste suceso coinciden con la muerte de Ariel Malvino, acaecida en la madrugada del 19 de enero de 2006 a manos de tres rugbiers correntinos en medio de un enfrentamiento callejero del que Ariel –en ese entonces de 21 años- ni siquiera participaba (vale destacar que, a catorce años de aquel crimen, la indolente justicia brasileña y la relación con el poder provincial del que gozan los asesinos han impedido la condena correspondiente). Ambas noticias podrían formar parte de la larga serie de episodios relacionados con la violencia que desde hace años caracteriza el tiempo libre en nuestra comunidad. Pero no se trata sólo de eso. La participación de jóvenes rugbiers aporta un tinte particular a la ya de por sí tristísima escena. En efecto, ya son muchos los casos en que noveles y/o adultos practicantes de este deporte se ven involucrados en deleznables episodios de violencia en cuyo saldo concurren el descontrol en el uso de la fuerza y un absoluto desprecio por el semejante. Para mencionar tan solo algunos ejemplos: en diciembre de 2016 un jugador de La Plata Rugby Club propinó durante una fiesta un trompazo a una inspectora municipal que terminó en el piso con la muñeca quebrada . En ese entonces el episodio puso en cuestión un polémico comunicado de la Unión Argentina de Rugby emitido en octubre de 2016 tras una brutal y cobarde paliza que un grupo de rugbiers adolescentes del club San Fernando había efectuado sobre un joven que terminó en terapia intensiva. Según la institución que rige la práctica de ese deporte en el país: “Que sean o no jugadores de rugby los involucrados en cualquier hecho repudiable eso debería ser algo anecdótico, no central. Las verdaderas causas tienen que ver con la carencia de valores en general y de los niveles de educación de un tiempo a esta parte. La educación de nuestros jugadores viene de su entorno familiar primero y de las escuelas después”. Como si fuera necesario demostrar que la raíz de toda violencia es simbólica, esta declaración de la UAR no hace más que poner en acto la misma miseria que su comunicado denuncia, a saber: la falta de compromiso que distingue a la función de la autoridad en todos sus estamentos y metáforas: familia; escuela, instituciones y su ruta, eso que los psicoanalistas denominamos el desfallecimiento de la función paterna (desde ya , más allá del género de quien cumpla tal función). El incalificable empellón con que –en septiembre de 2016- un jugador del Club San Cirano estrelló contra el piso a un indigente con el solo fin de divertir a sus amigos así lo demuestra. Lejos de tratarse de cuestiones anecdóticas, como dice la UAR, se trata de que el imperativo de satisfacción inmediata que distingue a la época que nos toca vivir se impone sobre cuerpos muy robustos, urgidos por la irrupción pulsional propia de la adolescencia, luego: la violencia (incluida la de género). La actividad lúdica constituye uno de los más genuinos y dignos recursos para que los impulsos primarios se encaucen por carriles civilizados: eso que Freud denominó sublimación. Hasta hace un tiempo el rugby se destacaba por dejar en la cancha la violencia que no conviene aplicar en sus alrededores. Sin embargo, todo indica que el culto a la amistad y el respeto al árbitro ya no bastan para contener los impulsos de jóvenes muy fornidos, pero con escasos recursos para tramitar las insensatas demandas y provocaciones del entorno. Mejor que mirar hacia otro lado o descargar responsabilidades en otras instituciones, ya sería tiempo de que los responsables del rugby tomen nota de las presiones que sus practicantes experimentan no bien la adolescencia asoma con sus irrefrenables ímpetus. Por ejemplo: charlas y cursos sobre prevención contra todo tipo de violencia (o sea: violencia de género incluida) para jugadores y dirigentes, junto con la más calificada formación para los entrenadores de adolescentes deben ser tan, o más importantes, que practicar un scrum o una formación móvil. De hecho, tras lamentar el ominoso episodio, en estas horas la UAR ha prometido iniciar “un programa de concientización”. Más vale tarde que nunca. 

* Psicoanalista. Ex jugador de primera división de rugby