A pesar de haber sido concejal, diputada provincial y nacional y ahora ministra, Bielsa prefiere que la llamen arquitecta. “Me gusta más”, asegura y agrega: “Nunca pensé que iba a ser otra cosa, aunque tampoco pensé en ser arquitecta. Fue algo natural y la verdad es que es una elección que me ha hecho feliz”.

–¿Cómo se conjugan arquitectura y política?

–Es una relación muy rara. En general a mí me dicen licenciada, doctora o contadora. Los rubros que aplican a la política tienen que ver con otras profesiones. A veces, para jerarquizarme, me dicen ingeniería. Pero es la arquitectura la que le da sentido a lo que significa la vivienda en miras al desafío que vamos a abordar. El derecho al hábitat lo concebimos como un derecho constitucional, pero lo tenemos que incorporar como un derecho humano.

–¿Cómo se define políticamente?

–Me siento peronista y arquitecta por vocación social. La última política de vivienda que uno todavía reconoce son las del primer y segundo peronismo. Si pasás por el Hogar Escuela de Granadero Baigorria, se pueden ver todos los dispositivos del Estado puestos en funcionamiento: un lugar donde los chicos podían alojarse, los padres llevar a sus hijos a los maravillosos hospitales de Carrillo, que creo que como arquitectos no los hemos superado en diseño. Cuando uno ve eso y lee “Conducción Política”, percibe el pensamiento de un adelantado.

–¿Sigue siendo docente en la Universidad Nacional de Rosario?

–Hasta ahora sí, pero voy a dejar de serlo a partir de febrero. Yo nunca tuve funciones ejecutivas permanentes, por eso de alguna forma siempre volví a la Universidad. Y eso ayuda mucho. La vida civil te permite atravesar los mismos lugares por los que pasan todos los humanos y eso genera una sensación de humanidad que a veces cuando uno está las 24 horas pensando en políticas en un ministerio se aleja de los temas cotidianos.

–No es una enamorada del poder, entonces.

–No, yo no. Y lo digo con cierto pudor, porque suena como una demanda. Soy una persona bastante despojada de las cosas en general. Cuando tengo un imperativo, si me conmueve y me convoca, me gusta ir hacia ahí. Y también será porque me gustan mucho la arquitectura y la docencia, que puedo ir y venir sin ningún trauma.

–Se la caracteriza como una dirigente política que no se ata a las estructuras partidarias. ¿Es cierto?

–En realidad siempre siento que no estoy absolutamente ligada a esta vocación de poder, que a lo mejor puede ser visto como un disvalor. No lo pongo ni como un valor ni como un disvalor. Tiene que ver con un rasgo de personalidad. Me parece que en ese sentido, no he sido todo lo orgánica que alguien puede pensar que debe ser una dirigente. Pero creo que puedo cumplir un rol en transmitir una forma de hacer política que no está pegada siempre a un lugar público.