“Levantá un poco el vestido y dejame ver las piernas. Un poco más. Más arriba”. Las palabras de Roger Aisles, reconstruido con las herramientas de la ficción cinematográfica (John Lithgow bajo densas capas de maquillaje e injertos prostéticos varios, más un exceso de quilogramos de guardarropía), resuenan en la enorme habitación, cerrada a cualquier mirada ajena. Es la oficina del jefe, la cueva del Dios de las Noticias, el bulín del CEO millonario. La sala tiene ascensor privado y una secretaria siempre al pie del cañón, sabedora de que no debe haber ningún tipo de interrupciones durante esas “sesiones de casting”. “Una vueltita. Dejame ver las piernas. Este es un medio visual”, continúa el mandamás de la cadena de noticias Fox y señales subsidiarias, todavía en control del poder absoluto. La escena transcurre poco antes de su caída en desgracia, cuando las denuncias por acoso y abuso sexual en su contra comenzaron a llover sobre su imponente figura una tras otra, apenas un año antes del aún más estrepitoso caso Harvey Weinstein y el nacimiento oficial del movimiento #MeToo. En el fondo, El escándalo –la película del realizador Jay Roach que se conocerá en nuestro país el próximo jueves 20– no es otra cosa que un thriller corporativo a la vieja usanza, pero en el cual el secreto que finalmente será revelado al mundo no se relaciona con espionajes de orden internacional o corrupciones de estado, sino con una estructura sexista y abusiva sostenida por el uso de los “favores” sexuales como prenda de cambio por puestos de trabajo y lugares de privilegio. También es un rotundo signo de los tiempos, un retrato ejemplificador de unión femenina en pos del derribo de un esquema patriarcal, una batalla épica en formato de biopic coral. La doble nominación a los premios Oscar para dos de sus protagonistas –Charlize Theron como la exitosa anchor woman Megyn Kelly; Margot Robbie como una joven productora recién llegada a la compañía– y el hecho de que la tercera pata actoral esté representada por Nicole Kidman garantizan una plataforma de entrada carismática y popular para enfrentarse a los pormenores de la historia y su desarrollo.

Charlize Theron

El hueso más duro de roer para un segmento importante de los espectadores –de todo el mundo pero, especialmente, de los estadounidenses– descansa en el hecho de que esas mujeres periodistas (conductoras de shows en horario central, editorialistas en temas políticos, celebridades) formaban parte indisoluble del ala más conservadora de los medios de comunicación del país, siempre inclinados hacia la derecha del escenario. La misma cadena que apoyó fuertemente la candidatura del actual POTUS. En las certeras palabras de la crítica cinematográfica Manohla Dargis en su reseña del film para The New York Times, “¿Cómo construir heroínas con personajes que una parte del público verá como profundamente ‘comprometidas’, cuando no directamente en el rol de villanas? La historia, al fin y al cabo, es sobre un grupo de empleadas de una compañía que, con sus sonrisas de hielo y ambiciones de hierro, trabajaron para una fuerza política conservadora que institucionalizó el acoso hacia las mujeres”. El tiempo en el cual transcurre la acción –basada en hechos reales, pero con más de una licencia dramática, incluida la creación de personajes ficticios– no es cualquiera: el ovillo se desenreda a partir de las consecuencias del debate público de los candidatos presidenciales, antes de las elecciones primarias de 2015. Kelly (Theron, también escondida bajo una compleja máscara de maquillaje) le hace ciertas preguntas al candidato Trump que este considera inapropiadas. Es el comienzo de una delicada situación que implica un cambio radical en la escisión entre su vida pública y privada, coyuntura que también comienza a generar roces con la dirección de la cadena. Si embargo, será el cortocircuito entre Aisles y otra periodista estrella de la casa, Gretchen Carlson, el que pondrá en movimiento el eje central de la historia: el acoso sexual como procedimiento habitual y costumbre cotidiana, un mecanismo absolutamente normalizado del cual, sin embargo, nadie habla. Al menos en voz alta. La llegada de una nueva y joven productora al canal, Kayla Pospisil (Robbie) –personaje de ficción simbólico, suerte de composite de vidas e historias reales– le permite al guion, escrito por Charles Randolph (La gran apuesta, De amor y otras adicciones), describir en primera persona el camino de humillación y culpa que la escena descripta en el comienzo de esta nota encarna a la perfección. Escena bisagra en la cual Robbie vuelve a demostrar su talento para transmitir tanto con tan pocas palabras.

Margot Robbie

La bomba va a estallar

“No soy feminista, soy abogada”, le responde Megyn Kelly a su jefe máximo luego de una desavenencia por comentarios expresados al aire. Si bien hay mujeres con otro color de pelo e incluso distintos tonos de piel en el plantel periodístico de la compañía, es claro que la predilección por las rubias con ciertas características físicas –esbeltas, altas, de cabellos batidos con toneladas de spray, sexis pero formales– forma parte de la estrategia visual de la señal. Una estrategia de marketing. También de los gustos personales del jefe. Es entonces cuando el juego de palabras del título original de la película, Bombshell, se hace transparente. Hay una bomba que va a estallar, desde luego, cuando la primera denuncia ponga en alerta a Aisles y a sus abogados, pero el término también remite a ese viejo uso –hoy reemplazado por el más explícito y directo “sex symbol”– que las rubias de la Fox parecen encarnar de manera eficiente. Son conductoras serias, profesionales, destacadas en lo suyo pero también –a los ojos de la platea y puertas adentro– bombas de atracción sexual. Para el realizador Jay Roach, según declaraciones a la prensa durante el estreno del film en los Estados Unidos, eso traía aparejadas ciertas complejidades. “Siempre hay peligro cuando se está narrando una especie de fábula con moraleja, con un componente moral tan fuerte, porque se corre el riesgo de transformarlo en algo solemne y con un cartel de virtuosidad y rectitud a la vista. No creo que la mayoría de nosotros se comunique de esa manera. Normalmente hallamos un sentido del humor bastante negro. Una consciencia del absurdo, incluso de la locura que es esa situación a partir de la cual se desea contar una historia. La cadena Fox tiene zonas complejas muy interesantes sobre las cuales las mujeres con las cuales hablamos solían bromear. Incluso cuando detallaban situaciones muy serias ligadas a estos actos de depredación sexual. Es una estrategia para hacerle frente a todo eso. Ellas son muy conscientes de las ironías: que el sitio de trabajo es una organización periodística en la cual se les pedía que usaran polleras más cortas. Y enfrentaban toda esa locura con humor”.

Con el estreno y las nominaciones a los premios Globos de Oro y los Oscar obtenidas por el El escándalo, Jay Roach ha completado el círculo del prestigio que había iniciado hace dos años con Regreso con gloria, el film sobre Dalton Trumbo y la caza de brujas en el mundo del cine hollywoodense durante la década del 50. Es que el realizador, nacido en Albuquerque, Nuevo México, hace 62 años, parece haber querido sacudirse de encima sus orígenes en la comedia popular, de manera similar al proceso de conversión de su compañero de ruta Adam McKay. Austin Powers y sus dos secuelas, La familia de mi novia y su continuación Los Fockers forman parte indisoluble de su C.V., pero ese origen en el cine “ligero” (ese gran equívoco que recorre la historia del cine: la comedia es inferior al drama) parece estar ahora sepultado por el volantazo hacia regiones más “serias” de la producción cinematográfica. Zona que ya había investigado en dos telefilms para la cadena HBO: Game Change (2012), sobre el imparable ascenso de la gobernadora Sarah Palin en el tablero republicano, y Recount (2008), que detallaba en formato ficcional el recuento de votos en el estado de Florida luego de las elecciones del año 2000, que terminarían llevando al poder a George W. Bush. Lo que resulta indudable es su interés por los tejes y manejes de la política. En Locos por los votos (2012) Roach enfrentaba en pantalla a dos candidatos de esa misma fuerza política, uno de ellos de probada eficacia con los votantes y varios cadáveres en el placar (Will Ferrell). El otro, un advenedizo de dudosa inteligencia (Zach Galifianakis) puesto a dedo por una corporación multimillonaria. Claro que las risotadas de aquella comedia jugada al esperpento fueron gestadas y paridas en una era previa al martes 8 de noviembre de 2016, antes de que ese nuevo jugador en la política, de rostro anaranjado y cabellos rubios, llegara al Salón Oval de la Casa Blanca. “En la comedia, el tono lo es todo”, declaró Roach hace varios años. “En la comedia uno no intenta ser educado, debe tener cierto filo. Si cruzás una línea a partir de la cual no te importa lo que piense la audiencia, pues, bueno, simplemente no te importa. El público puede discernir cuando están hablando de manera despectiva o se están riendo de ellos. Y eso es algo inseparable del tono”.

Nicole Kidman

El silencio y el murmullo

 

Con una voz perfectamente impostada, grave y televisiva, Kelly/Theron presenta toda la historia en primera persona, caminando por los pasillos y oficinas de Fox News con un evidente dejo de ironía, hablándole directamente al espectador a través de la mirada a cámara. Un recurso que El escándalo abandonará en gran medida hasta que, a mitad de camino, cuando el silencio se ha convertido en murmullo y este en estrépito, una serie de fotografías de las víctimas reales de Aisles ocupa la pantalla, sus voces reconstruidas por actrices. “Hablamos mucho acerca del tono y de cómo el hecho de romper la cuarta pared afectaba ese tono”, comentó Roach en una entrevista con el blog especializado /Film. “Un impacto fundamental a la hora de entender cómo el público experimenta la película. En el guion había un poco más de eso, pero una vez que vimos las performances de estas increíbles actrices sentimos que la historia debía ser contada a partir de esas actuaciones. Las dificultades de la situación comenzaron a tener más importancia que la necesidad de educar o transmitir un mensaje. La historia en sí misma es convincente y confiamos en ella más que en los temas o la moral”. Hay una escena en concreto –utilizada ampliamente en los avances publicitarios– que parece ejemplificar el concepto central de Bombshell. Las tres protagonistas ingresan a un mismo ascensor; cada una de ellas se dirige a distintos lugares y sus cabezas están ocupadas en cosas diferentes. Sin embargo, algo las une: esa oficina en el segundo piso y su ocupante, el hombre que “las puso” en el lugar que ocupan o están a punto de ocupar. Las tres se miran, más de una vez, pero no dicen nada. Parecen querer hacerlo, pero algo se los impide: el estatus, la carrera, la vergüenza, el miedo a perderlo todo y/o a la incomprensión. Más tarde, cuando Kelly observa a Kayla ingresar a la oficina del piso 2, los recuerdos comenzarán a darle vueltas en la cabeza. Irónicamente, es el despecho de Gretchen el catalizador de la primera denuncia, la chispa de ignición que comenzará a horadar esa cubierta invisible que todo lo oculta para seguir manteniendo el maldito statu quo. En la vida real, Roger Aisles fue obligado a dejar su puesto en Fox News, no sin recibir a cambio un estupendo resarcimiento económico. No llegaría a disfrutarlo: moriría pocos meses después, en mayo de 2017. Mientras tanto, en la pantalla, luego de que Gretchen Carlson se anima a conducir su programa sin maquillaje durante la transmisión del Día Internacional de la Niña, el hombre todopoderoso le espetará en la cara que “nadie quiere ver a una mujer de mediana edad transitar en cámara su camino hacia la menopausia”. No podía anticipar que, en muy poco tiempo, todo se iba a caer.