Gran Rex, agosto de 2019. Hernán Coronel, de Mala Fama , sube al emblemático escenario de la calle Corrientes para cantar junto a La Delio Valdez el clásico orillero La marca de la gorra. El público, que vino a celebrar los diez años de la orquesta porteña , corea la canción de verso a verso y aplaude a Coronel con euforia y admiración. La Delio Valdez, devenida en cooperativa de trabajo, hizo un importante aporte para revitalizar la cumbia, construir una escena y unir mundos sonoros.

 

En la década que se fue, la cumbia –al menos en Argentina– salió definitivamente de la periferia y se corrió hacia el centro. ¿Cuál centro? El de la gran industria: festivales que marcan agenda, circuitos culturales legitimados y presencia en programaciones estatales. Y también llegó a ocupar espacios centrales en los medios de comunicación hegemónicos y no por motivos amarillistas, sino por relevancia artística. Los prejuicios que, por ejemplo, despertó a comienzos de siglo el fenómeno de la cumbia villera terminaron de derribarse en los últimos años.

Hubo, tal vez, una asimilación del género a la música popular y una reivindicación de sus figuras más relevantes. Artistas como Gilda o el cuartetero Rodrigo, incluso, llegaron a la pantalla grande convertides en mito. En paralelo, les artistas empezaron a disolver las fronteras entre los géneros y las tribus urbanas desaparecieron junto con el Fotolog. La rivalidad de antaño entre el rock y la cumbia quedó definitivamente enterrada. Para los rockeros, ya no es un gesto rupturista o transgresor meter una cumbia en su repertorio.

En medio de un Estadio Obras extasiado y ardiente, el mes pasado, los inclasificables Ca7riel y Paco Amoroso lanzaron de modo espontáneo unos versos de Qué calor, de Pibes Chorros, que cinco mil personas cantaron con la misma pasión que Ouke. En este sentido, se dio también un recambio generacional en el circuito musical: pibas y pibes –centennials, en su mayoría– desprovistos de prejuicios musicales y que no se sorprenden si su artista favorito pasa en un breve lapso de tiempo del trap al reggaetón o del soul a la bachata.

Pablo Lescano: ATR cumbia perro

Si bien su anuncio desató algo de revuelo en las redes sociales, la actuación de Damas Gratis en el Lollapalooza 2018 fue una de las más destacadas de esa edición. Transitaba la segunda jornada del festival, que tenía en su grilla a artistas como Liam Gallagher, The Killers, David Byrne y Red Hot Chili Peppers. Y a fuerza de su teclado keytar, Pablo Lescano convirtió al Hipódromo de San Isidro en una bailanta a cielo abierto y hasta se tomó el atrevimiento de meter una versión de Quién se ha tomado todo el vino, el hit de la Mona Jiménez, quien terminó tocando en la edición 2019 del festival.

Como un genuino embajador del género, el músico de San Fernando también expandió la cumbia por Chile y México, una de las industrias musicales más potentes de Latinoamérica. Y amplió su universo de influencias: grabó con Andrés Calamaro, Vicentico y hasta tuvo su programa especial en el ciclo Encuentro en el estudio.

 

En 2010 nació en el corazón de Palermo la fiesta cumbiera La Mágica, una experiencia clave para entender el nuevo lugar que empezó a ocupar la cumbia. Si bien el género, que tiene muchas vertientes en el país, nunca dejó de bailarse en fiestas, boliches y celebraciones, lo que cambió fue su valoración, su modo de circulación y de escucha. Esta fiesta nació con la premisa de darle lugar a la “cumbia de autor”: una curaduría basada en cumbias de todos los tiempos y estilos, pero esquivando la de moda o “comercial”.

Con sede en Groove y Palermo Club, La Mágica afianzó la convivencia entre las cumbias de todos los puntos geográficos, líneas estéticas y sectores sociales: la cumbia santafesina (Los Palmeras , Los del Fuego), la villera (Meta Guacha, Pibes Chorros, Flor de Piedra, Damas Gratis), la tradicional (Amar Azul, Tambó Tambó, Mario Luis, Jimmy y su Combo Negro, La Nueva Luna) y la porteña (La Delio Valdez, Sudor Marika, Kumbia Queers) se abrazaron, se retroalimentaron y enlazaron sus públicos. Un terreno, también, que propició el resurgimiento de Mala Fama y el crecimiento de su líder, Hernán Coronel, un personaje clave para entender la cumbia argentina de este siglo. La Ciudad Cultural Konex, Niceto Club y el Club Cultural Matienzo también abrieron sus puertas en los últimos años a las fiestas cumbieras.

 

En cuanto a Los Palmeras, además, su actuación en la final de la Copa Sudamericana disputada entre Colón de Santa Fe e Independiente del Valle, de Ecuador, se convirtió en un fenómeno viral: Cacho Deicas y compañía se volvieron un extraño fenómeno pop gracias a sus interpretaciones del Bombón asesino y de Soy sabalero, la reversión futbolera de su hit El parrandero.

Y entre medio el Fifba, el recordado festival gratuito organizado por el Instituto de Cultura bonaerense entre 2009 y 2014, fue un gran espacio de reunión de artistas del género de todas las latitudes, desde la colombiana Totó La Momposina hasta los peruanos Los Mirlos, el mexicano Celso Piña o la argentina Orkesta Popular San Bomba. Una forma de institucionalizar el género, con un enfoque amplio y regional, desde el seno del Estado. Algo similar ocurrió con Cultura Cumbia, el ciclo cumbiero que se desarrolló en Tecnópolis en tiempos pre-macristas para “promover una expresión muy profunda de América latina”.