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BARROCO EN BARRACAS. LAS NOVIAS DEL TEMPLO ESCONDIDO.

De Andrea Castelli.

Elenco: Agustina Annan; Nicolás Baroni; María Cecilia Bazán; Magalí Brey; Luciana Brugal; Sabrina Castaño; Lautaro Cianci Padoan; Gastón Gatti; Andrea Manso Hoffman; Lucas Minhondo; Katia Pazanin y Federico Santucho.

Asistentes coreográficos: Sabrina Castaño y Federico Santucho.

Vestuario: Andrea Castelli y Abril R. Bonetto.

Iluminación: Leandro Calonge.

Sonido y mapping: Alejandra D´Agostino y Sebastián Pascual.

FX: Martín Roa.

Fotografía: Guillermo Dorfman.

Producción: Sabrina Castaño; Andrea Castelli; Diego Fernández; Carina Mele; Federico Santucho y Gisele Teixeira.

Colaboración en dramaturgia: Laura Garaglia y Claudia Hernández.

Coordinación de montaje: Marcela Alonso.

Asistente de dirección: Carina Mele.

Dirección: Andrea Castelli.

Función:  Este viernes a las 19, en el Complejo Histórico Santa Felicitas (Pinzón 1480).


El 30 de enero de 1872 moría la joven aristócrata porteña Felicitas Guerrero, asesinada por uno de sus pretendientes Enrique Ocampo, quien no soportó que la mujer eligiera la felicidad con otro hombre. “Mía o de nadie”, le gritó antes de dispararle. Y esa muerte, que en esos años trascendió en los medios como un crimen pasional, hoy se recuerda como lo que en verdad fue: un femicidio.

Casi un siglo y medio después, las estadísticas hablan de que son solamente 26 horas las que transcurren entre cada nueva muerte producida por violencia machista. Ese contexto fue el que impulsó a la coreógrafa, docente y productora Andrea Castelli a crear Barroco en Barracas. Las novias del templo escondido, una pieza de danza colectiva que propone reflexionar sobre la violencia de género a partir del caso de Felicitas, y que nace como parte de Museos en Danza, un proyecto de intervenciones artísticas en museos y edificios de alto valor cultural arquitectónico e histórico.

Y en este caso, la elección del espacio donde se monta la acción no pudo ser más acertada: un templo escondido que terminó de construirse a principios del siglo XX con dinero del padre y la madre de Felicitas, sus únicos herederos, y que hoy forma parte del Complejo Histórico Santa Felicitas, ubicado en el barrio de Barracas. Es eso lo que explica que el peso simbólico que carga la historia del lugar opere de forma central en la obra y se constituya como uno de los elementos protagonistas. Las grandes columnas, los vitrales gigantes, por los cuales se cuela la luz natural del exterior, el ábside y hasta un confesionario de madera conforman la escenografía del espectáculo. Y si bien el edificio de estilo neogótico finalmente nunca se usó como templo religioso, su arquitectura y mobiliario también impregnan simbólicamente la ficción cruzando el territorio de lo sagrado con lo profano de la violencia más extrema. Sin ir más lejos, uno de los momentos más brutales y tristes de la puesta ocurre dentro del confesionario. En este punto, también puede habilitarse una lectura política que encuentre allí una denuncia a la hipocresía de una institución que históricamente encubrió vejaciones y maltratos.

Aquí la elección de los vestidos de novia como el vestuario principal aporta otra metáfora poderosa. Por un lado el blanco virginal de la prenda, asociado a la ceremonia religiosa del casamiento, y por otro el vestido, vinculado a la femineidad, son signos que simbolizan el mandato histórico con el que cargaron y cargan aún hoy algunas mujeres.

No hay palabras dichas en la puesta. La dramaturgia se expresa sólo a través de los movimientos corporales, las miradas y los gestos. La creación de Castelli es la reafirmación de que el cuerpo en sí mismo es una herramienta poderosa de comunicación. Y en ese sentido, la entrega de los bailarines y las bailarinas es absoluta. Sus cuerpos, que llenan y recorren el espacio caminando, arrastrándose por el piso o trepando por las columnas, son capaces de adoptar infinitas formas. Por momentos, parecen espectros. Por otros, cuerpos vivos, pero sufrientes. Y ese movimiento constante genera que la escena nunca esté circunscripta a un lugar, lo cual a su vez altera el rol del espectador que, siempre de pie, tiene que desplazarse para seguir la historia.

Nada es convencional en Barroco en Barracas. Ni la arquitectura es la de un teatro, ni el espacio donde se desarrollan las acciones es un escenario, ni el público asume el rol de pasividad física que le exigen frecuentemente la mayoría de las obras. Ni siquiera la biografía de Felicitas Guerrero aparece de forma explícita en escena. En todo caso, su muerte opera como una excusa narrativa para seguir visibilizando una realidad que hoy sigue doliendo.