En la Provincia de Buenos Aires hay 752 escuelas en emergencia edilicia: más de 200 mil estudiantes de primaria y secundaria en riesgo de sufrir un accidente en un aula, en el comedor o el pasillo. “Riesgo de inicio” es la calificación formal que el gobierno provincial determinó para estas escuelas con caños rotos, cables pelados, baños tapados y techos con filtraciones y goteras cada vez que llueve. En un mes empiezan las clases y de las 15 mil escuelas públicas que hay en la provincia, esas 752 dependen de las obras que se concreten, para evitar tragedias como la de la escuela 49 de Moreno en 2018, donde la explosión de un caño de gas mató a la vicedirectora y a uno de los auxiliares de la escuela, Sandra Calamano y Rubén Rodríguez.

“La infraestructura escolar requiere de un nivel de inversión que no se sostuvo en el tiempo y que se agravó en los últimos años con un Estado retirado de los asuntos públicos”, señaló Agustina Vila, directora de Cultura y Educación bonaerense. En diciembre del 2017, la gobernadora María Eugenia Vidal disolvió la Unidad Ejecutora Provincial (UEP), un organismo que existía hacía 23 años y se encargaba de monitorear, reparar, hacer ampliaciones y construir escuelas en la provincia de Buenos Aires. En Florencio Varela la disolución de la UEP dejó 20 escuelas con obras sin terminar. Al quedar deshabitadas, muchos de los predios a medio construir fueron ocupados. Según Vila, una de las líneas de trabajo será “reactivar 243 obras que se encuentran paralizadas, suspendidas o rescindidas”. Dentro de esas escuelas, “varias se iniciaron en 2014 y 2015 con fondos nacionales” por lo que cada caso presenta distintas dificultades judiciales y administrativas. “Al quedar paralizadas dos o tres años hoy tienen importantes deterioros”, señaló la directora de educación de la provincia.

Una puerta de la 27 de Varela. Imagen: Guadalupe Lombardo.

El programa Escuelas a la Obra, que la semana pasada anunció el gobierno provincial, tiene como objetivo remediar la situación edilicia de las escuelas que están en peligro de no iniciar el ciclo lectivo. Desde la subsecretaría provincial de infraestructura escolar establecieron cuatro prioridades: reparación de techos y sanitarios, acceso al agua potable, instalación eléctrica y la red de gas. “Es un programa dinámico y progresivo”, afirmó Agustina Vila. En algunos distritos se pusieron en marcha las primeras obras. De acá al inicio de clases, en un mes, la pretensión es lograr “una infraestructura segura”, y después continuar con las obras durante el año. Fisuras en los techos, baños desbordados por falta de sistemas cloacales y por las demoras en los camiones cisternas, paredes electrificadas y cables pelados al alcance de los chicos, son algunos de los problemas con los que se enfrentan diariamente docentes y estudiantes de las escuelas bonaerenses, y que los directivos de las escuelas informaban a los consejos escolares de cada distrito, que dependen de las autoridades de la provincia, sin tener respuesta. “Con los consejos escolares sin recursos, era imposible actuar en el territorio. En estos años nos tuvimos que adaptar al ajuste que hubo en educación, al abandono que había”, señaló Silvia Almazán, secretaria general adjunta del sindicato de trabajadores de la educación de la Provincia de Buenos Aires (Suteba).

El programa tiene una inversión inicial de 800 millones de pesos para la refacción, construcción y monitoreo de la infraestructura escolar de toda la provincia. Parte de las obras, las relacionadas con trabajos de pintura y mantenimiento, están dentro del plan “Argentina unida por la educación y el trabajo”, que apunta a fomentar la economía social y para eso incorporará “12 mil cooperativistas en los diferentes municipios”, según afirmó la directora de educación. Por su parte, Almazán señaló que “lo más importante es que se trabaje en conjunto con todos los actores: los municipios, las autoridades de la provincia y los miembros de cada comunidad escolar”.

Florencio Varela, el problema del agua

Estado lamentable en la 27 de Varela. Imagen: Guadalupe Lombardo.

En Florencio Varela hay cerca de 200 escuelas. Los edificios se comparten entre primarias, secundarias y nocturnas. La escuela “Provincia de Tucumán” está en el barrio San Jorge, sobre una de las pocas calles asfaltadas del lugar. A dos cuadras, la tierra arqueada hacia los costados moldea el camino según las lluvias. “Acá el ausentismo es cotidiano, en especial cuando llueve, porque los chicos de los asentamientos no pueden salir por el barro”, señala Analía Del Valle, directora de la primaria Nº 27, que funciona en esa escuela. En el mismo edificio se cursa la secundaria Nº 35, el turno de noche y el plan FinEs, programa estatal destinado a jóvenes y adultos que no terminaron los estudios obligatorios. Cada día más de 900 alumnos habitan el edificio, construido en el año 1997 para reemplazar otro edificio, más viejo, donde funcionaba la institución educativa desde los 80. En el baño del piso de abajo, uno de los tres compartimentos está bloqueado con una cadena. Según la directora, ese baño está cerrado desde hace varios meses. Sobre el cuartito clausurado, un agujero en la mampostería de cemento deja ver las varillas de madera que la sostenían, y entre el agujero y el resto del techo cuelga la única lámpara del baño. “El año pasado tuvimos que suspender dos semanas de clases para que arreglaran los caños del patio”, relata Analía Del Valle. Era mediados de octubre y no tenían agua desde principios de mes. Cuando no hay agua, en el comedor no pueden cocinar. “El menú nunca es aleatorio”, comenta Julio Gutiérrez, secretario general de Suteba en el distrito, “lo pensamos de acuerdo a la alimentación de los pibes: el viernes y el lunes se les da un plato más grande, más nutritivo, porque muchos no comen en sus casas”. Esas semanas las viandas se transformaron en un sándwich o un alfajor, a demanda de lo que hubo disponible. “El caño que trae el agua desde el tanque estaba podrido. Venían arreglando parte por parte, pero adentro de la escuela seguíamos sin ver una gota, sin poder cocinar, limpiar”, cuenta la directora. En la escuela 27 el agua es un problema por donde se lo mire: a veces no hay, otras veces desborda. “Con las lluvias vienen las pérdidas desde el techo, la humedad, las chispas en las aulas por el contacto de las filtraciones de agua con los cables de la luz”, explica Del Valle. En noviembre del año pasado, otra escuela de Varela fue la protagonista: la secundaria Nº 28 del barrio Villa del Plata, donde una parte del cielo raso de una de las aulas se desprendió en medio de una clase . La docente, que tuvo cortes en la cabeza y en los brazos, hoy sigue atendiendo las consecuencias del accidente. “Había pérdidas del tanque hacía tiempo y nadie había hecho nada”, afirma el representante del sindicato de docentes. El techo de la zona afectada por la filtración de agua quedó al descubierto, y el aula donde cayó el bloque de material, deshabilitada.

En la escuela nº 28 de Florencio Varela se cayó parte del techo en medio de una clase.

En los dos últimos años, en el barrio San Jorge se formaron pequeños barrios dentro del barrio: el asentamiento La Paloma y otro, un poco más lejos de la escuela, llamado Libertad. “Los chicos quieren venir al colegio porque acá adentro están mejor que en su casa”, señala la directora de la primaria, a la que asisten la mayoría de los pibes de estas familias recién llegadas. Cada vez que tiene que suspender las clases, el mismo dilema: la puja entre el peligro de un edificio inseguro y a la vez el riesgo de que los chicos no tengan a dónde ir. “Los padres tienen que irse a trabajar, y si no los dejan acá probablemente ese pibe tenga que quedarse solo”, relata Analía Del Valle. En el listado de escuelas que el consejo escolar del distrito elevó a la provincia, tanto la 28 del barrio Villa del Plata como 27 de San Jorge, figuran con prioridad. En la parte de arriba, donde funciona la primaria, el techo húmedo deja pasar el agua de la lluvia por entre los marcos de la puerta. Las puertas de madera se deforman y no cierran: en invierno, cuanto más grandes son los ambientes menos se concentra el calor de las estufas. Las notas que los directivos de la escuela elevaron al gobierno provincial durante los últimos cuatro años, nunca tuvieron respuesta. “En 2019 no vinieron a hacer el control de gas que se hace todos los años al comienzo de clases. Como no podíamos usar las estufas porque teníamos miedo de que la conexión de gas no estuviera en condiciones, aceptamos una donación de una empresa privada que nos entregó paneles eléctricos para calentar las aulas”, explica la directora. Desde el lado de afuera, al lado del caño roto del desagüe, el medidor de gas está debajo de un bloque de cemento, sin puerta ni tapa que lo separe de los chicos que andan por el barrio.

Moreno

La puerta de la escuela, la pared de la biblioteca, el muro que se extiende a lo largo de la calle, todos los espacios sirven de homenaje para Sandra y Rubén, que murieron en 2018 por una explosión de gas en la escuela 49 de Moreno. “Eran los padres postizos de mis hijos”, relata Vanessa, madre de tres hijos en la escuela que además forma parte de la cooperadora. Su hijo más grande cursaba quinto grado en 2018, cuando la explosión causada por una pérdida de gas estalló sobre la vicedirectora de la escuela, Sandra Calamano. En el impacto falleció también Rubén Rodríguez, el auxiliar que recibía a los chicos todas las mañanas.

Las marcas del fantasma de la explosión en la Escuela 49 de Moreno. Imagen: Bernardino Avila.

El primero de agosto, un día antes de la explosión, los directivos de la escuela habían denunciado ante el Consejo Escolar del municipio que hacía tiempo sentían olor a gas en las aulas, en el patio, en la cocina. Esa tarde mandaron a un gasista --que según Vanessa “no tenía matrícula”-- y cerró la llave de paso del comedor, “entonces el gas se acumuló en el cuartito”, relata. En ese compartimento guardaban materiales, equipos, insumos que se habían juntado en el depósito que Sandra había limpiado y convertido en un aula para poder inaugurar un nuevo primer grado. “Había tantos chicos sin cupo que ella empezó a abrir nuevos cursos para que pudieran entrar a la escuela”, explica Vanessa. Al abrir la habitación llena de gas acumulado, explotó. Eran las ocho de la mañana y en unos minutos llegarían los chicos, los demás maestros y los auxiliares. “Si pasaba un rato después explotaba el aula con los pibes. Eso es lo que decimos cuando vamos a hablar a otras escuelas, para que entiendan que es importante que el edificio esté en condiciones”, señala la madre de la cooperadora y cuenta que, cuando habilitaron la escuela, en octubre de ese año, ellos tuvieron que marcar las fallas: no había sensores de gas en las aulas y el suelo del patio estaba sin terminar. “Acá murieron dos personas por arreglar los problemas con parches y siguieron parchando”, advierte Vanessa y muestra las marcas de remache en la pared y en las baldosas. Son las doce y el patio se vacía porque, desde el comedor, los auxiliares anuncian el almuerzo. Durante enero y febrero funciona la escuela de verano, que recibe a los chicos a la mañana, para el desayuno, y termina a la tarde, después de almorzar. “El temblor fue tan grande que la estructura quedó débil”, señala Gladys, una de las auxiliares, que trabajaba junto a Sandra y Rubén. Humedad en las aulas, una gotera, el pozo del baño desbordado. En el aula de quinto, una fisura atraviesa de un lado al otro una de las paredes.

El espacio donde murieron Sandra y Rubén. Imagen: Bernardino Avila.

En Moreno hay 8 mil pibes esperando vacante para ingresar en el sistema educativo. A unas cuadras de la autopista, dos terrenos alojan un nuevo asentamiento. “Esas familias llegaron a principios de diciembre, tienen chicos y tienen que ir a la escuela”, señala Karina Ramírez, jefa distrital del municipio. “No sabemos cómo vamos a albergar a todos” dice, y advierte que la situación en la zona “es muy compleja” y que el 40% de las escuelas “necesitan obras urgentes”. Durante la gestión de María Eugenia Vidal, el consejo escolar estuvo intervenido y no permitían a los directivos de las escuelas suspender las clases, por lo que la vía de reclamo estaba limitada. Una de las más afectadas, según las autoridades del distrito, es la escuela 42 que tiene “fugas de gas, paredes electrificadas y problemas en los baños”.

Grietas en la 49 de Moreno. Imagen: Bernardino Avila.


La Plata

La escuela Nº 57 de la localidad de La Plata queda en Colonia Urquiza, una zona rural donde las familias se dedican a la agricultura. “La doble jornada es necesaria para evitar el trabajo infantil”, señala María del Carmen Carrizo, que desde hace diez años es docente de quinto grado de la primaria. “Muchos de los que vienen a un solo turno, llegan cansados de estar el resto del día en la quinta, y se quedan dormidos en clase”, relata. Hasta ahora solo pudieron incorporar la doble jornada en cuarto, quinto y sexto. “Hace cuatro años que reclamamos las aulas nuevas, estamos felices de que finalmente vayan a terminarlas”, comenta la docente. En toda la escuela son alrededor de 700 estudiantes, según la matrícula del año pasado. En febrero del 2019, una tormenta rompió parte de las instalaciones y de los corrales de los animales que se utilizan para algunas de las materias prácticas. “Construyeron seis aulas nuevas, pero como la mitad de la obra quedó sin pagar, el arquitecto no pudo darla por terminada”, relata la docente. Además de habilitar las aulas, tienen que terminar los baños nuevos y agrandar el comedor. “Vamos a hacer turnos pero eso significa perder horas de clase”, advierte. De la parte vieja de la escuela, quedó todo como estaba: filtraciones de agua en el techo, pintura descascarada, baños con los pozos desbordados. “Además las ventanas de metal están oxidadas, un peligro para los chicos que se pueden cortar, lastimar”, señala Carrizo.

Apagar el incendio: la escuela de Melchor Romero

El incendio de la escuela 13 de La Plata y el de la escuela 30 de Pablo Nogués en el partido Malvinas Argentinas sumaron dos edificios a la lista de escuelas que necesitan obras urgentes antes del comienzo de clases. La primaria Nº 13 queda en el barrio Melchor Romero, dentro del partido de La Plata pero lejos de la ciudad. Es un edificio de una sola planta, con techo a dos aguas y ocho aulas en total. “Funcionábamos hacinados entre la primaria y la secundaria”, relata Laura Nazer, que hace 23 años es docente de historia en la institución. Por el tamaño del edificio, en ese edificio solo se cursa la secundaria hasta el tercer año. Después, los chicos tienen que ir a terminar los últimos dos años a otra escuela, a unas seis cuadras de ahí. “La mayoría abandona porque no conocen a la gente, no se sienten parte, y además les queda demasiado lejos para lo que están acostumbrados”, señala la docente. El incendio de la semana pasada dejó el techo roto y seis aulas afectadas. En la escuela 30 de Pablo Nogués también tienen que reconstruir parte del edificio. Entre primaria y secundaria, a la escuela de Melchor Romero asisten más de 600 chicos y a la del distrito de Malvinas Argentinas aproximadamente 1000 estudiantes. Nazer advierte que de no arreglarse el colegio las clases no podrían comenzar, y remarca que “para los pibes la escuela es un espacio de contención”. 

Informe: Lorena Bermejo