Desde Barcelona

UNO Rodríguez se entera de que "el MoMA ha incorporado a su colección la primera imagen de un agujero negro supermasivo ubicado en el centro de la galaxia Messier 87 a 55 millones de años luz de la Tierra". Rodríguez la busca y la encuentra rápido. Aquí está y allí estuvo: en primeras planas del 11 de abril de 2019, cuando se la reveló al resto de los mortales para, en diciembre, ser considerada por la revista Science como "lo más importante del año". Y Rodríguez se informa de que no es exactamente una foto sino una imagen "ensamblada a partir de datos recabados por ocho radiotelescopios sincronizados con relojes cósmicos durante cuatro días de abril de 2017 en condiciones atmosféricas ideales". Y, viéndola, lo que se preguntó enseguida Rodríguez es lo que, parece, también se preguntaron los curadores del museo en cuestión ¿Imagen abstracta o la más figurativa de todas? ¿Más cerca de Rothko o de la pupilas de los ojos del recientemente restaurado "Cordero Místico" de Jan van Eyck? Y a quién atribuirle su autoría: ¿anónimo azar cósmico o firma colectiva de deidades terrenas de diversa fe? En cualquier caso, Rodríguez está tentado de usarla como salvapantallas de su computadora, pero teme que se confunda con el identikit del próximo virus por temer de más o prevenir de menos. O que se parezca demasiado a la mirada cíclope y sin párpados de HAL 9000 en 2001: A Space Odyssey. Y nada le interesa menos porque, en otra foto, vio que esa era la imagen que utilizaba en su MacBook ese escritor argentino con el que suele cruzarse y quien tiene la impresión/sensación de que lo fotografía con letras, que lo escribe, lo tacha, lo corrige, le adjudica alusiones dylanianas y lo deja sin luz como si fuese (Rodríguez acaba de ver el Drácula de Steven "Sherlock" Moffat y --antes no le pasaba, antes su capacidad de juicio no tenía filtraciones ni goteras-- todavía no está seguro de si le gustó o no) el más vampírico y devorador de los agujeritos negros en un cuello.

DOS Y está claro que nadie le pidió que sonriese, pero Rodríguez no puede evitar la impresión de que ese agujero (tanto más misterioso que el misterio no hace mucho resuelto de por qué estaban desapareciendo los agujeros en el queso emmenthal: variación en el alimento del ganado) se está riendo de todos. Y lo hace con un sonido que no sería muy diferente al de esa momia de un tal Nesyamun, sacerdote de Tebas por los tiempos de Ramsés XI. Su voz antigua y egipcia ha podido ser reconstruida e "impresa" en 3D a partir de una tráquea bien conservada y conectada a una laringe electrónica y lo que se oye ahora es algo así como beeeeh. (El sonido en serio de un agujero negro es mucho más intrigante y suena como algo salido de los teclados de Rick "Pink Floyd" Wright en los viejos buenos tiempos.) Y Rodríguez no deja de emitir un ughhhh por la súbita cancelación de Ray Donovan quedando sin el final de una octava y final. El sonido del agujero negro que ha dejado el Reino Unido en el mapa de la Unión Europea suena a buuuuh. En cambio, buffff es el suspiro que hace ese oscuro hueco que es el "Tema Catalán" que todo lo traga en el ya hace demasiado tiempo presente e impresentable paisaje político español, y suena cada vez más hueco. Y en una entrevista de El País a Priyamvada Natarajan --astrónoma y profesora en Yale University-- se le pregunta acerca de los nacionalismos y los define como "un fenómeno político muy preocupante. Y añade: "Lo bueno de estudiar el cosmos es que las discusiones entre países resultan ridículas". Y Rodríguez se dice que él ha arribado a la misma conclusión sin necesidad de elevar la vista a las estrellas, porque basta y sobra con mirar al suelo.

TRES Interrogada acerca de la importancia real de por fin poder ver un agujero negro, Natarajan explica: "Son objetos muy locos, que representan el límite de nuestro conocimiento. Y no emiten luz, así que no los vemos. Lograrlo ha sido un trabajo casi detectivesco. Nos hemos acercado lo máximo que podíamos, gracias a una combinación de años de imaginación y ciencia. Por eso esta imagen es tan icónica: representa la capacidad de la mente humana para imaginar las cosas más complejas del universo".

Y --también en El País-- otro titular reciente: "Si los agujeros negros lo absorben todo, ¿qué hacen con ello?". Buena pregunta, pero Rodríguez no está del todo seguro de querer enterarse de las respuesta. Pero lee. Y ahí mucha "materia oscura" y "velocidad de escape" y "proceso de espaguetización" y --como si se tratase de una Las Vegas astral-- un "Lo que ocurre una vez cruzado el event horizon, se queda dentro del event horizon". Y nada le tranquiliza más que el no entender nada. Y no puede sino comprender a todos esos millones de erradores humanos que optan por simplificar toda la cuestión creyendo de rodillas y a pie juntillas en divinidades de variable voltaje y polaridad. Y no creyendo en que el hombre desciende del mono (mucho menos del cantarín mono en blanco y noir del cortometraje What Did Jack Do? de ese agujero negro del cine que es David Lynch y quien no hace mucho dijo que "Trump puede acabar siendo uno de los más grandes presidentes de nuestra historia porque jamás nadie ha alterado más la cosa; nadie es capaz de neutralizar de un modo inteligente a este tipo"). Y todos, de un tiempo a esta parte, comunicándose entre sí con emoticonos y emojis: esos facilitadores agujeritos coloridos en lenguas que demoraron milenios en desarrollarse y que para algo llamado la Fundación del Español Urgente "cuyo objetivo es promover el buen uso del idioma", han resultado ser "distinguidos" como palabra del 2019 porque "en un mundo marcado por la velocidad, los emoticonos aportan agilidad y concisión".

Lo que, por supuesto, deja a Rodríguez sin palabra.

CUATRO Y, claro, falta menos para que alguien componga canciones a base de emojis. Canciones agujereadas y no como las que compuso Blake Foley, a quien Ethan Hawke le ha dedicado Blaze. A Rodríguez se le había pasado esta película y le hubiera gustado verla en un cine; pero qué bueno encontrársela sin buscarla una tarde de domingo en la tele, piensa. Biopic diferente y muy lograda. Nada que ver o escuchar en las recientes sobre Queen o Elton John (y qué extraña y respetable carrera viene siendo la de Hawke). Aquí, entre canción y canción, este songwriter's songwriter (Townes Van Zandt fue compañero de botellas, Willie Nelson y John Prine son fans) filosofa sobre los misterios del cosmos y los agujeritos sobre los que giran los long-plays ("Tal vez la Vía Láctea sea como un vinilo y tu vida es la púa") en bares de larga mala muerte y fondas de buena vida breve. Foley muere joven --antes dirá que "no quiero ser una estrella porque las estrellas se consumen a sí mismas; yo quiero ser una leyenda"-- y con un agujero de bala en la panza bajo las constelaciones de un cielo texano. Un agujero por donde sale la vida y entra la muerte y pariente más o menos cercano de aquel que pronto colgará --junto al fantasma de la eletricidad y la consciencia que explota-- en las paredes de un museo donde se juzga con la culpa de no comprenderlo al siempre inocente infinito que nos comprende a todos.