Tiene 23 años y está casi ciega. Luz Aimé Díaz es una chica trans salteña que sobrevivía de la prostitución en Palermo y estudiaba en el bachillerato Mocha Celis. Su sueño era estudiar para ir, más adelante, a la Facultad de Psicología. El 23 de junio de 2018, dos hombres la contratan para hacerles un servicio sexual en un departamento de la calle Güemes. Ese día pasó como cualquier otro. Luz se olvidó de aquellos clientes, como de tantos otros a los que atiende una sola vez. Lo que no sabía es que aquellos individuos tenían, en otro cuarto, a un hombre gay maniatado y amordazado, al que molieron a golpes y robaron. Luz quedó grabada en la cámara de entrada del edificio y la policía hizo lo que le quedó más cómodo: acomodar la investigación a la hipótesis-cliché de la “travesti criminal”. De los hombres que contrataron a Luz para tener sexo, ni noticias. La víctima sobrevivió al ataque. Su hermana lo encontró inconsciente, tres días después. Pero ¿qué mejor candidata para una aplicar una condena que una chica trans en prostitución? Y si no ve nada porque está casi ciega, mejor, así no puede decir mucho. Así fue como Luz quedó procesada por “homicidio triplemente agravado en grado de tentativa” (agravado por haberse cometido en ocasión de robo, por dos o más personas y por el estado de indefensión de la víctima).

Sin embargo, no contaban con que Luz no iba a estar sola e indefensa. Su caso se viralizó por las redes sociales y existe una Comisión que trabaja por su absolución. Los colectivos lgbt+ se solidarizaron y participan en la campaña para que absuelvan a Luz de esta acusación injusta. Lxs profesorxs del bachillerato Mocha Celis la acompañan y hablan de los esfuerzos de Luz por estudiar, con la dificultad de no poder leer y tener que recibir la ayuda de sus compañeras para acceder a los textos.

¿Hasta dónde hay que llegar para acusar a una chica trans pobre, en prostitución y casi ciega, de ser la jefa de una banda criminal? Esta acusación para Luz destila odio y persecución a la población trans sin recursos.

GONDOLIN. EL NIDO

Tarde en El Gondolín, el histórico hotel de las trans y las travestis, en Villa Crespo. Escaleras azules y olor fresco, a pisos recién baldeados, que permite resistir los 38 grados de térmica con un ventilador de mesa. Estamos en una pieza minúscula que da a la calle Aráoz y cumple la función de oficina. Luz se sienta en un sillón blanco reciclado (parece abducido de una empresa de los años 70). Mira hacia la ventana, pero no ve más que el resplandor de la calle. Está casi ciega. Cero visión en el ojo izquierdo por la paliza que le propinó un camionero, a los 13 años. La visión del otro la fue perdiendo gradualmente -apenas le queda un 25 por ciento, certificado por perito oftalmólogo-. Aprendió a manejarse sin bastón verde, como muchas personas que van perdiendo la vista gradualmente.

Luz tiene aspecto de colegiala de 4º o 5º año de secundaria. Es muy delgada. Talle 46. Habla muy suave y en voz baja, usa modismos salteños, y sigue muy ligada afectivamente a su pueblo del norte. Lo menciona a cada minuto.

Quienes proceden de familias de ciudades pequeñas saben que, cuando muchxs habitantes del pueblo se trasladan a Buenos Aires, la pertenencia no se pierde y se construye una especie de familia extensa, que muchas veces es la de lxs estigmatizadxs del pueblo. En el caso de Luz, esa familiaridad es el contacto vía whatsapp con otras chicas trans de su pueblo, Embarcación.

VAMOS A LA RUTA

Embarcación. Pequeña ciudad del norte salteño, a 5 horas de Salta capital. Poco más de 20 mil habitantes. Se accede por la Ruta Nacional 34 “General Don Martín Miguel de Güemes”. Fuente de ingresos de la mayor parte de la población, trabajo temporario en el campo. Otra fuente de ingresos: la Ruta 34. A este mundo llegó Luz Díaz, el 20 de marzo de 1997. No siempre había comida en la mesa de lxs Díaz. “Desde que tenía 8 años viví con mi hermana mayor, porque a mi mamá la engañaron y la hicieron pasar por mula. Salió (de la cárcel) cuando yo tenía 11 años”. A los 13 años “me identifiqué como una chica trans en mi pueblo”. En Embarcación hay muchas chicas trans como Luz, que subsisten del dinero que les dan los camioneros a cambio de sexo. También hay mujeres que no son trans y les muestran a las recién llegadas hacia dónde ir para llevar unos pesos a la casa. Una vez que se hace pie en la ruta, la Meca es llegar a Salta capital. Allí está el progreso, los bailes, menos “conflictos con los chongos, con los clientes”.

“A cierta edad me empecé a juntar con mujeres que estaban haciendo trabajo sexual. Me hicieron conocer la ruta que estaba cerca de mi casa. Cuando empecé a identificarme como chica trans, en mi familia me aceptaron. Me dijeron: ‘Si querés vestirte de mujer, dale’. Dejé el colegio porque no había comida en mi casa y tuve que laburar”.

¿En el colegio te discriminaban?

Sí, los chicos. Pero lo que me importaba era poder comer. Mi familia nunca me pidió dinero. Salía a trabajar también para pagar la entrada al boliche, pero igual le dejaba plata a mi mamá.

¿Cuándo saliste a la ruta?

Empecé a trabajar con los camioneros desde los 13 años. Después empezaron los conflictos, ese mismo año, me golpeó un camionero paraguayo que no me quería pagar. Me dejó ciega de un ojo (el izquierdo, donde Luz tiene una nube con catarata). Me tiró del camión y quedé con el ojo hinchado. A los pocos meses no sentía nada de ese ojo. Las chicas de la ruta me preguntaban, pero yo solamente les decía que había tenido problemas con un cliente.

Con 23 años Luz apenas debe andar hoy por los 50 kilos. Tampoco es una chica alta. No hay que hacer mucho esfuerzo para pensarla con 13 años.

A Salta capital me llevó mi hermana mayor. Ella ahora está casada, juntada, con hijos. En Salta ella me llevó a ver a los oculistas que me querían operar el ojo. Me dieron turno, pero como no tenía plata para el pasaje y no sabían cómo pedirle al municipio, perdí el turno y la cirugía. Después me empezó a agarrar en el ojo derecho. A los 20 años quedé totalmente ciega del derecho. Me iba a bailar y a trabajar igual. Los camioneros no se daban cuenta de que era ciega, me trataban bien”.

-¿Cómo fue la vida en Salta capital?

En mi pueblo los patrulleros no jodían. En Salta capital, sí. Alguna saltaba y gritaba ‘Corré maricona, ahí viene la policía’, y no me dejaba pillar. Te correteaban. Si te portabas mal, tenías problemas. Cuando venían de civil, sin uniforme, por ahí alguno te pedía un servicio. Me acuerdo de uno. Le peleé el precio: ‘Vos me estás pagando 50 pesos por las relaciones sexuales’. Por lo menos tendría que haberme pagado 100. Pero el policía me siguió chamuyando y cedí. No se cuidaba, salí de tonta. Acá en Buenos Aires me hice el test y gracias a Dios no tengo nada.

¿Cuándo te viniste para Buenos Aires?

en 2017, para fin de año. Fui a vivir a San Miguel. Ahí tuve líos con las chicas de Ruta 8. Una quería que dijera que trabajaba para ella, y yo pensaba distinto. Me vino a matonear. Me daba miedo trabajar en la Ruta 8. Después viví en el cruce Castelar, en la casa de una chica trans santiagueña. Ahí alquilaba con otra chica de mi pueblo que me había mandado plata para el pasaje desde Salta. Me quedé viviendo en esa pieza hasta mayo. Después me enteré, por las chicas de mi pueblo, de que existía el Gondolín y que ahí se podía estudiar. Entonces le escribí por whatsapp a una amiga de Embarcación que estuvo en el Gondolín entre 2014 y 2015, ella después se fue a vivir a Once. Llegué al Gondo después del 20 de marzo. Me acuerdo porque el 20 es mi cumpleaños. Los profes del bachillerato Mocha Celis estaban en el Gondolín y me inscribieron. Empecé el colegio al día siguiente. Me hice amigas: Julieta, una tucumana que se llama Tatiana… y así llegué hasta el 19 de agosto”.

DETENIDA PORQUE SI

El 19 de agosto de 2018 cayó domingo. Día del Niño. Ese día, un diario publica en tapa un informe sobre juguetes inclusivos para “la diversidad”, a saber, “bebés unisex, muñecos gorditos y hasta con discapacidades” (sic). River empató 0-0 con el Pirata cordobés, Armani sumó 800 minutos con la valla invicta. Alberto Fernández desmenuza en una nota de Página/ 12 la causa de los cuadernos y dice que “buscan involucrar a Cristina de cualquier manera”. Aquella noche, Luz estaba como siempre “en un hotel donde los clientes me pagaban los copeteos”.

“Se me acercan unos policías masculinos. El más gordo me pregunta cuánto cobro por un servicio. Me salió de adentro, y le dije ‘yo con viejos y gordos no salgo’”.

(Hombre de civil) -¿Qué querés decir, que somos todos viejos?

(Luz) –Y… pendejos no son.

(Hombre de civil) –Tenemos un video tuyo entrando a un domicilio.

(Luz) -¿Qué clase de video?

(Hombre de civil) –Te están acusando por intento de homicidio y robo. ¿No sabés qué pasó?

(Luz) -¡No! Si hubiese sabido, no estaría acá.

“Me requisaron en la calle, en Oro y Güemes. Una femenina de civil me sacó la bucanera y me pasó las manos para revisarme. Querían que les dé el nombre de los chongos a los que les hice un servicio en un departamento de la calle Güemes. Les respondí mil veces que ‘si supiera quiénes son, se los diría’. Me llevaron en una Trafic común y había un solo policía de uniforme, lxs demás estaban de civil. Primero me llevaron no sé adónde, el lugar tenía pinta de oficina. Después sí me llevaron a una comisaría. Estaba en shock, no entendía lo que pasaba. Les decía a los policías: ‘Ustedes me engañaron, se hicieron pasar por clientes. No conozco a esos chabones ni a la víctima’. Me tuvieron hasta las 6 o 7 de la mañana en la alcaidía de Tribunales. El primer abogado de oficio me informó que la víctima tenía una bandera del orgullo gay”.

¿Qué pensaste en esas primeras horas que estuviste detenida?

Nada. Que no sufrí en mi provincia y tuve que venir a sufrir en Buenos Aires. Siempre trabajé bien y fui al colegio”.

¿Cómo siguió todo después de esta detención?

Después me llevaron a una comisaría. Estaba sola en un calabozo. Pedí bañarme pero no pude, porque no tenía jabón ni toallón. Era agosto, hacía un frío horrible en esa comisaría. No sabía qué hacer, a quién llamar. Y después de 15 o 20 días me pasaron al complejo 4 de Ezeiza. Me dio terror, me imaginaba golpes, la cárcel llena de chongos. Me ingresaron y sentí mucha vergüenza, ni yo me aguantaba el olor de transpiración de tantos días sin bañarme. La enfermera me hizo desnudar, no se me movía el pelo de duro que lo tenía. ‘¿Qué es esto?’, dice una celadora. Era la gomaespuma que nos ponemos en la cadera. Había una torta marimacho, una celadora, que me trató de puto. Cuando me sintió el olor, empezó a echar Raid matacucarachas. Me tiró Raid encima. Lloré y cerré la boca. Por suerte no había chongos en el complejo 4”.

No tenías

El director de la Mocha Celis, donde yo estudaba, Francisco Quiñones Cuartas, me mandó a la abogada Luli Sánchez. Consiguieron un perito que me hizo fondo de ojo y dijo que tengo 75% de discapacidad en el ojo derecho. El otro lo tengo perdido, con una catarata nube. El 2 de abril me dieron prisión domiciliaria con tobillera. Justo cayó lunes y me tocaba limpiar. La celadora me dice: ‘Díaz, arregle sus cosas. Se va’. Levanté los brazos y grité: ‘¡Libertad!’. Llegué a las dos de la madrugada desde el Complejo 4. Me trajeron cuatro masculinos con escopetas.


¿Cómo te llevás con la tobillera?

No puedo salir a la calle. Ni a comprar enfrente puedo ir. No sé cómo estoy aguantando, pero soy fuerte. Pienso que si no me hubieran culpado a mí, tampoco habrían investigado nada, porque la víctima es gay.

¿Qué vas a hacer si salís absuelta y en libertad?

Mi sueño es terminar el estudio y seguir una carrera. Me gustaría estudiar psicología.

¿Estás haciendo terapia?

Sí. Pero me aburro. Ya no tengo más que contar, porque estoy encerrada acá, me da insomnio. Hace calor, necesitaría un ventilador a la noche. Y si me pueden ayudar, también artículos de higiene personal. Mi familia hace lo que puede, me tira aliento. Más no puede hacer.