Según las estadísticas, las intervenciones de vasectomía crecieron exponencialmente en jóvenes menores de 20 años. Éstos se presentan decididos no a poner en suspenso sino a borrar del cuerpo/organismo toda posibilidad de convertirse en padres. El corte real se anticipa con seguridad a lo simbólico, al deseo de ser padre o de darle un hijo a una mujer.

Lacan nos advierte, de entrada, acerca de que el cuerpo y el organismo permanecen disyuntos por la acción del significante que desvitaliza, mortifica al viviente, introduce una marca imborrable.

Diríamos que en Levi Strauss el lenguaje sustituye a la naturaleza, en Lacan el lenguaje sustituye a lo que podría llamarse el goce de la vida, en tanto lleva aparejada una pérdida constitutiva que es esa pérdida del goce “natural”.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la ciencia oferta la posibilidad de borrar la disyunción entre cuerpo y organismo, restituyéndole al sujeto el goce de la vida? A lo que me refiero es que algunos jóvenes fantasean con que tras este procedimiento podrán disfrutar del sexo sin restricciones, suponiendo que ellos mismos “son” ese cuerpo que no quiere procrear y desconociendo la exposición a enfermedades de transmisión sexual que podrían llevarlos a la muerte propia o a la de su partenaire sexual.

Sustituir el efecto subjetivante del significante que ya opera, simbólicamente, una mortificación, por la intervención en lo real del cuerpo con la expectativa de un goce sin límites, puede ser mortífero, en tanto desconoce la estructura de la fantasía que lo aloja - cubrirse del deseo por una mujer y su demanda de un hijo, la pasividad que el amor supone y la propia impotencia.

La vasectomía en adolescentes se presenta como salida a ese no saber - constitutivo - qué hacer con el órgano que no es el falo, aunque lo evoque.

Las mujeres optan por la ligadura tubárica después de haber sido madres, los hombres, en cambio, tienden a resguardarse de lo “no acontecido”. Quizás porque en la fantasía ya lo fueron. Los jóvenes temen más dejar embarazada a una mujer o que ésta los prenda con un hijo no deseado por ellos.

Hablamos de goce mortífero porque en la clínica escuchamos a jóvenes, en quienes la fantasía de ser padres supera ampliamente el miedo a contraer una enfermedad de transmisión sexual.

A la mujer se le teme más que a la muerte, en ocasiones.

La fantasía de dejar embarazada a una mujer se prefigura con la misma fuerza que el deseo, y cede a veces a la potencia, de allí el no uso del preservativo vela la impotencia como respuesta frente al encuentro con el otro sexo. Porque ese encuentro siempre hace trastabillar los andamiajes de la estructura, y la identificación más o menos estable que se tenía a los emblemas masculinos, como inscripción en la lógica fálica.

El encuentro sexual es subjetivante y fuerza siempre a una elección de la posición sexuada, como respuesta al agujero que lo real del sexo impone.

Las coordenadas actuales de la clínica indican que cuando la ciencia una solución real que viene a cubrir o proteger al sujeto del deseo y el amor, sin escuchar allí en qué lugar está situado aquel que solicita dicha intervención, las cosas pueden complicarse.

Esto indica, clínicamente, que es preferible la castración simbólica, vía lo real del acto quirúrgico, a la castración imaginaria que una mujer puede venir a encarnar para un hombre.

 

*Psicoanalista.