Laura Arnes es periodista. Ayer presentaba su libro. La fecha elegida era la mejor, al día siguiente del Paro Internacional de Mujeres y de la marcha que prometía masividad. Tal como sucedió. Lo que nunca imaginó es que dos horas antes de la presentación, estaría hablando sentada detrás de una mesa, en el Cels, acompañada por militantes feministas, frente a cámaras y micrófonos, respondiendo y relatando con la voz entrecortada por el agotamiento y la angustia, lo que había sufrido presa, en manos (es literal) de policías de la Ciudad y federales totalmente desbocados y dispuestos a hacer sentir a esas mujeres el costo de sus reclamos. Muy cerca, en la misma mesa, Natalia Milduberger también relató su experiencia. Ambas fueron detenidas en el mismo momento, a la salida de una pizzería, a dos cuadras de la Catedral y dos horas y media más tarde del final de la marcha, cuando no quedaba nadie en la Plaza de Mayo.

“Marché con amigas en una columna de diversidad sexual –explicó Arnes en el panel–. Para nosotras la marcha fue una celebración y ni siquiera llegamos a la Plaza de Mayo, nos quedamos a unas cuatro cuadras porque no pudimos avanzar más. Cuando terminó la marcha decidimos cenar un una pizzería de la calle Perú 85. Cuando empezó a llover nos levantamos y decidimos volvernos. Salimos y una de mis amigas fue al baño y decidimos esperarla en la puerta.”

“En ese momento –recordó Laura y la voz se le anudó–, aparecieron unos hombres que estaban de civil, nos empujaron sin motivo. Empezaron a decir que nos fuéramos y Natalia (Milduberger) le pidió a uno de ellos que se identificara porque decía que era policía pero no nos mostró ninguna credencial. Estaban levantando a todo el mundo, corriendo gente. Le dijimos que estábamos esperando a una compañera que estaba en el baño. Le preguntamos por qué nos teníamos que ir. ‘Porque lo digo yo’, nos contestó y ahí me agarró a mí, vinieron otros, me forzaron los brazos por la espalda, me esposaron, mientras me decían ‘negra de mierda, si resistís te rompemos los brazos’. Mientras yo escuchaba a otras chicas que gritaban y que fotografiaban y filmaban. A Natalia, que intentó ayudarme también la agarraron y la tiraron al piso. Nos subieron a un camión donde éramos unas 20 personas y después nos separaron y nos llevaron a la comisaría 1ª. Después nos llevaron a la comuna 4 en Parque Patricios. Pero todo esto no lo sabíamos en ese momento, todo eso nos lo fueron contando después, porque a nosotros no nos decían nada. Tampoco se identificaban”.

Laura recordó que mientras la arrastraban le repetían que “eso te pasa por ir a una marcha, te pasa por negra de mierda”. Cuando llegaron a la comisaría todavía tenían los celulares y podían mandar mensajes. Así se vieron los vídeos que algunas chicas pudieron filmar antes de que nos sacaran los celulares. “Nos revisaron. Nos hicieron sacar la ropa, a algunas las hicieron desnudar por completo. A algunas las tocaron”, recordó Laura. “Después nos cambiaron de comisaría. Algunas amigas nos dijeron luego que fue porque se habían concentrado muchas afuera reclamando que nos liberen. Ahí fue que nos trasladaron a la otra comisaría. Nos hicieron firmar documentos que nunca nos dejaron leer”, terminó Laura y partió a presentar su libro, Crónicas lesbianas. 

Natalia recordó que una de las chicas detenidas había relatado que “estuvo toda la marcha de pie, caminando, después la detuvieron y no se sentó hasta que la liberaron, porque el piso, las paredes y el colchón que había en la celda estaban llenos de excrementos”. Después se conoció la situación por la que pasó Jose Nicolini, que intentó ayudar y la tomaron entre cuatro para cargarla a un celular y logró zafar a gritos. “No sé cómo ni por qué me dejaron ir”, contó más tarde.