Combinación perfecta

Chimaek. Esa palabra se inventó en Corea para designar un rito cultural: salir con amigos a disfrutar pollo frito con cerveza. Acrónimo de chikin (pollo) y maekju (cerveza), el chimaek es más que un término alimentario: refiere a una pasión gastronómica y social que atraviesa al país y que, de allí, se expandió a los cinco continentes. Tomando recetas del sur de los Estados Unidos, la tradición del pollo frito sumó en Corea ingredientes y técnicas, hasta convertirse en un signo de identidad. Y un gran lugar donde comprobarlo es en Maniko, restaurante abierto por Andrés Chun sobre la calle Felipe Vallese (en Floresta) en 2018, y que hace poco más de un año se mudó a un local más bonito y amplio sobre el mágico Pasaje Ruperto Godoy, en el mismo barrio.

Tras muchas pruebas, Andrés perfeccionó una receta infalible, que da como resultado un pollo frito jugoso en su interior, con una costra súper crujiente y perfecta. Lo mejor, siempre, son los trozos de pollo fritos con hueso (entre $16000 y $18500 la generosa porción de medio kilo), aunque también hay alitas ($16500 las diez unidades) o el más fácil de comer pollo deshuesado, a $18500 los 350 gramos. Todos los precios incluyen ensalada y pickle de nabo.

Más allá del formato, todos se pueden pedir simplemente fritos, aunque lo que realmente aporta Corea a este universo son sus salseados, de pura intensidad. Hay con salsa agridulce apenas picante, también con una súper picante. El pollo a la miel es más ATP, el de ajo es aromático y adictivo. Y se suma uno al verdeo y otro con salsa soja, para completar opciones. Imposible no chuparse los dedos al terminar.

Maniko también tiene algunos platos típicos coreanos (como el tokbokki) y afirman que sus ribs de cerdo son mejores que las norteamericanas. Habrá que volver para comprobarlo.

Maniko queda en Pasaje Ruperto Godoy 733. Horario de atención: lunes a sábados de 11 a 22. Instagram: @manikofc.

Expandiendo fronteras

Hubo una época donde, para comer coreano, había que ir a Flores o Floresta, esos barrios donde se había establecido la inmigración a partir de los años ‘70, con sus sabores y aromas a cuestas. Más allá de excepciones (como el pionero Bi Won, cerca de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA), así era la norma. Pero con la creciente moda por esta gastronomía –potenciada por el auge del kpop, de las series y de las películas– hoy hay restaurantes coreanos en gran parte de Buenos Aires, desde Microcentro a Villa Crespo, pasando por Belgrano, Flores, Caballito y más. Una novedad es Ommabab, en el barrio de San Nicolás, a unos doscientos metros del Teatro Colón. Una zona de alto tránsito que le da la bienvenida a estos sabores de tradición.

Con una carta donde cada plato se explica con detalle y foto, y un horario que cubre almuerzos y cenas, Ommabab es un muy buen destino donde ir a conocer platos que escapan al lugar común porteño, con opciones para muchos gustos distintos. Una entrada apta todo público son los mandu ($12000 las seis unidades), suerte de dumpling coreano que acá sale con diversos rellenos, desde carne a kimchi. También hay ramyeon (el ramen instantáneo coreano terminado con productos frescos y acompañado de kimchi, desde $12000), sopas más contundentes como la intensa kimchi jjigae a $21000, y platos principales best sellers como los conocidos bibimbap y bulgogi (ambos, $16000, con platito de kimchi incluído). Para picar, una buena opción es el kimbab, el “sushi” coreano que utiliza solo productos cocidos como relleno, incluyendo opciones como vegetales salteados, huevo, pastel de pescado, atún, carne vacuna marinada y otros (desde $7000 las ocho piezas).

Rico, buen precio (hay combos para una gran comida por $24000), sano. Una apuesta para que la cocina coreana siga expandiendo fronteras en la ciudad.

Ommabab queda en Paraná 610. Horario de atención: lunes a viernes de 12 a 16 y de 18.30 a 22; sábados de 18.30 a 22.30. Instagram: @ommabab.ba.

Más que una casa

Lo primero que habría que decir de Gamm es que es una casa, pero no una casa cualquiera. Allí vive Sandra Lee. Luego, habría que seguir explicando que Sandra es un bastión de la cocina coreana en Buenos Aires, una defensora a ultranza de la tradición y de su difusión en la ciudad y en toda la Argentina. Que es la creadora de grandes eventos callejeros, que es comunicadora, maestra y cocinera, que fue nombrada como “embajadora global del kimchi” por el WIKIM (World Institute of Kimchi). En definitiva: que Sandra hizo de la gastronomía coreana su bandera y misión personal, una bandera y misión que lleva en lo alto. Es así que, hace un año, inauguró Gamm, un espacio de encuentros en su propio hogar, en medio de los outlets de Villa Crespo. Un espacio amplio y cuidado, con un jardín precioso y un salón confortable con la cocina integrada, ideal para todo tipo de eventos.

Gamm no es un restaurante, sino un concepto, que a veces se convierte en restaurante, a veces en escuela, a veces en auditorio. De pronto una noche hay una abuela coreana invitada, para que arme un menú de sabores caseros y reales ($40000 con todo incluido, salvo la bebida alcohólica), y al otro día podrá haber una clase para aprender a hacer kimchi y kimjang. Una semana más tarde las puertas tal vez abran para una comida comunitaria entre comensales que no se conocen entre sí, a modo de juego; y al mes siguiente Sandra invita a una cocinera argentina para realizar en conjunto un banquete que cruce sus diversas herencias.

En Gamm nunca se sabe qué ocurrirá: lo mejor es seguir a este espacio en su cuenta de Instagram, donde cada mes van subiendo agendas. Y aprovechar la enorme simpatía de esta embajadora gastronómica para adentrarse en una cultura deliciosa, donde la comida es siempre protagonista.

Gamm queda en Villa Crespo. Las reservas y días de apertura se gestionan a través de su Instagram: @gamm_encuentros.