Los medios de comunicación tienen un rol fundamental en la representación que se hace de los pobres, y según la cual el Estado cargaría sobre sus espaldas la obligación de hacerse cargo de ellos instalando la opinión general de que "los pobres son un gasto del Estado".

Entonces, ¿cómo se sale de esa condición de "ser pobres", según la representación que nos aportan los medios? La salida siempre es la misma: o con un Estado que se ocupe de ellos, pero sólo hasta cierto punto y en lo posible manteniendo la pobreza estructural o bien a partir de la lógica del mérito como única salida. En este último caso las ideas y costumbres que se venden no son iguales a las condiciones que se ofrecen, recayendo la responsabilidad exclusiva en la persona y su familia. Se toman los escasos ejemplos de famosos que salieron de esa situación por el voluntarismo personal, deslindando la responsabilidad del contexto económico, social y cultural.

Más complejo aún es el caso de los jóvenes pobres. Son los primeros en perder la carrera de la meritocracia y optan, a veces, por el de la delincuencia. Pero no porque esa sea la única alternativa, sino porque esa es la dirección a la que muchas veces los guía el mercado con su bombardeo publicitario que los entrena para el consumo y los obliga a confirmar su identidad obedeciendo a las leyes del mercado de “quien no tiene no es”, tal como nos recuerda Eduardo Galeano. El problema de ello está en que la realidad económica es la que les cierra las puertas al banquete, convirtiéndose en una de las mayores contradicciones del capitalismo.

Y aquí está el reverso de la trama. En la construcción y en la caracterización discursiva que se hace de esa contradicción y que encuentra la génesis de todos los males en el estereotipo violento del "pibe chorro". Pero, ¿qué sabemos de ellos? Nada, porque solo son noticias cuando están involucrados en un hecho delictivo en la calle, son apresados o mueren en un enfrentamiento. Pero la realidad es que no conocemos su voz, ni tampoco su identidad porque son borrados de su condición de sujeto. Sabemos que son hombres ―casi nunca mujeres―, sabemos que se visten con ropa deportiva y hablan en forma "tumbera", esto es, lenguaje carcelario.

¿Usted sabe dónde viven? Ellos habitan todas las esquinas ubicadas en el borde externo de los límites trazados por el sistema educativo formal, el empleo legítimo, la familia, los vecinos, la policía y el mercado, tal como diría Sergio Tonkonoff (2016). Viven en un espacio que no pertenece al territorio. Quedaron por fuera del radar de todas las instituciones formales constituyendo un espacio de pertenencia que, como cualquier otro, implica la reproducción de un conjunto de normas de comportamiento.

Ser joven pobre de “esa esquina” implicaría reproducir una serie de prácticas materiales y simbólicas que llevan a la delincuencia y sin las cuales no es posible transitar por esa franja etaria. “Roban para ser” y el ser necesita del financiamiento de los bienes y servicios que dotará al individuo de una identidad juvenil, porque así lo exige el mercado que los manda a delinquir.

Para ser, no se necesita tener. Solo se necesita de un Estado que entienda que nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes tienen que ser los primeros privilegiados de esta nueva Argentina.

*Magíster en Comunicación.

 

**Magíster en Políticas Sociales.