Desde La Habana

“Un hombre desesperado siempre hace mal las cosas”. La frase la dice un cubano que llega a Madrid en medio de un gélido invierno, con un libro publicado que “había caído muy mal a las autoridades”, en Estoico y frugal (Anagrama), la última novela de Pedro Juan Gutiérrez, narrador, poeta y artista visual. Aunque el personaje se traslade a otra ciudad –ese narrador en primera persona que solo quiere tomar alcohol, fumar como loco y “templar” con mujeres-, sabe que es imposible escapar de su país. Confundir esa voz de la ficción, construida a partir de la Trilogía sucia de La Habana, con la voz del escritor y sus experiencias vitales, ha sido el destino manifiesto acuñado por Gutiérrez, un escritor del que se ha dicho que es “una especie de caribeño Bukowski o de habanero Henry Miller”; nombres que, más que funcionar como contraseñas de identidad literaria, restan especificidad a un autor que no se parece a nadie. Que es auténticamente cubano porque exploró desde las entrañas de la ficción, durante el llamado “período especial” de los años '90, cómo las profundas carencias materiales alimentan el abismo de la miseria moral. Nadie como Gutiérrez escribió sobre los perdedores, esos que nacen, viven y mueren en un paisaje geográfico de una belleza decrépita. La excepcional obra de Pedro Juan Gutiérrez marca un antes y un después en la literatura cubana.

Observar, meditar, escribir. Este es el “método” que comparten Pedro Juan –el personaje- y el escritor. El último día en La Habana sucede el “milagro” tecnológico: el escritor cubano de 70 años responde a Página/12: “Lamentablemente reviso mis correos sólo los lunes y acabo de leer ahora tu mensaje. Ya hoy estoy full. No obstante, por si ves esto a tiempo, esta tarde estaré en el Hotel Inglaterra con unos editores mexicanos, de 5:30 a 6 pm. Si tienes tiempo podemos vernos allí mismo, en el bar de adentro a la 6 pm”. Frente al Parque Central, a pasos del Paseo del Prado, muy cerca del Capitolio, el hotel Inglaterra despliega la anatomía de una impactante fachada neoclásica, pero en sus vísceras hay vitrales, azulejos sevillanos, techos de madera con motivos árabes, mosaicos valencianos y losas de Andalucía; un eclecticismo que funciona desde 1875. Por el hotel han pasado desde el tenor italiano Enrico Caruso al poeta español Federico García Lorca, desde la actriz francesa Sarah Bernhardt hasta la bailarina rusa Anna Pavlova.

El escritor saluda, sonríe y dice: “Estuvimos a punto de no vernos”. En su casa de la calle San Lázaro, a pocas cuadras de este hotel, no tiene internet. Gutiérrez solo revisa los días lunes su correo electrónico. “¿Me trae una botellita de agua?”, le pide al mozo el autor de los cuentos Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí, más conocidos en un único volumen como Trilogía sucia de La Habana, que hace años eligió abandonar los excesos etílicos con los que también se confundían obra y vida. Nunca estuvo en Argentina, país que le gustaría visitar y conocer. Debería estar en la delegación de escritores y artistas que traerá La Habana, la ciudad invitada de honor a la 46° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. “Cuando tenía 20 o 21 años, leí Desayuno en Tiffany, de Truman Capote, y fue como una epifanía. Me di cuenta de que lo que realmente me gustaba en la vida era escribir. Y jugaba un poco a ser como Hemingway; viajar mucho, tener mujeres, ir a la guerra, una cosa un poco adolescente quizá. Quería tener una vida como Hemingway, pero escribir como Truman Capote –compara Gutiérrez-. Y estuve escribiendo poemas, cuentos y novelas durante muchos años, pero no me gustaba nada”.

En septiembre de 1994 comenzó a escribir los cuentos que después se editaron en Trilogía sucia de La Habana (1998) durante el “período especial”, en una situación personal “muy difícil”. La voz del escritor, convincente y cálida a la vez, es la voz de quien ha sobrevivido al infierno. “Escribir esos cuentos era como una gran descarga interior. Cuando los terminé, se los di a la editorial Oriente, de Santiago de Cuba. A ellos no les gustaron, se asustaron un poco, y no me los devolvían ni me salían al teléfono –recuerda el escritor-. Un amigo mío fue a Santiago de Cuba y recogió el libro. El libro salió por puro azar hacia Francia, por una escritora francesa que estaba aquí de jurado del Premio Casa de las Américas, y después llegó a Anagrama. La Trilogía sucia… fue lo primero que publiqué con vigor. A partir de ahí empecé a escribir prácticamente un libro por año: El Rey de La Habana, Animal tropical, El insaciable hombre araña, Carne de perro… En el medio, entre un libro y otro, iba escribiendo poesía también. Escribir es un vicio”.

-¿Se publicó en Cuba la Trilogía sucia…?

-Sí, salió el año pasado y se presentó en la Feria del Libro; una edición de 3000 ejemplares, que está muy bien para Cuba, en una edición muy bonita. Aquí me han ido publicando poco a poco… Primero causó un poco de impacto.

-¿Qué fue lo que impactó tanto? ¿Esa voz de los cuentos que es un poco rabiosa, desesperada, escéptica, una voz en el abismo?

-Los estudiosos dicen que en la literatura cubana hay un antes y un después de la Trilogía sucia de La Habana, porque hasta ese momento nadie había escrito en Cuba con esa rabia, con esa furia, con ese desencanto, con esa fuerza, con ese lenguaje incluso. Hay un lenguaje que es el que se utilizaba en los bajos fondos de La Habana de ese momento. Me ha traído muchos admiradores, pero también muchísimos enemigos, muchísima envidia y rencores.

-¿Los rencores vienen por las críticas que hace esa voz sobre la situación que vivió Cuba durante el “período especial”?

-Trabajé como periodista veintiséis años, y sé que es un libro muy manipulable y cada quien hace su propia lectura. Son pocos los lectores que ven el libro como literatura de ficción. Ninguno de esos cuentos son un reportaje o una crónica, pero están escritos de tal manera que se confunde la realidad real con la ficción. Está escrito con esa intención; no lo hice inocentemente, está hecho expresamente. Yo no era un tonto cuando empecé a escribir ese libro. Trato de confundir al lector, que no sepa exactamente qué es real y dónde está la ficción.

-¿Por qué te gusta que el lector crea que lo que lee en tus libros te pasó a vos?

-Quizá por imitar a Truman Capote cuando escribió Desayuno en Tiffany, que llegó a tener demandas de mujeres que decían que ellas eran el modelo de Holly Golightly, el personaje principal. Por otro lado, tengo un gran rechazo a los excesos lingüísticos; no me interesa el barroquismo como idioma. No me interesa el exceso de adorno, de adjetivos, de merengue, en los libros. Soy muy minimalista; en mi periodismo también era minimalista, muy directo. Trabajé mucho tiempo en la Agencia de Información Nacional, que hoy en día es Agencia Cubana de Noticias, entonces me acostumbré a usar el lenguaje cablegráfico: muy duro, muy tajante, muy frontal, sin oraciones subordinadas. Me parece que es muy efectivo escribir de esa manera.

-Los lectores que han leído tus libros recuerdan mucho el lenguaje, por ejemplo la palabra “templar” por coger. Daría la impresión de que tu oreja está muy pegada a lo que escuchás en las calles, ¿no?

-Vivo aquí en Centro Habana, a cinco cuadras de este hotel, desde hace más de treinta y cinco años. A veces en mis libros aparecen direcciones exactas. Aquí cerca hay un club de mala muerte que se llama Palermo; algunos cuentos de la Trilogía sucia… se desarrollan en Palermo. Lo que hice fue utilizar el barrio. El cubano juega mucho con el idioma, inventa muchas palabras y expresiones. Vivo aquí y estoy en este ambiente, oyendo y hablando con la gente. Los temas que toca la literatura son los temas de nuestra clase; el vocabulario es de clase media porque en nuestra clase no se habla de “pinga” o “cojones”. De pronto aparece un señor, que todo el mundo lo conoce como periodista pero no como escritor, y aparece con unos cuantos libros, utilizando un lenguaje soez, ambientes soeces, escribiendo en primera persona, muy metido en toda la mierda y la porquería de esa gente; entonces sé que es muy chocante. Cuando los investigadores de la academia se ponen a leer ese libro, dicen: “Esto es una asquerosidad, esto no es literatura”. Esa fue la reacción inicial; hubo unos pocos que me defendieron aquí, sobre todo a partir de El rey de La Habana. Pero me ha costado muchísimo. Mi literatura es un poco chocante y molesta para la clase media.

Gutiérrez nació en Matanzas el 27 de enero de 1950, en la ciudad de la poeta Carilda Oliver Labra (1922-2018), que fue su profesora de inglés cuando tenía 13 años. Su padre y su madre eran campesinos de la zona tabacalera de Pinar del Río. El escritor recuerda la importancia que tuvo el plan de alfabetización de la Revolución cubana en el '61, porque alrededor de la mitad del pueblo cubano de entonces no sabía leer ni escribir. Cuando terminó el servicio militar, a los 20 años, se fue a trabajar como técnico medio en la construcción, una especie de capataz o jefe de obra. “Hice muchas cosas: corté caña, estuve en el equipo provincial de kayak de Matanzas, empecé a escribir poemas y cuentos y a trabajar por las noches como voluntario, sin cobrar nada, en una emisora de Matanzas: Radio 26 –enumera parte de su itinerario vital-. Un día me ofrecieron que dejara la construcción para trabajar en la radio, y me facilitaron estudiar periodismo en la universidad de La Habana. Yo quería ser escritor, pero sin darme cuenta seguí el caminito del periodismo, que para la escritura fue fundamental”.

-¿En qué sentido fue fundamental el periodismo?

-Estoy convencido de que los escritores que hemos trabajado antes como periodistas tenemos una forma de escribir y una forma de enfrentar el oficio de la escritura diferente. El periodista tiene que trabajar rápido, tiene que hacer una investigación bien hecha antes de escribir la primera palabra; no puede estar improvisando nada sino que escribe muy concretamente: no trabaja por gusto, no escribe por escribir. Además, no usa el idioma para adornar y ponerle merengue a una tarta pequeñita. Todo esto te ayuda a tener una escritura muy eficiente.

-¿Cómo te llevás con la Revolución cubana? ¿Cómo la fuiste viviendo según pasan los años?

-No me gustan las preguntas políticas, porque si nos ponemos a hablar de política no hablamos de literatura, que es de lo que me interesa hablar. Pero voy a contestarte. Hay que conocer la historia de Cuba, haberla vivido, para comprender la necesidad que había de una Revolución tan tajante como fue la Revolución cubana a partir del año '59. Hay que situarse en ese momento histórico. Desde ahora, sesenta años después, es fácil evaluar y decir “debieron de hacer esto”, “no debieron hacer aquello”; es muy fácil hacer estas rectificaciones históricas entre comillas. Fui uno de los protagonistas de la Revolución cubana desde los 16 años, cuando hice el servicio militar obligatorio, de cuatro años y medio; plenamente consciente de lo que estábamos haciendo: cortando caña en Camagüey, haciendo maniobras militares; y después como periodista durante veintiséis años. Un periodista aquí es un trabajador ideológico. Pero también me considero con el derecho sobrado a criticar porque estoy criticando con los pies puestos en la tierra, con todo el derecho moral para criticar en voz alta lo que está mal y con lo que no estoy de acuerdo. Günter Grass decía que un escritor es la conciencia crítica de la sociedad. No sé hasta qué punto eso es realmente cierto o no. Lo que tiene que hacer un escritor es contar una buena historia, sin pretender nada más. Si estás haciendo literatura, no puedes defender nada. Ni una religión ni una postura ideológica ni una Revolución. El escritor puede hacer solo el cincuenta por ciento del trabajo. Yo escribo un libro y si lo escribo bien se va a multiplicar por los lectores que tenga. Que es lo que pasa con las buenas películas o las buenas obras de arte, que son poliédricas y tienen diferentes lecturas, ¿no? Hay gente que ve política en mis libros, pero no pretendo eso. Todo lo contrario. Cuando estaba escribiendo todos estos libros, tachaba sistemáticamente alguna referencia política circunstancial porque no quería escribir un panfleto político. La literatura tiene que ser universal y más intemporal. Crimen y castigo habla de la gente muy pobre en Moscú, en la época zarista, pero no es una denuncia a los desmanes del zar Nicolás II, no es un panfleto político; es una novela y ahí entra, dentro de la consciencia de Raskólnikov, si tiene derecho o no a matar a la viejita. Dostoievski no trató de acusar a nadie. La literatura no puede ser pedagógica.

-¿Por qué te gustan los perdedores?

-Gay Talese dice que las historias interesantes son las de los perdedores, pero no se puede escribir de los perdedores en un periódico porque no te va a publicar esa historia. El periódico quiere la historia del campeón, el que ganó la medalla de oro en la competencia, no del que se partió el tobillo al salir y no pudo hacer la carrera. En la literatura trato de buscar el lado oscuro de la gente, lo que tratamos de ocultar: esas son las zonas más interesantes del ser humano.