¿Cómo interpretar “políticamente” una obra literaria? Viceversa: ¿Cómo se vuelve letra un pensamiento político? ¿De qué modo aloja el mundo esta operación de doble vía que va del pensamiento a la escritura y de la escritura al pensamiento configurando la trama sobre la que se deslizan quehaceres individuales y colectivos? Literatura, pensamiento y política se revelan, así –y si es que estas preguntas fueran pertinentes–, como tres actividades que son, en verdad, partes de un único movimiento: el del mero vivir en común. No es lineal, desde ya, la manera en que se acoplan estos tres sistemas entre sí, y no podríamos decir cuál de ellos es primero, cómo impacta cada uno en los restantes, qué marcas se dejan recíprocamente, qué desecha de las otras, cuando se acoplan, cada una de esas tres actividades. La obra teórico-política de Eduardo Rinesi, desde Política y Tragedia, pasando por Las máscaras de Jano, Muñecas rusas y Actores y soldados, hasta llegar, por fin, a Restos y desechos, es un plexo de reflexiones sobre estas articulaciones.A pesar de que él mismo suele prologar sus estudios presentando a la tragedia como una herramienta útil para pensar lo frágil y precario de la vida en común y anunciando que se sirve de ella para decir sobre la vida entre los seres humanos lo que la ciencia política, por cierto, no alcanza ni a pensar, estamos empezando a creer que Eduardo Rinesi, amén de un funcionario universitario que hizo del derecho a la educación superior un programa de gestión, es tanto un politólogo o un filósofo de la política como un sutil crítico literario. La única condición exigible para aceptar esa constatación es la disposición a relativizar la autonomía de las esferas que la modernidad (con Kant y sus tres Críticas a la cabeza) se encargó de establecer como los campos de las tres experiencias fundamentales, pero separadas, del sujeto: la ética, la ciencia y el gusto. La teoría estética de Rinesi se acopla a su teoría política, y su teoría política, por su parte, se ajusta a su estilo pedagógico y a su modalidad de gestión académica. Con cada libro nuevo, este método va adquiriendo mayor fluidez, y por eso las piezas de Shakespeare, a las que se dedica como ningún otro pensador en la Argentina, son, para Rinesi, cada vez menos un auxilio de la ciencia política, o un ejemplo de lo que la teoría ya dice, y cada vez más la savia misma de la reflexión política, reflexión que casi no se distingue de lo político en sí mismo, ya que sus modos de abordar y designar la experiencia de la vida en común, lejos de rigidizarla –tal como suelen operar las cápsulas conceptuales que emanan de los saberes formalizados–, habilitan la expresión de lo que dicha experiencia calla de sí misma, prefiere no ver o relega a una existencia apenas residual. Restos y desechos es una invitación a devolverle estatuto político a lo residual. Dicho de otra manera: si todo orden político tiende a la totalización, toda totalidad es a la vez necesariamente mocha. Toda totalidad produce lo que resta de sí misma, o bien asimila esa parte maldita pidiéndole a cambio que se des-haga: que se haga, pues, “desecho”.

El primer esquema corresponde a lo que en el libro se llama una “lógica del resto”, que se expresa por excelencia en Hamlet. En efecto, Hamlet es una tragedia (y de tal modo una representación de la inevitable derrota de los seres humanos frente a fuerzas que los superan, llámese dioses o capital) que habla todo el tiempo de restos. Empieza con los restos del padre de Hamlet paseándose descarnado por la explanada del castillo de Elsinor y culmina con el príncipe moribundo solicitando que el resto sea silencio y con la llegada de su colega noruego Fortimbrás, futuro rey de Dinamarca, ordenando, frente al espectáculo de los cuerpos yacentes, que se realicen las exequias y se proceda a la sepultura de los muertos para evitar que sus restos vuelvan a salir de ronda. La superficie sobre la que se despliega esta “lógica del resto” es el tiempo: lo que creíamos muerto sigue acechando, lo pasado sigue actuando en el presente y lo desquicia. Traducido a una lengua más o menos politológica: si el tumulto devino orden, el orden puede devenir tumulto, en la medida en que este nunca ha sido ni puede ser del todo conjurado.

La segunda lógica de la que Rinesi da cuenta en este libro es la del desecho. La pieza de Shakespeare elegida para verla funcionar es El mercader de Venecia, una comedia que, no obstante, contiene tensiones que, si ascendieran a los extremos, podrían hacerla terminar trágicamente. Ya que eso no sucede, se dice que hay “final feliz”, rasgo distintivo de la comedia según puede deducirse de las pocas líneas dedicadas al género por Aristóteles en la parte conservada de su Poética. La “lógica del desecho” no enfrenta al presente con lo que del pasado se niega a descansar en paz (en inglés: to rest in peace) ni al orden con lo que el orden pretende restar de sí (el conflicto, lo contingente, la dimensión instituyente o la amenaza de disolución), sino a una totalidad con una cierta parte suya que, no siendo exterior a ella, solo es aceptable si abandona su condición de parte maldita, si no reclama su parte, si se des-hace y se invisibiliza.

En la comedia de Shakespeare serán los personajes del prestamista Shylock y el mercader Antonio, ciertamente viejos y por lo tanto descartables, quienes asuman ese motivo: solo podrán ser parte de la muy liberal república de Venecia si, desistiendo de su condición judía uno (Shylock) y de su identidad sexual el otro (Antonio), se incorporan al sistema como puros desechos. A diferencia de la “lógica del resto”, la “lógica del desecho” tiene como cauce el espacio: todo orden debe subsumir a alguna o algunas de sus partes como desechos. Llegados a este punto Rinesi esboza una de las conclusiones más bellas de su libro, que concierne a la tarea intelectual: si Derrida sugería tener un oído atento a las voces que nos llegan de los restos espectrales del pasado, corresponde también –sobre todo en este tiempo– tener una mirada preparada para captar las partes des-hechas, los despojos que solo son aceptables como partes invisibles de la sociedad. Así, crítica literaria, teoría política y compromiso ético hacia restos y desechos son los rasgos que distinguen la coherencia de un modelo de pensamiento que nos ayuda imaginar que, a pesar de todo, todo puede ser más justo.