Cualquiera que haya oído los chillidos de las fanáticas de Justin Bieber, cantando y lagrimeando frente a las cámaras antes de sus shows argentinos del 2011, los recordará hasta el día de hoy. Años más tarde, la banda One Direction se convirtió en ese objeto de deseo que fanatiza y obsesiona, que da material infinito para fanfictions y merchandising. Hoy en día, ese lugar pasa a ocuparlo una boy-band de Corea del Sur: BTS. El kpop parece haber llegado para quedarse, los rostros delicados y angelicales de esos siete twinks coreanos se ven impresos en remeras y prendedores que decoran las mochilas en los colegios secundarios y cuelgan de los kioscos en plena calle Corrientes. Sus fans son, en su mayoría, chicas adolescentes. Ahí reside gran parte del odio y las críticas que recibe el kpop en las redes sociales de nuestro país: las adolescentes lo disfrutan. Pero las quejas boomers no detienen su fanatismo, hacen videos recopilando los momentos más homoeróticos de sus ídolos y fantasean con posibles romances que pueden existir entre ellos. Incluso emulan ellas mismas el corte estilo taza que, junto a algún barbijo negro donde se leen las siglas de BTS, completa un look que las hace parecerse a sus idol coreanos. Se reúnen en Puerto Madero para ensayar las coreografías de sus grupos de kpop favoritos. Tienen una estrategia para evadir los costos de alquilar una sala de ensayo: hacen uso del espacio público, usan el reflejo de los edificios como espejo para ensayar.

Si bien BTS es el grupo de kpop que más éxito ha tenido internacionalmente, no son los únicos personajes en el amplio y misterioso mundo del kpop. También hay toneladas de girl groups que intentan abrirse paso en una industria conocida por sus altos niveles de misoginia y estándares de belleza femenina, inalcanzables para muchas y dañinos para todas. Las chicas que aspiran a convertirse en idols de kpop son sometidas a arduos entrenamientos físicos y vocales que empiezan a temprana edad, en algunos casos a los siete años. Para triunfar en la industria deben ajustarse a la perfección las fantasías del público masculino: cuanto menos hetero sea la propuesta, menos dóciles y complacientes las idols, más difícil será atravesar ese camino engorroso. Las integrantes de Mamamoo lo harán entre guiños lésbicos, pelos fosforescentes y, en ocasiones, acciones legales.

Mamamoo es un grupo formado por cuatro chicas: Solar, Wheein, Moonbyul y Hwasa. Conocidas y criticadas por sus besos en cámara, su estética extravagante y los shows donde llevan drags y maricas en tacos altos al escenario, ante las miradas azoradas de otros girl groups menos irreverentes. Su último éxito "HIP", es parte del álbum que sacaron el año pasado, “Reality in BLACK”. "HIP" fue la respuesta de Mamamoo ante el acoso mediático que sufrió Hwasa, la integrante indudablemente más mostra del grupo, después de una escena tan simple como haber aparecido sin corpiño en un aeropuerto. En las fotos, que se reprodujeron inmediatamente en las redes, Hwasa sonríe y saluda con su barbijo puesto. La canción -titulada bajo esa expresión ya antigua en nuestro vocabulario que alude a la moda y las tendencias- hace referencia al incidente del aeropuerto y lo ridiculiza. “Remera manchada, la bombacha afuera, el pelo sucio, si yo lo hago es HIP” en el videoclip vemos a Hwasa convertida en presidenta, con su escándalo en las breaking news. El resto de las integrantes también encarnan puestos de poder en el video: son boxeadoras, artistas, productoras, cantantes de rock. Solar canta enfundada en un traje de vinilo monocromático igual que su pelo, acompañada por un grupo de drag queens.

Deshaciendo el género

Es la primera vez que la idea del género como performance llega al mundo del kpop. Moonbyul, de pelo largo y estética butch, aparece en todos sus conciertos y entregas de premios vestida de traje y corbata, joggins y buzos enormes. En el show que dieron para Queendom, un programa de televisión coreano, Moonbyul salió en todo su esplendor de chonga, ocultando su pelo largo una gorra hacia atrás, arnés y traje rojo puestos, llevando a dos bailarines masculinos en correas. La reacción virtual fue inmediata, la acusaron de odiar y cosificar a los hombres, a la vez que se abría el debate en las redes: “¿dirían lo mismo si una boy-band hiciera esto?”, “¿no saben lo que es el bdsm?”. Wheein, en el videoclip de su single solista Goodbye, una de esas típicas baladas de amor tan populares en Corea, cuenta la historia de desamor entre una artista y su alumna. Los roles establecidos tiemblan, aparecen nuevas piezas en el tablero de posibilidades. Y la sociedad coreana teme esa transformación: en la presentación de Mamamoo para los Melon Music Awards del año pasado, no fueron entrevistadas en la alfombra roja y sólo les dieron cuatro minutos para hacer su show, teniendo que cerrarlo por la mitad.

Los mensajes de odio que recibe Mamamoo, infestados de slut-shaming, apuntan muchas veces a Hwasa, la menos convencional del grupo. Está parada ante una industria donde el ideal de belleza femenino es la colegiala infantil, pálida y delgada, inocente pero sexy: una muñeca que emula un desconocimiento total del propio erotismo. Hwasa, vestida con un body rojo furioso, orgullosa de su piel oscura y su voz potente, es bien consciente de su capital erótico cuando la acusan de “mostrar el orto”, de “no tener el tipo de cuerpo adecuado para el vestuario llamativa que usa”. Con comentarios similares a los que hemos tenido que leer por parte del abolicionismo local, las rad-fem coreanas también se lamentan en sus blogs: “dan un mal ejemplo para el feminismo, habilitan la cosificación de sus cuerpos”. La agencia de Mamamoo, RBW, no es indiferente ante estas agresiones: ya tomó medidas legales en contra de quienes estuvieron acosándolas en las redes. Es más, ninguna de ellas tiene una cuenta personal de Instagram.

El año pasado, dos idols de veinticinco y veintiocho años se suicidaron. Una de ellas, Sulli, cantante del grupo f(x), sufrió años de acoso virtual. ¿Por qué la acosaban? Por no usar corpiño -igual que Hwasa- por mostrar en las redes que le gustaba salir a bailar y tomar alcohol, por dirigirse a sus colegas masculinos con sus primeros nombres, por aparecer en fotos besando a sus amigas, hablar públicamente sobre sus problemas de salud mental y por ser abiertamente feminista y pronunciarse a favor del aborto legal. “Decidir no usar corpiño es mi libertad” decía Sulli, enfrentándose a los medios coreanos. “Cuando subo fotos sin corpiño, la gente habla mucho de eso, y yo podría tener miedo. Pero no lo tengo, porque estaría bueno que más personas abandonen sus prejuicios”. Su amiga Goo, actriz y ex integrante del grupo Kara, también tenía una amplia tribuna de enemigos virtuales. En su caso lo que más avivó las agresiones fueron las denuncias contra su ex novio, un futbolista conocido que la amenazaba con filtrar un video porno de cuando todavía estaban juntos, grabado con una cámara espía. Seis semanas después del suicido de Sulli, encontraron a Goo muerta en su casa. En este contexto desolador resulta imprescindible la existencia de artistas como Mamamoo, que cuestionan los lugares que la sociedad coreana designa a las mujeres y no tienen miedo de romper los mandatos patriarcales con brillo y humor.