La mirada inmensamente negra y brillante, una sonrisa enorme y contagiosa (que pasaba de aniñada a salvaje en un segundo), el abanico de tonalidades con el que hablaba –sabiendo que ahí, en ese detalle sonoro, habitaba la fortaleza de lo dicho, su misterio y su concepción, pero también la contemplación de quien recibía su mensaje– no lograban ocultar para nada su tristeza prácticamente crónica. A veces era una tristeza desoladora, otras una tristeza rabiosa.

Tupac Amaru Shakur hablaba con todo el cuerpo, por eso lo que decía, lo decía convencido: era un cuerpo en carne viva manifestándose. Alocado e intenso, sensible y lúcido, erótico y sexual, vulnerable y heroico, rencoroso y vengativo, justiciero y guerrero, víctima y victimario, ambicioso y desobediente, seductor e irónico, con una creatividad única en su especie y politizado hasta el deseo, Tupac vivía desesperadamente vivo.

“Aunque sé que estoy marcado para la muerte, seré esta llama hasta perder el aliento”, cantaba, y consecuentemente programó durante su último año algunas entrevistas en las que declaraba saber que ya no le quedaba mucho tiempo de vida. Su figura y potencia son tan grandes que a veces perdemos de vista que Tupac tenía apenas veinticinco años cuando lo asesinaron, y los últimos dos años vivió sabiendo que lo querían matar. “Quiero que conozcan mi historia por mí, no por lo que los medios quieren hacerles creer sobre mí. Sé que va a pasar conmigo lo que pasó con Vincent, Van Gogh, seré comprendido y apreciado después de muerto, y cada vez serán más los que entiendan de lo que les estaba hablando y despierten frente a esa realidad”.

En sus últimos once meses de vida escribió dos guiones, grabó más de ciento cincuenta canciones, filmó dos películas (estaba por entrar a rodar una tercera esa misma temporada), y grabó unos cuantos videos, algunos oficiales y otros caseros. Lo dicho: sabía que le quedaba poco tiempo. De todo este material se nutre en gran parte Tupac: Resurrection , el documental estrenado en 2003 narrado increíblemente por él mismo hablándonos desde un “más allá” posible, que logró una nominación al Oscar y supo estar cómodo entre los diez documentales más taquilleros de la historia (a junio de 2019 lo encontramos en el 37º puesto).

No me interesa hacer un repaso de todos los récords que rompió en ventas, de sus largas permanencias en los mejores puestos de los rankings principales, incluso con los lanzamientos póstumos; su irrupción transgresora, innovadora e histórica fue y es indiscutible, y todos esos detalles numéricos están a mano en una simple búsqueda en Google. Pero sí vale decir que con la velocidad y magnitud que su figura crecía también crecía una de las persecuciones políticas y mediáticas más obscenas que se haya visto en la música y, a la vez, la comunión de esos acontecimientos fogonearon fatalmente todos sus fantasmas.

Tupac hizo la diferencia en un ambiente de sujetos pseudo politizados y rebeldes mainstream, a los que expuso con todas sus tibiezas y banalidades. Y tuvo que aprender, sabiéndose un líder natural y carismático, a lidiar con las trampas de sus propias creencias. A su vez, fue una mente excepcional para el hip hop, y lo sigue siendo para la música en general; una mente y una voz que encontró en el grupo N.W.A. (Niggaz With Attitude) –de la mano de los enormes Dr. Dre, Ice Cube y Eazy-E– el antecedente perfecto para fortalecer el rap realista pariendo un estilo propio, más profundo, más político, rozando lo partidista, y aportándole un alto vuelo poético.

Es que Tupac era, ante todo, un poeta valioso, un lector exquisito y un estudioso disciplinado de las obras de Shakespeare, Miguel Ángel y Maquiavelo, entre otros; y nunca dejaba de comulgar sus sensaciones y visiones con su ideología e historia, incluso cuando hablaba de sexo o amor. Por eso fue molesto desde el minuto cero.

Imposible olvidar al vicepresidente Dan Quayle rogándoles a las disquerías de todo Estados Unidos que retiren su disco debut –2Pacalypse Now (1991 )– y a las discográficas que lo hagan a un lado: “No hay lugar para esto en nuestra sociedad”. Imposible olvidar, también, las comisiones arengadas por el Gobierno –televisadas– para desentrañar “las letras sexistas”, su apología de la violencia y la incitación delictiva a la que “empuja a nuestros hijos americanos”. En septiembre de 1995, él respondía desde el Clinton: “Yo no hice a Estados Unidos así de desigual, yo no inventé el delito, las drogas, la vida en los guetos. Yo solo nací ahí. El que me dice gánster no me está escuchando, y el que me quiere callar lo hace porque me escuchó y sabe lo que implica que diga lo que estoy diciendo”. 

Ese primer disco incluía la dramática "Brenda’s Got a Baby" y, de hecho, con este tema Tupac comenzaba formalmente su carrera solista siendo –más que un single de lanzamiento– todo un manifiesto ideológico. Cuando Interscope Records le pidió que por favor evitara incluirla porque “la gente quiere bailar, no quiere historias tristes”, él respondió “la realidad es triste, y yo soy un realista. Este tema se lo debo a todas las Brenda que conocí, sin ese tema me voy a otra parte”. Brenda era una niña de 12 años abusada por un primo que quedaba embarazada y, luego de ser abandonada, sin ningún tipo de posibilidades económicas, tira a la basura a su bebé y comienza a vender drogas y a prostituirse para poder sobrevivir. Finalmente, Brenda aparece muerta. “Cuando canta ‘no sabía de qué deshacerse y qué guardar’ dice tanto sobre lo que es ser una adolescente negra que está incómodamente embarazada... Y fue él, un hombre, quién escribió eso. Es una de las mejores líneas de la poesía, del rap y de la literatura”, dice la periodista Danyel Smith en el documental Hip Hop Evolution.

Pero eran otras las razones que inquietaban al gobierno estadounidense, y no eran (tan solo) cuestiones relacionadas a su vocabulario caliente y a ese movimiento cultural que lo iba tomando todo. Ellos ya sabían que ese joven negro llevaba en la sangre el deseo de una liberación popular, el sueño de una revolución que diera una calidad de vida digna a afroamericanos y latinos, y que, además, soñaba con que esa revolución lograra hermanarlos políticamente “porque en los Estados Unidos estamos en peligro”. Por eso, en 2Pacalypse Now presentaba sus temas como un “informe de todo lo que he visto”, y advertía: “Es mi grito de guerra contra los Estados Unidos”. El problema para el Gobierno, el FBI y los medios era que Tupac había visto demasiado.