En la primera historia de la película de Jim Jarmusch Una noche en la tierra, una jovencísima Winona Ryder rechaza la posibilidad de actuar en una película. Su personaje, una taxista con ansias de dedicarse a la mecánica, se enfrenta a la propuesta de una agente de casting (Gena Rowlands), luego de un traslado entre el aeropuerto de Los Ángeles y Beverly Hills. La mujer, ante la negativa, insiste con una sentencia que cuestiona: “¡Todos quieren ser estrella de cine!” La respuesta: “Eso no es una vida real para mí”.

Pensar en la vida de Vivian Maier, luego de ver sus increíbles fotografías se aproxima a la conclusión de que ella no quiso ser famosa, quizás siquiera reconocida, al menos no por el resultado de esa compulsión-pasión por retratar mucho y más que bien. Maier es el claro ejemplo de lo opuesto al exhibicionismo actual, y aunque se barajan teorías de falta de recursos económicos para el revelado de su material en sus años de mayor producción –por eso no habría mostrado sus fotos– queda también la fantasía, la probabilidad de una decisión que, enmarcada históricamente, terminó siendo un acierto.

En 2007, un agente inmobiliario y presidente de una asociación histórica de Chicago (John Maloof, hoy el mayor coleccionista y mentor de la obra de Vivian) buscaba en remates fotografías de esa ciudad para un libro sobre su barrio, Portage Park. Una caja de negativos y copias –decenas de miles– obtenida por algo menos de 400 dólares resultó un tesoro. Maloof vio que entre esas impecables imágenes había poco de lo que buscaba, pero en cambio encontró un enorme registro del mundo como ya no es. Comenzó a compartir el escaneo de esas fotos en un blog y a intentar investigar de quién era la autoría de todo ese trabajo. La respuesta de los visitantes a la página, fascinados por las imágenes, lo incentivó a vender ciertas piezas que veía claramente como buenas fotos. Un experto le aconsejó no dividir ese archivo y tomándolo se propuso un nuevo viaje. Compró junto a un amigo algunas cajas más en la misma casa de remates y rastreó más negativos, más cajas llenas de película sin revelar, más copias, algunos films y grabaciones de audio en casette, más objetos, su ropa, libros de fotografía y hasta sus cámaras. Y llegó el nombre y con él la noticia de la muerte de la mujer tras la cámara. Su búsqueda se había vuelto dedicación y cada paquete contenía material más potente. Motivado por la curiosidad sobre el pasado de Vivian Maier, preguntándose sus razones para no avanzar en una carrera de éxito –posible, considerando el alto nivel de su trabajo–, optó por ir de a poco pero contundentemente, tras la huella de una historia descubriendo vida y obra.

Maier nació en Nueva York, vivió de pequeña en algún rincón de Francia y se reinstaló con su madre y su hermano en Estados Unidos, donde residió hasta su muerte en 2009. La mayor parte de sus días transcurrieron en Chicago, donde trabajó como niñera por casi cuatro décadas. En su juventud estuvo muy cerca de Jeanne Bertrand, amiga de su familia con buenas conexiones en el mundo del arte contemporáneo, que tenía un estudio de fotografía junto a un grupo de mujeres en Connecticut. La influencia de Bertrand, y seguramente sus enseñanzas nutrieron a Vivian en su ejercicio. Aunque sus inicios fotográficos fueron con una limitada Kodak Brownie, al abocarse fuertemente a su afición, con su hoy mítica Rolleiflex construyó un estilo: el de la lejana cercanía, la empatía con sus retratados y la curiosidad por el andar en la Tierra.

Fue a mediados de los años 50, cuando al mismo tiempo que comenzaba a cuidar niños deambulaba por las calles fotografiando. Una de las cintas de audio encontradas por Maloof guarda la voz de Vivian diciendo pausadamente que la existencia humana guarda el misterio de vivir y morir para dar lugar a otros, a los que llegan después. Su reflexión parece acercarse al hecho de que su prolífico accionar fotográfico coincidiera temporalmente con el fallecimiento de Bertrand y que su muerte fuera apenas unos días antes de que diera con su identidad quien colaboró en posicionarla como artista.   

Vivian usó la fotografía como camino, como puente hacia otros, como compañía tal vez. Y el misterio que encierra su figura propulsa aún más la itinerancia mundial de su obra. Mientras algunos como Ann Marks buscan rastros de los detalles de su vida familiar e íntima, otros hacen homenajes o especulan con el valor fotográfico y en metálico de sus colecciones –Jeff Goldstein, Ron Slattery y algún que otro pariente francés remoto buscados por Maloof en principio o aparecidos tras el boom–.

Difícil hablar de esta artista sin hablar de Maloof, dueño del 90 % del caudal de material fotográfico y fílmico de Maier. Existen libros que compilan fotos en diversas ediciones, sitios web que reproducen las imágenes de distintas formas y más de un documental en relación a la mujer, a la fotógrafa, a la niñera que ella fue. En Finding Vivian Maier, el más renombrado de estos audiovisuales –un documental nominado a los premios Oscar en 2015–, quienes dan testimonio de gran parte de lo que puede saberse de ella son los niños que alguna vez cuidó. Hoy adultos, testigos de su constante fotografiar, protagonistas pero principalmente cómplices de muchas de sus imágenes, confesores de datos que delinean a una señora solitaria, de acento afrancesado, feminista, amante del cine y del teatro, que gustaba vestir con zapatos y sacos de hombre; aunque en la mayoría de sus autorretratos llevara vestidos y sombreros. Datos, sólo datos de una persona fragmentada como su archivo que, claramente cuidado, la sobrevivió para darle otra vida.

En una de las casas que habitó siendo niñera logró tener un cuarto oscuro en su baño. Cuentan los que convivieron con ella que sufría, levemente, el mal de Diógenes y que todo lo guardaba, aunque se la veía austera en sus posesiones. De hecho, esa caja que Maloof compró era sólo una de las tantas que Maier  abandonó en un pequeño depósito que las retuvo cuando ella dejó de pagar el alquiler. Lo demás quedó en casas de familias con las que trabajó o se fue perdiendo. 

Vivian Maier - Street Photographer es el título del compendio de copias que viene recorriendo el mundo desde 2011 y muestra una sencilla, pequeña pero intensa parte del enorme potencial de la fotógrafa. Puede verse en esta serie la antesala de su universo a color, el punto de partida en la confianza de registrar su paso por países como Yemen en su travesía entre Europa, Asia y África, el esbozo de la profundidad de sus autorretratos –confirmaciones de su existencia, de su mirada sobre el gesto, como pruebas de intimidad consigo misma–. Quedan cientos de películas en 8 y 16 milímetros por ver, miles de carretes sin revelar y millones de preguntas sobre su persona para los que, admirándola en su hacer, se sorprenden por el bajo perfil que prefirió en momentos en los que las biografías le ganan a veces a las creaciones que las trascienden.

El violinista Stephen Nachmanovitch dio a la humanidad un ensayo fundamental, Free Play, la improvisación en la vida y en el arte. En este libro, habla de la palabra funktionlust, que en alemán significa placer de hacer. Lejano al placer de lograr un efecto o de poseer (un talento, un nombre, dinero) contiene en ella la posibilidad del juego, del acto como destino único, avanzando en la energía del proceso. En ese tránsito vivió Vivian Maier, permitiendo quizás con deseo o sin él, ser vista a través de lo que vio, ser encontrada por sus hallazgos.

Vivian Maier  (1926 - 2009) The Street Photographer se puede ver a partir del 15 de marzo hasta el 11 de junio en FoLa-Fototeca Latinoamericana, Godoy Cruz 2626, Distrito Arcos. De lunes a domingo de 12 a 20  (miércoles cerrado). Durante todos los días de la muestra se proyectará, en el auditorio de FoLa, el documental Finding Vivian Maier, dirigido por John Maloof y Charlie Siskel.