En tiempos de crisis –económicas y de las otras– uno de los primeros recortes ha sido, históricamente, por el lado de la cultura. Es que se tiende a pensar que es un aditivo de la vida, un elemento de posible postergación. La segunda edición del Festival Monoblock , que arranca mañana en el Abasto Social Club (Yatay 666), es un modo político y artístico de romper con esa idea. De decir que la cultura, y en especial el teatro, son esenciales para pensar la vida en sociedad. Es un espacio de teatro emergente, para ver qué están pensando y escribiendo, qué están produciendo autores contemporáneos argentinos y, a la vez, para darles lugar a mostrarlo.

Nacido como continuidad histórica y lógica del Ciclo Monoblock, que tenía algunos años atrás su razón de ser en dar lugar a quienes le mandaban material a Natalia Casielles –una de las organizadoras del ciclo y el festival–, el Monoblock recibió más de 100 obras este año, entre las que un jurado seleccionó 10 que podrán verse el próximo viernes, sábado y domingo. Antes, entre mañana y el viernes, habrá clases especiales de actuación, dramaturgia, puesta en escena y escritura, a cargo de directores y directoras de renombre en el circuito como Laura Paredes, Valeria Correa, Cristian Drut, Eugenia Pérez Tomas y Sol Pávez.

Consultada por el NO, Casielles (que coorganiza el festival junto a Liliana Weimer y Valeria Casielles) explica que de forma natural la mayor parte del material que llegó refleja a dramaturgos y dramaturgas que tienen entre 25 y 40 años aproximadamente, aunque no había una restricción de edad para participar. El obrar de esa selección “natural”, incidido por las dificultades de una escena porteña restrictiva y achicada por años de políticas culturales que fueron de espalda a los espacios independientes o emergentes, acabó conformando un muestrario de obsesiones generacional. La posibilidad de observarlo y notar qué atraviesa a algunes de los escritores y escritoras actuales es tentadora: ya en 2019 la primera experiencia había despertado el interés de público joven por ver nuevas propuestas en escena.

¿Por qué la búsqueda del monólogo?

--Hay un prejuicio muy grande en relación al género, como que va a ser aburrido, pero en tiempos de redes sociales y tecnología, donde todo el día estamos monologando frente a la pantalla, es híper actual e interesante. Además, es una experiencia suspender toda noción del afuera y suspender el yo por 20 minutos, que es la duración máxima de cada obra, para escuchar solamente lo que tiene para decir esa persona que se para enfrente.

Las obras seleccionadas y que podrán verse son Arde Notre Dame, de Ana Clara Schauffele; Selektion, de Juan Pablo Barrios; El valle de la lágrima, de Julieta Desmarás; Poros, de Laura Sbdar; Los pies mojados, de Gabo Baigorria; Serena Williams, de Lucas Sánchez; Zelda, de Jorge Luis Drechsler; Suyay, de Pilar Ruiz; No duerme, de Verónica Mc Loughlin y Juliana Muras; y ¿De qué vamos a hablar cuando ya no hablemos de la muerte?, de Jimena Aguilar.

Monólogos de locura, de amor y de muerte

Feminismo, capitalismo, el amor, la soledad, los vínculos sexoafectivos. Todo aparece, en diversas dosis y modos, en los monólogos. La obra de Jimena Aguilar, por ejemplo, es una invitación a pensar la soledad aún en la compañía. Esas hermanas abandonadas por los padres que buscan en los rituales, aún los odiados, algún destello de cariño nos recuerdan que estamos hechos, también, de costumbres. Y que en eso puede haber un abrazo.

En la regia y clasista señora a la que le da voz la escritura de Julieta Desmarás, por otro lado, hay un enfoque llamativo sobre mujeres, clases sociales y actualidad. Trae, a cuento de la sororidad y el feminismo, dos paralelas con destino de tocarse en el infinito: ¿puede una mujer que oprime a su sirvienta estar, a la vez, oprimida por su condición de mujer? Puede. Y cómo. Un monólogo del sufrimiento implícito en la estética femenina, en el rol femenino, en la censura del deseo femenino. Y todo lo potenciado de ese sufrimiento cuando, además, explota la llaga de la pobreza sobre la mujer.

El texto de Pilar Ruiz es, en cambio, la presencia de lo femenino agrietado por la clase social, pero, a la vez, sujetado por el amor. Y, ante todo, por la inocencia de la infancia: si género y clase social son, precisamente, roles y construcciones de la sociedad, Suyay nos grita, en una lengua ajena a la nuestra, que habrá que volver a mirar con los ojos limpios, que deconstruir a la sociedad y librarla de opresiones de clase y de género es difícil, muy difícil, pero que son de esos desafíos que valen la pena.

No todo es feminismo, aunque sean los ojos de una mujer las que nos abran el camino. En Serena Williams, Lucas Sánchez pone el ojo sobre la vida de una tenista fallida para reflexionar sobre los mandatos del éxito. De que es mejor no ser que ser algo a medias. De que si vas a dedicarte tenés que triunfar. Y lo hace habitando el universo de lo femenino porque –inteligente jugada de su parte– la carga del mandato es más opresiva para quienes no tienen con qué o tienen el campo minado de antemano.

Y si algo resume el juego de época es Selektion, de Juan Pablo Barrios. Un cúmulo inaudito de preguntas, que en realidad son los caminos que podemos tomar los seres humanos si fuésemos puestos a reflexionar sobre cada cosa de cada día de nuestras vidas. Preguntas más grandes, más elocuentes, algunas más chiquitas, eso sí, pero todas llevan a pensarse y a pensarnos. Un ejercicio inquietante que nos obliga a estar todo el tiempo en estado de alerta porque –parece decirnos– lo que hacemos conforma algo más grande que a nosotros mismos.

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