Desde que asumió el gobierno encabezado por Alberto Fernández, el Presidente ha venido reiterando la convocatoria a la solidaridad y a la unidad de argentinas y argentinos. La pandemia del coronavirus nos enfrenta (porque no se trata tan solo de una invitación, sino de una obligación) a la responsabilidad de ejercer la ciudadanía desde una lugar habitualmente poco pensado.

Asiduamente se habla de la ciudadanía en términos de ejercicio del poder político en sus diferentes formas. Poco –o casi nada- de la ciudadanía como práctica solidaria. La crítica coyuntura de la pandemia se transforma de forma inesperada en una invitación a vivir la ciudadanía desde el cumplimiento de deberes cívicos y sociales tan sencillos como respetar el aislamiento cuando esto corresponda o, más básicamente, tomar las medidas para preservar la propia salud. Porque, en este caso, el cuidado de si mismo, de si misma, es el primer compromiso cívico ciudadano a poner en acción.

Dicho de otra manera. Las conductas sociales en situaciones de crisis están directamente ligadas a la construcción de valores y actitudes positivas y es una forma de participación activa, aunque esto no resulte a primera vista.

Dentro de este criterio se encuadra el mensaje del Presidente cuando, en medio de las indicaciones y los alertas, incluyó la solidaridad y la unidad de los argentinos en su discurso. No se trata de un recurso circunstancial o antojadizo. Es parte esencial de una apelación a la sociedad, a cada una y cada una, para que como comunidad podamos demostrar que atendiendo a una escala de valores éticos y morales, seamos capaces de cargar de sentido la defensa de los derechos humanos.

La ciudadanía demanda coherencia. No puede haber ciudadanía democrática desde prácticas autoritarias, como no se puede fomentar la igualdad o la justicia desde prácticas injustas o desiguales. No respetar las indicaciones de las autoridades sanitarias atenta contra este principio.

La ciudadanía no es una cuestión teórica. Se aprende ejerciéndola y la acción debe traducirse en iniciativas situadas en cada instancia y frente a las diferentes circunstancias. El autocuidado es una forma de hacerlo.

La ciudadanía se aprende con las demás personas, comprendiendo al otro y poniéndose en el lugar de cada uno y cada una. Hoy es convivencia en comunidad en directa implicación con las personas y realidades que nos rodean. No hay lugar para el individualismo.

La práctica ciudadana en situaciones críticas como la actual requiere que las personas tengan voz y oídos, es decir, que se les escuche y enseñe a escuchar, a expresar opiniones y a respetar las opiniones de otros y otras.

Ser solidario en esta coyuntura es cuidarse y cuidarnos, entre todos y todas. Es una manera de demostrar unidad y una forma valiosa y legítima pero generalmente poco practicada de entender y ejercer la ciudadanía.

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