Hay que suspender el fútbol. Es absurdo que los jugadores se saluden protocolarmente con el codo o salgan a la cancha con barbijo, pero después entren en contacto estrecho cada vez que hay un córner o festejen un gol con interminables abrazos convertidos a veces en montañas humanas. Se pueden prescindir de las celebraciones de los goles, pero quitar del juego las acciones de pelota parada es decididamente imposible. Es que, entre otras cosas, hay directores técnicos que no conocen otro método ofensivo que ese.

Antes de un partido, o antes de un alargue o una definición por penales, los jugadores suelen hacer una ronda jurándose ganar cueste lo que cueste, sin advertir que el costo mayor sería el de contagiarse de un compañero apestado.

Pero en general en todos los deportes se producen situaciones poco deseadas en medio de la pandemia y la paranoia reinantes. Ni hablar de boxeo y sus derivados, de lucha, kungfu, karate-do, yudo, aikido, kendo y artes gemelas. Pero hay más peligros en otras actividades deportivas. Un caso muy significativo es el del vóleibol. Hay una red en el medio, no existe contacto entre los jugadores, pero el que vio alguna vez un partido de este deporte sabrá que es el más toquetero de todos. Los jugadores de un mismo equipo se rozan antes de empezar, después de cada tanto ganado, al empezar un nuevo set y al final. 

Lo mismo pasa en el básquetbol con los tiros libres. Al que convierte o yerra el primero, siempre hay alguien que lo saluda con un contagioso toque de manos. Cuando el entrenador solicita un minuto, los jugadores se reúnen en una especie de scrum, cabeza con cabeza. Es muy común también que celebren un buen doble o triple con un salto para chocar las panzas y juntar los rostros.

Del mismo modo, las carreras de posta también son superpeligrosas, en tanto y en cuanto se mantenga la idea de que se pasen el testimonio unos a otros después de recorrer una distancia determinada. El corredor A podría pasarle el virus al B, el B al C, el C al D, y en una sola carrera ya tenemos cuatro casos para engrosar la ya larga lista de infectados. 

El rugby, naturalmente, por razones obvias entraña más riesgo que una aglomeración de hora pico en subte, pero hasta en el ajedrez se pueden producir situaciones de riesgo. ¿Qué hace el jugador cuyo peón llega a la octava casilla del rival? Se convierte en rey. Es raro que un peón se convierta en rey, pero así funciona el mundo del ajedrez. El asunto es que cuando un peón llega al final de su recorrido posible se dice que corona. Y quien dice corona dice coronavirus, con todo lo que esto implica.

Ya sabemos que el precepto que rige al deporte es eso de “mens sana in corpore sano” (mente sano en cuerpo sano). Y eso hay que cuidar. Suspendamos todo de una vez.