El Gobierno lanzó un paquete de medidas inimaginables dos meses atrás. No hay incongruencia, ocurre que el mundo cambió. Los grandes países declaran virtuales estados de sitio. Ramas prósperas de la economía global caen en picada: turismo, grandes espectáculos, deporte de alta competencia, las Bolsas de Comercio.

En un país azotado previamente por la estanflación, la muerte amenaza por dos vías: el coronavirus y el devenir de la economía. La respuesta oficialista es integral, en sentido contrario.

Se cumple la promesa del presidente Alberto Fernández: poner plata en el bolsillo de los más vulnerables. Pagos de suma fija para jubilaciones mínimas y Asignación Universal por Hijo. Hasta ahí, repite un rumbo iniciado.

La novedad más notable es un conjunto de medidas dinamizadoras de la economía con el Estado como promotor y émbolo. Generación de obra pública, preservación de los puestos de trabajo existentes y hasta reactivación de la capacidad productiva ociosa.

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Alberto Fernández y su equipo leen que todo conducía a la parálisis. Los muertos no pagan, avisaron de entrada a los acreedores. Una economía agonizante no sirve siquiera para dar respuesta seria a la crisis sanitaria y arrastra a una crisis social generalizada.

En unas semanas de peste asomaron virtudes y defectos de la sociedad argentina y de su elite económica. La especulación con alimentos o insumos imprescindibles cobró niveles colosales. Fernández venía diciendo que sería implacable con los remarcadores seriales. Profería un grito en el desierto, una advertencia sin sustento porque no contaba con instrumentos para concretarla. La fijación de precios máximos dota de congruencia a su mensaje. Suscitará discusiones entre economistas VIP quienes le dirán que vuelve al pasado. Claro que el fenómeno es generalizado; no un invento populista: España, Francia y Alemania cierran fronteras mientras Estados Unidos bloquea el intercambio con Europa.

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Se revitaliza el programa Repro, creado por el kirchnerismo para ayudar a las empresas que afrontan caídas bruscas. Solventando parte de los salarios se procura preservar puestos de trabajo contra la tendencia procíclica del mercado.

Se añaden medidas dinamizadoras, proactivas. La obra pública en especial. La resurrección del Procrear añadiría plata para construir, a nivel más micro.

Los ministros Martín Guzmán y Matías Kulfas abandonan la hipótesis de compatibilizar equilibrios fiscales y economía templada. La tremenda capacidad ociosa de la industria se transforma en una oportunidad no en un karma imbatible. Es posible ponerla en pie, apuestan con financiamiento novedoso.

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A minutos de los anuncios, este cronista entiende que la jugada es la mejor disponible en medio de la oscuridad. Que acechan riesgos por doquier, desde ya. Pero la quietud conducía inexorablemente a la bancarrota, cientos de miles o millones de despidos, potenciación del industricidio macrista y extorsiones al consumidor de artículos de primera necesidad. Se procede en el sentido correcto, con audacia, contra el fatalismo. Seguramente en las próximas semanas heterodoxias análogas, en defensa propia, germinarán en los principales países del mundo.

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