En “Navegación a la vista”, Gore Vidal recorre su vida apelando a las películas del cine como el género con que filtra su relato porque, como bien escribió, en sus años mozos, esa industria cultural era el filtro práctico por el cual la experiencia de vida diaria era moldeada. Antes, recuerda, lo fue cierta literatura popular urbana por medio de la cual se formateaban, a grandes rasgos, los modos del estar el día a día. Hoy, lejos de la primacía de los géneros literarios, del cine y de la TV, y ante la proliferación (no igualitaria) de consumos culturales que combinan el celular, Netflix, cable, noticieros de acá y acullá, no dejan de aparecer en los relatos de gente de oficina, universidad, charla informal en calle o anden, referencias a series (varias de muertos vivos y hasta “Godzilla” como horizonte de desastre), de esas pelis que solo podés ver en horario inaudito en algún HBO (por ejemplo la repetición de “Contagio” en los horarios más diversos sin restricciones de acceso). 

Esas apelaciones a “imágenes en movimiento” (nuevo modo de referirse a las producciones audiovisuales), se combina con navegaciones menos iluminadas que las de Gore Vidal: el uso brutal de buscadores de frases como: “¿Quiénes son grupos de riesgo coronavirus?”, “Coronavirus y sida”, “¿Sirven los barbijos para el coronavirus?”, “¿Secadores de pelo y combate del coronavirus?”, “El uso de limón contra el coronavirus”, “El aceite de coco como barrera nasal”, “Si hay moco, no es coronavirus”, y sigue el carrousell de afirmaciones sin fuente, válidas preocupaciones a la que se tardó en dar indicaciones, y mantras con el hartante tonito moderado de la new age que cree que sida, cáncer, dolor de uña, callos, raspaduras y caspa son igualmente superables con una combinación de voluntad “mental” y algún yuyo que la multinacionales ocultan.

Virus y ciencia ficción

Lo cierto es que ese bicho, tan bellamente geométrico tal como lo retratan en cuanto noticiero y programa veas desde la siete de la matina hasta pasada la medianoche, avanza y avanza. Entre ese pavoneo erótico de bola con corona y la proliferación de data y data (según Melinda Davis se producen dos exabytes de información al año en todo el mundo) a más de uno nos agarró una faringitis que descartamos como coronavirus por indicaciones televisivas y wasaperas que tos con moco no daba corona, sino un resfriado nac & pop. No hubo lugar “serio” hasta el lunes 16 de marzo con data precisa sobre vih y coronavirus. Por el contrario, sin distinguir cargas virales (CD4), un sitio español alardeaba a no hacer diferencias ni producir discriminaciones: un progresismo bobo que por idealismo lavado te aplana la complejidad de la realidad, convirtiéndola, en este caso, en un tobogán empinado para más de un*. Y así le va a España. A principios de esta semana, en el nuevo protocolo que el Gobierno Nacional difundió se establece claramente, entre otras cuestiones, que personas con carga viral detectable deben tomar licencia obligatoria, y a otra cosa mariposas, es decir, a casa a seguir viendo la bolita coronada en cuanto programa te propongas o devorar con ansias, y una botella de lavandina a mano (aviso que solo desinfecta superficie no vivas, por las dudas), alguna de esas películas de transmisiones virósicas que hacen caminar fiambres (también sin vida) o permite un paso de cuerpo a cuerpo (con vida) de seres alienígenas.

Virus for export

Cuando se supo que el virus nació en China, hubo una esperanza que la histórica muralla limitará la faena del COVID19 al patio trasero del imperio suplerpoblado. Pero claro, esa China no es esta megapotencia que concentra empresa (con sus CEOs) y dispara turistas desde Ushuia hasta Oslo. Y en esta ciudad, los supermercados que no son solo de chinos, sino también de coreanos (¡No son iguales!), no faltó el vivo que le espetará “¡Qué hacé, corona! A un empleado que le devolvió la gentileza con una ñapi en el morro: pura multiculturalidad porteña. Para colmo, a este componente étnico, después se le sumó que comenzó a ser importado por quienes en estas épocas de malaria, en la que guardamos el dólar del elefantito de cerámica como si fuera un “kourus”, a vari*s le pareció lejano y hasta un latigazo a la chetocracia “tipo” la especialista en corte y confección Carmela Hantou, de Pocitos, Montevideo, en el nuevo y blanco Uruguay fuertemente ladeado a la derecha. ¿Hantou se cree inmune como los repartidores de chancho en helicóptero? ¿O es como dijo Verónica Llinas en un microvideo: ¡No me iba a perder la oportunidad de mostrar la nueva cartera de Milán!?

A vari*s, por suerte, nos quedó la memoria física de la gripe A y nunca largamos el alcohol en gel, es más, contamos con reservas codiciadas por lo que quizá debería firmar de manera anónima esta nota ya que me llegan noticias que se arrancaron un dispensador de gel bactericida en una estación de subte y que varios comercios debieron pegar sus frascos frente a esa costumbre tan criolla de que si lo necesito “YO”, me lo llevo sin pagar, de ser necesario, y me cago bien en el que venga detrás de mí. Quede claro que mis reservas no las socializo, no por codicioso, sino porque también tengo miedo. Pero no del común, ni pánico, sino como una molestia devenida una especie de alerta que vi en los ojos de quienes hoy nos animamos a tomar la línea A de subte para ir a la oficina, viajando como estatuas sin movimiento, ni siquiera para arrojarnos a los asientos que se liberaban: la recomendación de tomar distancia está funcionando como el codo con codo y el menos común y rapero pie con pie, que much*s a esta altura del devenir biológico nos dejaría en evidencia que ya pasamos la línea media de la curva, camino al descenso, al perder, seguro, el equilibrio y terminar en un policlínico por quebradura.

Los enemigos invisibles

Saber que el problema es el nivel de los CD4 y no ser una persona con vih y sida es una herramienta de doble filo, porque los CD4 también pueden ser bajos en otras patologías, por lo que en todo caso no se es “grupo de riesgo” por un virus, sino por una variable común a otras dolencias. Pero dolencia al fin. Por eso, andar comparando, con tono que no tranquiliza, la diabetes con el vih y sida sigue siendo una operación facilonga y peligrosa, porque el carácter crónico, y cada vez menos mortal, no deja de alertarnos que estamos en compañía de posible fragilidad que se suma a todas las que debemos soportar en nuestras vidas, que en por estos lares vienen muy maltratadas.

Sostiene Melinda Davis: “La certeza de las amenazas que se ciernen sobre nosotr*s ya había pasado elocuentemente a un territorio invisible con el sida mundial y las toxinas ambientales, conocíamos íntimamente a los enemigos invisibles… Ahora, los nuevos depredadores macrobiológicos viven de forma tan invisible como las amenazas microbiológicas… Afrontamos problemas para reconocer la realidad y experimentamos lo que la comunidad psiquiátrica denomina desrealización: No sé, pero a veces siento como si nada fuera real.”

 

El COVID19 vino a recordarnos que nuestra fragilidad es y no es común, y que en esa diferencia debemos siempre reinventar modos de vida más amables para después de esta tormenta.