La Comisión Económica para América Latina y Siglo XXI Editores acaban de publicar El Sueño Chino, del economista chileno Osvaldo Rosales. El libro contribuye al debate entre hispanoparlantes pues hay pocos textos en español sobre la historia económica reciente de China, antecedentes y actualidad, futuros posibles

Este trabajo del ex funcionario de la CEPAL y el gobierno de Ricardo Lagos -para el cual negoció el pacto comercial con China- lleva el subtítulo “Cómo se ve China a sí misma y cómo nos equivocamos los occidentales al interpretarla”, que remite más bien a las malinterpretaciones, adrede o no, de Estados Unidos.

El libro rastrea pistas surgidas ya con Sun Yat-sen en la Revolución de 1911 para el “sueño chino”, idea recuperada y elevada a lema oficial por el actual líder Xi Jinping; la creación de la República Popular en 1949 y el rol de Mao Zedong (Rosales es bien crítico: acaso faltó referir no sólo errores cometidos, como sí hace, sino también logros educativos, alfabetizadores, de reconquista del orgullo nacional); el de la otra gran revolución de Deng Xiaoping y su Reforma y Apertura; los actuales desafíos locales y mundiales, como el Made in China 2025 y la iniciativa La Franja y la Ruta, y finalmente la guerra por la hegemonía tecnológica con Estados Unidos. 

Cash dialogó con Rosales en Buenos Aires, adonde presentó su trabajo.

El coronavirus estalló ya con el libro publicado, ¿cómo analiza su impacto en la economía china y en la globalización?

- Por ahora es todo muy tentativo, estamos encima del fenómeno. Los informes y análisis apuestan a que China lo controle en el primer trimestre o para abril, y que en el resto del mundo se atenúe. Si fuera así, es posible esperar que la economía mundial se reactive con un rebote de la economía china de allí en adelante. JPMorgan estimaba 6 por ciento anual de crecimiento en China en el primer trimestre, antes del coronavirus. Hoy se calcula 2 a 3 por ciento. Pero algunos hablan de una contracción incluso, sería la primera desde la Revolución Cultural, algo de gran envergadura. Leí que en 30 días China, por el cierre de fábricas, dejó de contaminar el equivalente a todo lo que emite Nueva York en un año, es brutal. Si el escenario es tan grave y el virus no estuviera ya controlado para antes de mitad de año, lo más probable es que el PIB mundial se expandiera sólo 1,5 por ciento, la mitad de lo que fue en 2019, y en ese escenario, países como Japón o la Unión Europea estarían en recesión, sería muy complicado.

¿La clave es la relación entre China y las transnacionales?

- Es que la irrupción china facilitó la integración de las cadenas de valor y de suministro. El dilema de empresas como Apple, Toyata, Kia, las 500 de Fortune con presencia en China, se da entre la eficiencia y la recepción de los suministros que utilizan para producir. Si la epidemia sigue más allá de mitad de año, esos conglomerados deberían cambiar a sus proveedores por otros más seguros, pero más caros. Eso afectará la demanda por suba de precios y la economía global tendría un escenario más difícil. Pero todo eso es meramente especulativo. Debemos esperar los resultados del primer trimestre en China.

¿Qué es el Sueño Chino?

- Un proyecto que intenta reconstruir la normalidad histórica según China, que fue primera potencia hasta los siglos XVI/XVII. Luego vino una decadencia con clímax en las guerras del Opio del siglo XIX, su reparto entre las potencias colonialistas que instalaron un protectorado y la ley del invasor, primero Inglaterra y luego Francia, Rusia, Estados Unidos, más tarde invadió Japón. Fue para los chinos “el siglo de la humillación” y llegó hasta la revolución de 1949. Entonces, lo que ha surgido es esta idea de que para 2049 -a un siglo de esa gesta- China vuelva a ser lo que era antes.

Pareciera que sus claves son la innovación productiva, el énfasis en ciencia y la tecnología y más involucramiento en la arena mundial.

- Es así. La innovación es crucial en esta fase de las reformas, y Occidente malinterpreta varias cosas, por ejemplo la baja del PIB, digamos del 10 al 6 por ciento anual, lo cual buscó la propia China para evitar conflictos ambientales, distributivos, incluso políticos. Hoy importa la estructura del crecimiento, pasar de manufactura pesada a la inteligente. Y en eso, así como en lo ecológico, la eficiencia energética o el desafío demográfico (mantener a la tercera y cuarta edad, el peack ya se alcanzó en 2017) está la innovación y la productividad. En ciencias, Xi es el líder internacional más pendiente. Es ingeniero y tiene gran saber sobre las cadenas globales de valor y las nuevas tecnologías. Sabe que hoy la fortaleza la da la economía de los datos. Y otro gran desafío suyo es liderar la ciberseguridad. Para todo eso se requiere mucha educación y trabajo calificado, y es parte de ese sueño chino que viene de Sun, de Zhou Enlai, de Deng, ahora sigue con Xi. Hay una continuidad.

¿Y sobre el rol externo?

- Un legado de Deng fue que China debía lucir bajo perfil. Ahora Xi es mucho más asertivo y lo rompió (así como rompió también, en el plano interno, con tener una dirección de gobierno colectiva y de mandato limitado). Xi lanzó la iniciativa la Franja y la Ruta, los BRICS y su Banco de Desarrollo ya iniciados por Hu Jintao, el Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura y otros entes que cuestionan la gobernanza global y probablemente produjeron una reacción en Occidente, por ejemplo de Donald Trump.

Con esas entidades paralelas al orden global –como también la Organización de Cooperación de Shanghai-, ¿China busca romper el esquema institucional de posguerra o negociar y forzar su mayor peso en él?

- Combinar ambas. En teoría, un Occidente más perceptivo concedería a China o a India y otros emergentes, lo que se ganaron. Es evidente que el rol de esos países en el FMI, el Banco Mundial o la ONU está subvaluado. Es legítimo que busquen otras vías. La peor reacción que puede tener Occidentes es querer evitar la irrupción china. Hay que acomodarse a esa nueva realidad y a la cooperación en temas ambientales, combate al terrorismo o a epidemias como el coronavirus. Son ejemplos de la necesidad de entendimiento mutuo y de incluir a China en las soluciones.

La disputa con Estados Unidos ocupa buena parte del libro. ¿Cómo evolucionará?

- Creo que en esta guerra tecnológica y no sólo comercial, mientras más amplia sea la agenda de conflictos y más breve el plazo dado a China para hacer reformas, la posibilidad de un acuerdo se acerca a cero. Por tanto, dado que Trump y sus funcionarios activos en el tema (Mike Pence diciendo que hay que derrotar a China, o Peter Navarro, Mike Pompeo​) elevaron tanto la vara de la puja, es claro que habrá un conflicto de largo aliento. La pregunta es si Estados Unidos podrá imponer su batuta en todos esos dominios, y la respuesta es no. Será un conflicto largo, con incertidumbre en los mercados, con victorias y derrotas parciales y sectoriales, fases de paz, fotos y acuerdos, y otras de recrudecimiento del conflicto.

Al hablar de los riesgos de una nueva “guerra fría”, advierte que para América latina entrar en ese juego sería un error estratégico.

- En efecto, creo que cuando Pompeo visitó Argentina, Chile y otros países mostró las cartas y con poco talante diplomático dijo a sus líderes que había que cuidarse de Huawei. Pero el desarrollo del 5G es clave para las tecnologías disruptivas: inteligencia artificial, internet de las cosas, big data, e-cloud. ¿Nuestros países deberían esperar a que Estados Unidos alcance a China en esa carrera? ¿Desperdiciaremos 2, 3, 4 años de nuestra capacidad productiva y tecnológica hasta que Estados Unidos se equipare? Huawei estima que tiene una ventaja de al menos 2 años. Y que para 2030 ya irá por el 6G. Para nuestros países es imperativa la introducción y masificación del 5G. Eso ofrece un salto a la telemedicina, a la tele-educación, a la calidad de los servicios públicos estatales y privados. No podemos renunciar a mejorar la calidad de vida y la productividad hasta que alguien defina afuera lo que políticamente nos conviene adentro. La región debe evitar alinearse y buscar diálogo y cooperación con China, como con Estados Unidos o Europa, en función de nuestros intereses. Ahora, para eso lo mejor sería tener espaldas más anchas y acordarse de la integración regional, que pasa por un pésimo momento. Es más urgente que nunca que Mercosur y la Alianza del Pacífico converjan gradualmente en torno a uno o dos proyectos estratégicos para encauzar la relación con China en un diálogo mucho más equilibrado.