La revolución estalló frente a sus ojos. Los muertos comenzaron a contarse por decenas cada día. Los amigos que había hecho escapaban del país. En su barrio brotaban barricadas y morteros en cada esquina. Se cancelaban los vuelos internacionales. Las universidades estaban tomadas. Los estudiantes eran secuestrados a plena luz del día, torturados de forma clandestina y devueltos a la calle. Los sacerdotes caminaban sobre las rutas como escudos humanos. Se cerraban los hoteles. Los paramilitares fusilaban niños y adolescentes desde las azoteas de los edificios. A mediados de abril del 2018, cuando en Nicaragua se desató la llamada “Revolución de abril”, la periodista ecuatoriana Sabrina Duque –que vivía allí hacía poco más de un año–, sintió dos fuerzas opuestas que se debatían adentro suyo: el miedo por su vida y la de su familia y la extraña certeza de que estar en ese país la convertía en una periodista con suerte.

Duque se había instalado en Nicaragua luego de ganar la Beca Michael Jacobs de Crónica Viajera –entregada por la Fundación Gabo– que le permitió financiar un proyecto de libro con el que ambicionaba retratar ese “amor suicida” que sienten los nicaragüenses por sus volcanes. Y de pronto se encontraba sumergida en uno de los procesos sociales y políticos más intensos que se vivieron durante el siglo XXI. Volcánica. Crónicas de un país en erupción (Debate) es el resultado de esa turbulenta experiencia atravesada por un cordón de más de veinte volcanes y una sociedad que escupía fuego frente a las decisiones de su gobierno. Un libro de doce crónicas pacientes y convulsionadas en las que la historia del segundo país más pobre de América Latina avanza errante hasta volar por los aires.

“Cuando empezó la revolución de los nietos del sandinismo, yo tenía casi listo el libro por el que había ganado la beca. Pero si lo presentaba así iba a sentir una vergüenza profunda de abstraerme de lo que estaba ocurriendo”, dice Duque, reconocida por los perfiles que publicó en la revista peruana Etiqueta Negra, a través de una videollamada con Página/12. “Fueron dos meses en los que me quedé paralizada, sin saber cómo escribir lo que estaba viviendo”.

La respuesta la encontró en un personaje que para ella se conservaba entre los pliegues de la historia: el antropólogo Carlos Tünnermann. Ese hombre que había descubierto las ruinas de León Viejo –una ciudad borrada del mapa por la erupción del volcán Momotombo–, rector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, embajador del sandinismo ante la Organización de Estados Americanos, uno de los símbolos de la lucha contra la dictadura de Augusto Somoza, se convertía con 85 años en trending topic disparando contra el gobierno de Daniel Ortega, que decidía quitar partidas cada vez más grandes destinadas a la previsión social.

“El perfil de Tünnermann fue la clave. En su vida se cruzaban los volcanes, las dictaduras y la revolución. Todo estaba atado. A través de su figura también se podía ver eso de que Ortega y Somoza son la misma cosa, que fue una de las frases que encendieron la revolución”, explica Duque. “Ese hombre que hablaba de un país en erupción era tomado por los jóvenes como un faro”. La clave que había descubierto no estaba alejada de aquella idea que la llevó hasta Nicaragua: la revolución también estaba atravesada por los volcanes.

Volcánica va creciendo entonces desde los cimientos de esas formaciones colosales y destructivas, capaces de arrasar una ciudad en minutos y de convertirse en el centro gravitacional alrededor del que se ordena una cultura. Se trate de la poesía de Rubén Darío o de Ernesto Cardenal, del sello postal que le costó a Nicaragua la posibilidad de tener un canal que una el Océano Atlántico con el Pacífico, de las laderas de ceniza negra sobre la que los Nicas surfean, de las que albergan más de tres mil muertos luego de un alud, o de las huellas fundacionales conservadas en lava petrificada. Los volcanes van abriendo paso a una historia que, arribando a la mitad del libro, chocará con el capítulo “Cerrado por revolución”. Entonces la sombra de los volcanes se extenderá sobre los sinuosos caminos de la revolución sandinista. Sobre los curas que exorcizaban demonios en sus fauces y los frailes franciscanos que en este siglo se enfrentan a las balas. Sobre esa revolución de los nietos sandinistas que contaba más de 400 muertos y otros tantos desaparecidos cuando, en enero de 2019, Sabrina Duque puso punto final a su libro.

“Las crónicas funcionan como instantáneas de un proceso que todavía no terminó. Hoy quizás lo que se vive más es una resistencia silenciosa. Las fumarolas, los labios pintados de rojo, los confetis y los globos al aire. Es una resistencia que aparece y desaparece. El ambiente sigue siendo el del miedo”, dice Duque acerca de los meses posteriores a la salida de su libro. “Pude presentarlo en Costa Rica y lo que encontré fueron muchos Nicas exiliados y con mucha soledad encima. La agenda de los medios latinoamericanos está puesta sobre Venezuela y lo que ocurre aquí termina muy tapado. Para ellos el libro funcionaba como una constancia de todo lo que había ocurrido”.

-A lo largo del libro el misterio que va aparejado a los volcanes es el del carácter temerario de los nicaragüenses. ¿Cómo analizaste ese vínculo?

-Hubo un hecho que ocurrió después de la salida y que me hizo ver eso con claridad. En una charla con especialistas que vinieron a Nicaragua de la Comisión Internacional de Derechos Humanos (CIDH) me contaban que en todos los países está el pudor instalado de una madre o un familiar al hablar de sus muertos, de alguien que ha sido torturado, hacinado, desaparecido. Y siempre llevan las fotos de las personas vivas para buscarlas. Aquí les llevaban las fotos de los cadáveres. Ellos viven con la amenaza de volcanes a punto de hacer erupción, entre doscientas fallas tectónicas que hacen temblar la tierra a cada rato. Y no se lo plantean desde el miedo. Esa es la belleza de los Nicas. Podría parecer de lejos como si no le dieran el valor a la vida. El único sentido de preservación que existe es el de la familia. Creo que tiene más que ver con una capacidad de inmolarse para que algo resulte bien al final.

-Volcánica nace como un libro de crónicas de viaje en el que se terminan imponiendo una sociedad en erupción por sobre el paisaje. ¿Qué es lo que se busca al viajar?

-Creo que el paisaje no importa tanto como las personas. La cultura, las palabras, la comida, es lo que le da vida a un lugar. Si estás en Brasilia y miras el descampado que hay entre esa ciudad y las ciudades satélites, quizás esa foto podría ser la de una sabana africana para quien no conoce. Los paisajes son parecidos: la nieve, los cráteres, los volcanes. Creo que viajar en el fondo se trata de entender cómo los seres humanos aprendemos a vivir determinados por los escenarios que nos rodean.