Un ánimo productivo invade esta cuarentena obligatoria. El avance del número de casos no amedrentó la participación en redes vía streaming en vivo y directo de musiques conocidos o ignotos, no desaceleró la recomendación de lecturas con su consecuente video para compartir, no aplacó las recetas de comidas ni las clases de yoga que se encuentran rápidamente en vivo o grabadas. Por lo menos diez lecturas colectivas en algunos pocos días y hasta poesía en un sillón contra la abstinencia lírica. Un ánimo de no parar, de seguir, y una intención ¿vital? ¿compulsiva? de reproducir la misma vida de afuera pero adentro. ¿Será que es posible? Bien lo sabemos les que vimos el closet desde adentro que no es lo mismo, que a puertas cerradas es una cosa y afuera es otra, bien lo saben también les que hicieron de ese afuera un orgullo político visibilizando un adentro prohibido. Sin embargo, hay que hacer, mucho hay que hacer parece, y no quedarse quietes. Vestirse, hacer yoga, cocinar o postear pensamientos concienzudos. Me pregunto por todes aquellos que solidariamente y sin redes se acercaron para ayudar a alguien. Desde mi ventana pessoana por la que transcurren los días observo: dos mujeres grandes (grupo de riesgo le llaman) caminan juntas, muy juntas, codo a codo, cada una lleva una bolsa, no son amigas, ni hermanas ni nada de lo que la heteronorma infiere, tal vez hasta estén casadas. Me veo a mi caminando y por un momento soy ellas. Me quedo mirándolas y hasta pienso en bajar y decirles, amigas no salgan más, les hago las compras yo, pero en cuanto me corro de la ventana se meten en el edificio de enfrente y vuelvo a recostarme en el sillón sin hacer nada, completamente nada, solo mirando al techo, recordándome en ese futuro imaginado. Extiendo los brazos y me quedo así un largo rato, el tiempo es otra cosa. Con esa misma mano extendida por fuera del sillón agarro el celular y entro a twitter, Gabriela Cabezón Cámara comenta en dos tuits de 140 caracteres esto: “Todos los que están convencidos de que el tiempo tiene una extensión objetiva, perplejos: ahora se derrite y se estira leeeeeeento. Y rápido a la vez. Hacer un mate es una decisión, luego hacerlo, luego tomarlo. Ahí se te va una hora. Y así se acaba el día. Como si el tiempo se fundiera sobre sí mismo”. Y así como el tiempo se vuelve otro, la maquinaria espectadora de aquel que escucha o lee también debería entrar en ese otro registro, en el del tiempo no productivo si tal cosa existiera, en el de la contemplación inútil. Ya no el dolce far niente, sino el nada hacer para que otra cosa cure. Leo un artículo de Franco “Bifo” Berardi que recomendó en facebook la poeta y traductora Bárbara Belloc. El artículo es una suerte de diario del pensador italiano en el que une reflexiones en torno a la coyuntura con una mirada histórica reciente del contexto en el que surge el coronavirus. Dice ahí: “10 de marzo «Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín». Esto está escrito en las docenas de cajas que contienen barbijos que llegan de China. Estos mismos barbijos que Europa nos ha rechazado”. Todo el artículo se puede leer en la página de la Editorial Caja Negra. Abandono esa lectura, con los ojos un poco cansados de pantallas pienso en ese librito hermoso de los poemas de Safo. Un pequeño libro turquesa intenso con una palmera en el centro y en letras negras Safo. Es una traducción del griego de Bárbara Belloc y Alcira Cuccia. Una edición de la editorial pato-en-la-cara, un libro de 2006: “mis pensamientos hacia ustedes, bellas,/ no cambia”, dos versos que son un caricia para recordarnos que hay que cosas que no cambian y para entrar en otras lecturas, para que el presente se una al pasado y pueda leer la selección de poemas que mandó Puntos Suspensivos Ediciones “Queertena”. Sus editores, Gaita Nihil y Ese Montenegro pensaron una antología: escrituras escurridizas para la liberación de los cuerpos en cuarentena. Así se arman las horas, entre miles de wassap que también tienen recomendaciones y consejos, y en el mejor de los casos no obligaciones para leer sino convites amorosos. Recibo uno así: “úsalo en caso de emergencia, no está en Spotify” y cinco audios seguidos con bellas canciones. Cierran las fronteras pero las cosas siguen pasando. No fue una emergencia sino la curiosidad. Magela Ferrero salió del celular. Casi una caricia en una voz. La intimidad que logran sus letras y la guitarra que la acompaña. Magela, nombre de la tierra de los mejores nombres (Idea, Marosa, Circe, Armonía) armó la tarde recordándome que no todo está on line, que como se pasaban los casettes a veces así circulan los audios. Disposición lectora entonces que debemos cultivar para que la lectura haga algo o por lo menos se extienda en el tiempo y en el espacio junto a nosotres. Una amiga me recuerda a Emily Dickinson, me manda un poema de ella. Es que hace poco y sin cuarentena le recomendé una serie mala. Tan mala que quedamos prendida de ella. Es una serie web estadounidense de comedia creada por Alena Smith y producida por Apple TV+.​ La primera temporada se estrenó el 1 de noviembre de 2019. Una versión adolescente de la vida de Dickinson, una actualización de ese supuesto encierro con trap y una Emily adolescente, latina y feminista. En la serie, la muerte es una suerte de Lenny Kravitz que aparece en un carruaje volador, Emily está siempre excitada y no oculta su amor por la novia de su hermano. Pasean y salen juntas. Nada de estar en su cuarto escribiendo poemas. Porque claro, ¿a quién iban a convencer de que se puede pasar 30 años en un altillo sin IG o IGTV ? Entonces voy a un libro de ella: “Preferiría ser amada” de Nórdica Ediciones, un libro ilustrado: “en esta breve vida/no más larga que una hora/ cuánto, cuán poco/ nuestro poder atesora”. Una vida tan corta como una hora o al revés, una hora que parece una vida. Aquí el tiempo: para desperdiciarlo, para entretenerlo, para verlo como la ficción que es. Sin recomendación.