Tal como se dijo en el Volumen I del recuento de discos de rock que Página/12 ofreció a sus lectores, el distanciamiento por la pandemia hace que abunden las recomendaciones para dejar pasar las horas en el hogar. Y eso incluye a la música: en la era de las canciones, ¿por qué no volver a escuchar y disfrutar albumes completos, tal como fueron concebidos? Aquí va una nueva selección del Siglo XX, un Volumen II en el que se hace necesario volver a aclarar que no se trata de una especie de caprichoso ranking de "lo mejor", sino simplemente un juego con parlantes. O auriculares, como se prefiera.

In The Court of the Crimson King, King Crimson (1969)

El año pasado, Robert Fripp trajo a su bestia de tres bateristas a celebrar en el Luna Park los 50 años del disco debut. Y los que temían por un aquelarre de sonidos setentosos, anacrónicos, salieron con la mandíbula batiendo contra el piso. Es que la Corte del Rey Carmesí resistió muy bien el paso del tiempo, y para entender por qué alcanza con volver al original , a la formación de Fripp, Greg Lake, Michael Giles, Ian McDonald y el letrista Peter Sinfield. Está claro que no todos los públicos lo encontrarán igualmente atractivo, pero quienes supieron deformarse la cabeza con el rock progresivo disfrutarán embarcarse en el viaje alucinado que suponen “Epitaph” o “Moonchild”. ¿Y acaso “Hombre esquizoide del siglo 21” no es una perfecta definición para estos tiempos?


The Velvet Underground & Nico (1967)


The Beatles estaban revolucionando todo, pero del otro lado del océano no se quedaban atrás: la banana de Andy Warhol era el primer gancho para un disco –y una época- irrepetible. Lou Reed y John Cale no eran personas precisamente fáciles, pero se las arreglaron para convivir y, junto a Sterling Morrison y Maureen Tucker (más la gélida Christa “Nico” Pfäggen impuesta por Warhol) darle forma a canciones eternas. La falsa calma pastoral de “Sunday Morning” queda rápidamente desactivada por Lou esperando al dealer en “I’m Waiting for the Man”, en un disco plagado de clásicos para la historia. La formación clásica duraría apenas un disco más (el también recomendable White Light / White Heat, de 1968), pero le basta para conmover los parlantes con “Heroin”, “Venus in Furs”, “All Tomorrow Parties” y “I’ll Be Your Mirror”. Como suele suceder, en su momento fue bastante incomprendido: solo el tiempo le dio su lugar de gema.


Say It Loud – I'm Black and I'm Proud, James Brown (1969)

Su majestad del soul en un momento sencillamente genial. James Brown ya no tenía que demostrarle a nadie quién era, pero su disco número ¡23! le dio al funk un himno absoluto –y una frase para grabar en bronce- en la canción del título. Pero hay mucho más en el album con el que James empezó a despedir la década: baladas para su célebre caída de rodillas como “I Guess I’ll Have To Cry Cry Cry” o "Then You Can Tell Me Goodbye”, grandes orquestaciones en “Let Them Talk”, momentos bluseados como el instrumental “I’ll Lose My Mind”, arranques casi de predicador en “Goodbye My Love” y, claro, invitaciones al bailongo furioso en “Licking Stick” y “I Love You”. Dígalo fuerte, Mr. Brown.


Exile on Main St., The Rolling Stones (1972)

Que una banda en estado de despelote permanente fuera capaz de sacar semejante discazo doble es quizá la prueba más contundente de por qué los Stones son los Stones. Perseguidos por la cana y el fisco inglés, con Keith Richards colgadísimo de la heroína y juntando material de sesiones en Inglaterra, Los Angeles y Francia (en esa “villa” de Nellcôte donde todo podía ocurrir), los muchachos que daban temor a las abuelitas le dieron forma a un clásico de clásicos, con títulos a prueba de todo como “Tumbling Dice”, “Rip This Joint”, “Rocks Off”, “All Down The Line” y “Happy”, canción emblema de Keef. Unos Stones bien roñosamente bluseros pero con un Mick Jagger cantando como los dioses, un Mick Taylor ya bien asentado y socios de lujo como los pianistas Nicky Hopkins, Ian Stewart y Billy Preston, el enorme Bobby Keys en el saxo… y un tal Mac Rebennack, más conocido como Dr. John, como invitado en “Let It Loose”. Para meterle volumen en 11 al aislamiento.


The Dark Side of the Moon, Pink Floyd (1973)

Acaba de cumplir 47 años y sigue siendo un viaje atrapante. El Lado Oscuro de la Luna y Wish You Were Here fueron los últimos esfuerzos netamente grupales de la bestia londinense, antes de que Roger Waters tomara el timón creativo para esa otra obrita llamada The Wall. Habiendo tanto tiempo disponible en el aislamiento social, ¿cómo resistirse a recrear el viejo rito de tirarse a oscuras y disfrutar un trayecto interestelar sin moverse de casa? Sí, quizás los relojes de “Time” siguen sobresaltando, y la emoción de Clare Torry en “The Great Gig In The Sky” o “Us and Them” sigue dejándonos al borde del colapso, y el apoteótico final de “Brain Damage / Eclipse” sigue dejando la carne de gallina… ¿Y qué? Obra magna de unos músicos arriesgándolo todo, consagración de Alan Parsons como ingeniero de sonido, genial ensayo sobre la locura y la alienación de la sociedad moderna, The Dark Side of the Moon es indiscutible. (Y no es mal momento para recrear ese chistecito de poner la película original de El Mago de Oz y, cuando aparece el león de la MGM, darle play al disco).


The B-52’s (1979)

El año pasado, este diario celebró los 40 años de un disco eternamente joven . Fred Schneider, Keith Strickland, Ricky Wilson y el celestial dúo de voces de Kate Pierson y Cindy Wilson no solo pusieron uno de los últimos clavos en la década del ’70 con una perfecta obra pop, sino que además tuvieron el efecto colateral de impulsar a John Lennon a salir de su encierro y volver a grabar. Ricky dijo una vez que el de “Rock Lobster” era “el riff de guitarra más estúpido que se haya escuchado jamás”, pero su efecto energizante llega hasta hoy. Y es solo una de las cumbres de un recorrido que incluye a “52 Girls”, “Lava”, el seductor “Dance This Mess Around” y, claro, esa deformidad llamada “Planet Claire”, o cómo clavarle un ácido a Peter Gunn y sacarlo a bailar. Cuando asoma la depresión, nada mejor que The B-52’s.


Straight Outta Compton, N. W. A. (1988)

Durante mucho tiempo, New York hizo gala de su carácter de cuna del rap y el hip hop: Grandmaster Flash y DJ Kool Herc se encargaron de poner los cimientos, y después vinieron muchos otros artistas a demostrar que las rimas habían llegado para quedarse. Pero la Costa Oeste también tenía cosas para decir, y de eso se encargó la banda impulsada por Ice Cube, Eazy-E y Dr. Dre: Niggaz With Attitude salió a gritar lo que pasaba en las calles de Los Angeles, la violencia policial contra los afroamericanos y el estado de disolución de las barriadas pobres. Podría haber sido un simple panfleto, pero los NWA lo hicieron con un groove potente y contagioso… y con temas de impacto nuclear como “Fuck Tha Police”, “Something Like That”, “Gangsta Gangsta” y, claro, “Straight Outta Compton”. Una especie de Never Mind The Bollocks del hip hop.


New York, Lou Reed (1989)

Hablando de la Gran Manzana: Lou ya le había dedicado varias canciones a su lugar en el mundo, pero recién en el cierre de la década del ’80 decidió hacerlo bien explícito… y entregó uno de los álbumes-emblema de su historial. Le bastó un sonido crudo y directo, la guitarra como navaja de Mike Rathke y su capacidad para condensar todo un universo en estrofas y estribillos. Desde la desesperanzada historia de amor de Romeo Rodriguez y Juliette Bell hasta el claustrofóbico cierre de “Dime Store Mystery” –junto a Moe Tucker, su vieja compañera de la Velvet-, Reed va hilando una obra maestra, con un golpe detrás de otro, ácidas observaciones políticas para clásicos instantáneos como “Dirty Blvd.”, “Strawman”, “Sick Of You” y “Good evening Mr. Waldheim”, dedicado a Kurt Waldheim, el Secretario General de las Naciones Unidas con pasado nazi.


Achtung Baby, U2 (1991)

Hubo una época en la que U2 no se tomaba cuatro años para terminar entregando un disco de canciones predecibles. Hubo una época en la que U2 podía reformular el sonido de toda una era… y esa época fue el comienzo de los ’90. Junto al dúo más que dinámico de Brian Eno y Daniel Lanois, Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton se sacudieron todo su encantamiento con las músicas estadounidenses, se fueron a Berlín, vivieron de cerca la caída del Muro y parieron su opus magnum. Edge definió sus intenciones al señalar que el sonido de su guitarra al comienzo de “Zoo Station” era “nosotros tirando abajo el Joshua Tree”, en referencia a un disco que les había traído alegrías pero también cierto estancamiento. Canciones como “Even Better Than the Real Thing”, “The Fly”, “Mysterious Ways” y “Until the End of the World” demuestran el éxito de sus intenciones. Y, como si nada, el grupo tira “One”, su balada más perfecta.


Violator, Depeche Mode (1990)

Martin Gore, Dave Gahan, Andrew Fletcher y Alan Wilder venían de romperla toda con 101, pero querían hacer todo distinto: en vez de largos trabajos de preproducción y diseño de sonidos, buscaron un acercamiento más directo y orgánico al estudio. Sabían que canciones como “World in My Eyes” presentarían a un Depeche Mode ya conocido por las masas, pero andaban experimentando con una balada llamada “Enjoy the Silence”, que se terminaría convirtiendo en otra cosa. Y tenían en la manga un tema que era el Diego de México 86, Brasil del ’70, Messi en la Champions 2015: con “Personal Jesus”, Depeche Mode sacó chapa de hit planetario, quizá hasta oscureciendo otros grandes momentos como “Policy of Truth” o “Sweetest Perfection”. Grabado hace treinta años, Violator sigue sonando moderno hoy: no todos pueden decir lo mismo.


Argentina

Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll (1971)


Luis Alberto Spinetta, Pappo, Pomo, David Lebon, Vitico, Javier Martínez, Black Amaya, Pajarito Zaguri, Nacho Smilari, Miguel Abuelo y siguen las firmas: en un mes y medio inolvidable (de diciembre de 1970 a enero de 1971) en los desaparecidos estudios Phonalex de Belgrano, el Bondo fue catalizador del encuentro de un seleccionado del rock argentino que dejó una perla discográfica. “Cualquiera, cualquiera, cualquiera, pero alguna” señalaba la carta de Pedro Pujó reproducida en el interior de un disco que parece llevar a la cinta ese pensamiento: la Pesada podía parecer en cualquiera, pero dejó para la historia cosas como “Salgan al sol”, “Verdes prados”, “Cada día somos más” y la cumbre de Pappo, Pomo, Amaya y Spinetta para “El Parque”.


Grasa de las capitales, Seru Giran (1979)


El rescate del catálogo Music Hall por parte del INaMu hizo el milagro: la edición 40° aniversario restaurada y remasterizada por Pedro Aznar, Ariel Lavigna y Gustavo Gauvry devuelve toda la gloria sonora a un disco clave de Seru Giran, que cerró la década del ’70 ofreciendo la banda sonora perfecta para atravesar tiempos oscuros sin perder la cordura. Quizá por eso es un buen momento para repasarla a buen volumen, volver a apreciar los valores del grupo de Charly García, David Lebon, Aznar y Oscar Moro. Arreglos complejos sin llegar al exceso sinfónico, una ejecución precisamente ensamblada, armonías vocales impecables… y temas tan contundentes como “Perro andaluz”, “Canción de Hollywood”, “Frecuencia modulada”, “Noche de perros” y –con la presencia de ánimo necesaria- “Viernes 3 AM”. Para terminar cantando a los gritos “No se banca más!!!” y sentirse inmediatamente mejor.

Pescado 2, Pescado Rabioso

Resulta difícil creer que al momento de grabar esta bestialidad Pescado estaba al borde de la separación. Como fuera, Spinetta, David Lebon, Black Amaya y Carlos Cutaia despidieron a la banda con un doble lleno de perlas (“¡perla, perla!”), un disco tan capaz de sueños lisérgicos como “Iniciado del alba”, “Corto” y “Madre-Selva” como de los brotes furiosos en “¡Hola, pequeño ser!”, “Nena boba” y “Sombra de la noche negra”, y de hacer brillar al Ruso en “Mañana o pasado”, y ofrecer páginas típicamente spinetteanas como “Credulidad”, “La cereza del zar” y “Poseído del alba”. Y encima, cuando parece que está todo dicho, que hay suficiente para considerarlo un clásico absoluto del rock argentino, descerrajar un cierre como “Cristálida”, casi 9 minutos que voltean murallas.

Los Abuelos de la Nada (1982)

El Miguel Abuelo que volvió de Europa no era el hippie de los primeros abuelos ni el cantante heavy metal de Miguel Abuelo et Nada. Junto a Virus, la “estrella de seis puntas” que completaban Andrés Calamaro, Cachorro López, Daniel Melingo, Gustavo Bazterrica y Polo Corbella vino a sacudir el panorama del rock argentino , a introducir una desconocida faceta de modernidad. A demostrar que el hedonismo y el baile no tenían por qué ser sinónimos de superficialidad, que se podía tener un ritmo funk y una poesía profunda a la vez. El primero de los Abuelos es sencillamente perfecto, tanto en la artesanía pop de Calamaro para “Sin gamulán” o “Levantando temperatura” como en el aporte reggae de Gringui Herrera para “Tristeza de la ciudad”, el arranque rockero del Vasco en “Cómo debo andar” y Miguel, enorme, poniéndole una impronta inimitable a “En la cama o en el suelo” e “Ir a más”. El 26 de marzo se cumplieron 32 años de la temprana partida del poeta, trotamundos y performer. La obra es eterna.

Signos, Soda Stereo (1986)

¿Cómo no iba Soda a conquistar Latinoamérica con semejante disco ? Si el debut y Nada personal habían encantado al público argentino, el tercer disco abrió un surco en todo el continente. Ya lejos de la primera influencia de The Police, Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti habían llegado a una madurez que les permitía meterse en las profundidades de “El rito” o, con “No existes”, marcar el pulso oscuro de un 1986 en el que la sociedad argentina pasaba de la efervescencia de la recuperación democrática a lidiar con problemas que no iban a evaporarse así nomás. En estado de gracia, Cerati modeló letras eternas como “Prófugos”, trabajó junto a Isabel de Sebastián “En camino” y le puso música a la letra ganadora de un concurso organizado por Tom Lupo cincelando un clásico de todos los tiempos: ¿Quién no se desgañitó con el ¿Hasta dónde llegaré? de “Persiana americana”?

Conga, Daniel Melero (1988)

A Melero se lo suele identificar primero con las modernidades de Los Encargados, esa banda consistentemente rechazada de manera violenta en todo festival en que se presentara. Pero también hay que prestarle atención a su capacidad para los temas pop perfectamente cantables: la mejor puerta de entrada a ese universo es su primer disco solista , donde las baterías programadas y los sintetizadores no tapan la artesanal construcción de melodías que magnetizan. Sea con el tono oscuro de “Sagrado corazón”, “Habitantes” o “Piso 24” o con la clásica combinación de piano y guitarras acústicas de “No dejes que llueva” y “Melodías románticas”, el aire latino de “Canciones de moda” o el clima melanco de “Música lenta”, Melero le pasa el trapo a cualquiera que lo desprecie como un artista de computadora o prejuicios por el estilo. Conga eleva el espíritu de inmediato, algo que se agradece en estos tiempos.

Llegando los monos, Sumo (1986)

Sí, Divididos por la felicidad fue la carta de presentación de una banda como ninguna otra en la escena argentina de los ’80, pero cómo olvidar este segundo disco sencillamente demoledor. El medio minuto inicial de primates y silbidos no permite prever el estallido de “El ojo blindado”, excelente resumen del huracán que significaba el sexteto de Luca Prodan, Ricardo Mollo, Roberto Pettinato, Diego Arnedo, Germán Daffunchio y Superman Troglio. Bob Marley y Joy Division, Nick Cave y The Clash, el free jazz y Killing Joke, todo ello pasado por una licuadora propia en el que las carencias de equipamiento se resolvían con una creatividad desbordante. Sumo podía pelar estribillos pegadizos como el de “Los viejos vinagres” o dibujar un horizonte siniestro en “Cinco magníficos”, y parecer naif con “TV Caliente” y desbordar ironía en “Que me pisen”. Por eso no hay recuento de la historia del rock argentino que pueda prescindir de ellos.


Ey!, Fito Páez (1988)

El impacto que significó Ciudad de pobres corazones suele dejar un poco en las sombras al disco inmediatamente posterior , igualmente inspirado en lo creativo y quizá con un sonido aún más homogéneo. Lo que está claro es que Fito estaba en un momento de gracia, pelando canciones como “La ciudad de los pibes sin calma” o “Polaroid de locura ordinaria”, expresando otra clase de furia en “Canción de amor mientras tanto” y poniéndole la firma a una de sus mejores canciones, “Tatuaje falso”, allí donde está contenida la frase que Páez quería originalmente como título para el album, Napoleón y su tremendamente emperatriz. Con socios de lujo como Ulises Butrón, Tweety González, Guillermo Vadalá, Fabián Gallardo y Daniel Colombres, Fito le dio forma a un disco esencial en su historia.


Orozco, León Gieco (1997)


Virus había hecho un jueguito similar con “Bandas chantas arañan la nada”, pero León se complicó bastante la vida dándole forma a una canción compuesta exclusivamente por palabras con la letra O. El esfuerzo valió la pena: “Ojo con los Orozco” sigue funcionando como lúdica puerta de entrada a un disco que tenía y tiene mucho más que un jueguito de palabras. Orozco ofrece momentos de pura magia como el encuentro puneño con Ricardo Vilca en “Rey mago de las nubes” o la belleza de “Alas de tango” y “Donde caen los sueños”, y brotes del Gieco militante en “El arrepentido” y el homenaje a la Patagonia de “El embudo”, donde suma a Mercedes Sosa, los Divididos Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Jorge Araujo, Gustavo Santaolalla, Iván Noble, Ricardo Iorio y Chizzo Nápoli para denunciar el expolio de las compañías mineras: un tema que lamentablemente no pierde actualidad.

Chaco, Illya Kuryaki and The Valderramas (1995)

Horno para calentar los mares había significado un salto apreciable desde los raps adolescentes de Fabrico cuero; Chaco fue la confirmación de todo lo que Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur venían cocinando mientras crecían en público. El caballo de Troya fue un recontrahit llamado “Abarajame”, pero detrás se encolumnaba un material sólido y encantador. Con el aporte de musicazos como Javier Malosetti, Fernando Samalea, Nico Cota, Claudio Cardone, Fernando Nalé, Machi, Gustavo Ridilenir, Coolero O’Connor y Groova Chaco se despacharon con un disco que, un cuarto de siglo después, no pierde gracia. Allí están para comprobarlo momentos de invitación al baile como “Jaguar House” y “En el reino”, raptos de distorsión como “Hombre blanco” y el demoledor “Remisero”, conviviendo con pasajes tan relajados como “Hermoza from heaven” y “Abismo”.