La fiesta comienza cuando sale un nuevo libro de poemas de Rodolfo Edwards, el poeta peronista que muestra sus cicatrices con un decir profundo y transparente: “soy un simple mortal/ apretando un dado/ en el bolsillo”. En El campeón del baile suelto (Ediciones Lamás Médula), un homenaje a su maestro Alfredo Carlino (1932-2018), hay poemas que se quedan pegados a la memoria como “La Baldosa”: “cuando era pibe/ el mundo cabía en una baldosa/ tenía visiones en ese cuadrado mágico/ librando batallas interminables/ jugaba a ser hombre/ aferrado al lomo de una hormiga”. En la contratapa del libro, Fabián Casas plantea que Edwards practica el concepto de “El arte al ángulo”. “Pongan la barrera que le pongan, siempre la coloca ahí”.

El poeta, crítico literario y periodista cultural, podría ser también el campeón de las formas breves: “Me subí a un banquito/ a cambiar una lamparita/ se prendió la luz/ pero sigo oscuro”. O este otro poema, dedicado a su padre: “Andando por la calle/ un hombre invisible/ me tocó el hombro/ y me llevó abrazado/ como media cuadra:/ era mi viejo/ con salida transitoria del cielo”. Edwards (Buenos Aires, 1962) dirigió las publicaciones La Mineta y La novia de Tyson y participó en la revista 18 Whiskys y es autor de los libros de poesía Culo criollo (1999), That’s amore (2000), Mosca blanca sobre oveja negra (2007), Mingus o muerte (2009) y Panfletos de papel picado (2015), entre otros; y del ensayo Con el bombo y la palabra. El peronismo en las letras argentinas. Una historia de odios y lealtades.

-¿Por qué le dedicás el libro a Alfredo Carlino, “poeta del pueblo”?

-El campeón del baile suelto es Alfredo Carlino; justo en estos días se cumplieron dos años de su partida (murió el 25 de marzo de 2018). El libro está dedicado a él porque para mí fue como un segundo padre, mi padre de la poesía. Lo conocí personalmente a mediados de los 90. Yo lo admiraba porque sabía combinar magistralmente la militancia política con la militancia poética, algo que por aquellos años no era bien visto. Lo encaré en un bolichón de la avenida Callao, casi Rivadavia, en una peña literaria y folklórica, y nos hicimos amigos para siempre. Carlino es todo un símbolo de la generación poética del 60, la que recuperó para la poesía el legado de las tradiciones populares: la gauchesca, el tango, el decir popular. Si alguien merece el mote de “poeta del pueblo”, ese es Carlino. Chau, Gatica es un libro de lectura imprescindible. ¡Y encima Carlino nació un 17 de octubre!

-A partir de los versos “y siempre hay fiesta/aunque vengan degollando”, aparece algo que se extiende a todo el libro: el espíritu de fiesta, más allá de las dificultades. ¿Por qué el peronismo está históricamente asociado al concepto de fiesta?

-Otra de las enseñanzas que me impartió Carlino: nunca hay que darse por vencido, “aunque vengan degollando”. Para mí Carlino estaba blindado, era un “Terminator peronista”, no le hacían nada las balas, él seguía adelante, descamisado, con un poema en los labios y arengando como un predicador, trepado al paravalancha. Históricamente el peronismo siempre tuvo eso de no rendirse, de no perder la fe. A puro bombo, cantando y bailando. Como dijo Jauretche: “venimos a combatir alegremente, seguros de nuestro destino y sabiéndonos vencedores, a corto o largo plazo”.

-El poema “Callao y Corrientes” es una reescritura de “Aullido”. ¿Qué buscaste al trabajar con el eco desesperado del poema de Ginsberg?

-Me hice eco del ya clásico poema de Ginsberg porque pienso que ese “aullido” de angustia se replica en la vida de cualquier ser humano. En el poema me refiero a mis compañeros de generación. Todos seremos carne para la voracidad del olvido, abducidos por el paso del tiempo. Pero… ¿quién nos quita lo bailado?

-Si la poesía es “ahogarse en un mar de tinta para hablar con los muertos”, ¿con qué muertos hablan tus poemas?

-Tal vez porque a esta altura del partido empiezan a golpear las ausencias y eso repercute en las cosas que escribo en los últimos tiempos. Uno dialoga con sus muertos, los de la sangre y los de la tinta. En El campeón del baile suelto hay poemas dedicados a Luis Luchi, a Héctor Pedro Blomberg, a Horacio Ferrer. Y en ese mar también navegan Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón, Mario Jorge De Lellis, Juan Gelman. En estos años también se nos fueron poetas muy queridos, además de Carlino: Juana Bignozzi, Irene Gruss, Leónidas Lamborghini, Hugo Caamaño, Manrique Fernández Moreno. Escribir es una forma de reencontrarlos; son espectros amados.

-A partir del poema “Catch”, surge un interrogante: ¿Por qué el poeta se pone ropa de luchador para enfrentar los adverbios de tiempo? ¿La poesía se conjuga solo en presente?

-El tiempo nos comprime entre el pasado y el futuro, son dos paredes en un callejón sin salida. Hace poco escribí un breve poema que dice: “hace un segundo era un segundo más joven”. Creo que la poesía es puro presente porque trata denodadamente de atrapar un instante en el tiempo. La poesía es como una foto. Es un clic antiquísimo pero siempre moderno y vigente. ¡Paren el tiempo, me quiero bajar! Siempre es hoy decía Gustavo Cerati.

-En estos tiempos de coronavirus, hay dos poemas de este libro que lo “anticipan”: “El papel picado se congeló/ y ahora cae como nieve/ sobre la ciudad vacía”. El otro es: “ladra un perro/ en el fondo de la noche/ y parece una explosión atómica”. ¿Cómo estás atravesando esta cuarentena?

-¡Tenés razón! Esos poemas fueron proféticos, mis fantasías apocalípticas. La cuarentena la estoy pasando con ardiente paciencia. Trabajando desde casa y haciendo lo de siempre: leer, escribir, escuchar música, mirar pelis… y esperando que todo esto pase. No hay mal que dure cien años. Por supuesto que extraño mis caminatas por la ciudad. Pero también se puede caminar con la imaginación.

-¿Cuál es el impacto que tendrá el coronavirus en la economía de los poetas?

-Los poetas no vivimos económicamente de los libros que publicamos. Algunos vivimos de nuestros talleres, de la docencia, del periodismo, de la edición independiente. Lógicamente esta dramática situación nos afecta como a todos los sectores de la sociedad. Pero también es una oportunidad para parar la pelota, para resetearnos y dejar que broten adentro flores frescas y nuevas. Mañana será mejor. La poesía es un bar que atiende las veinticuatro horas del día.