Los gobernantes son responsables por las consecuencias de sus actos, aunque no las hayan buscado, ni querido. El apotegma de Max Weber cuadra perfectamente a la suma de fallas graves cometidas el viernes. Se resintió el cumplimiento de la cuarentena social. Sería ruin y obtuso culpar a los miles de jubilados y beneficiarios de la AUH que hicieron colas durante horas para cobrar sus haberes.

Las colas ante los bancos eran predecibles, se habían anticipado en la semana anterior. Muchos jubilados están bancarizados pero no todos se dan maña para hacer extracciones del cajero automático con soltura. Cualquier persona que vaya de vez en cuando ve a empleados ayudándolos. Para memoriosos: la escena evoca a cuando en tiempos de hiper o de inflación alocada muchas personas no “entendían” qué valor tenían los billetes (aunque estaba impreso). Los identificaban por colores: “un azul” o “un “marrón”. Aún así, cajeras de super o mercaditos ayudaban a hacer la cuenta o los sacaban de la billetera de la clientela.

Ahora hay estanflación, aislamiento y crisis sanitaria acumuladas en un mes o algo así. Cambios en el laburo, en la vida cotidiana, temores, prohibición de abrazarse, tomar mate. El conjunto impacta en la psiquis, altera los nervios, descompensa. En lo material acicatea la necesidad o la compulsión de estar provisto. Para sectores de medianos recursos: el frízer repleto, efectivo, crédito en los celulares. Para los más necesitados: juntarse con la plata cuanto antes.

Medió mala praxis por no prever la aglomeración. Quizá en responder con más energía el mismo viernes… este cronista tiene más dudas al respecto porque cualquier movida (ya con la gente esperando y tensa) podía resultar contraproducente.

El número de ciudadanos que fueron expuestos al riesgo es discutible. “Clarín” lo calcula en un millón de personas. “La Nación “ en decenas de miles. No es lo mismo pero en cualquier caso son demasiadas. Jamás debió suceder. Faltó gestión, faltó política.

Debe anticiparse-garantizarse que no se reiterará en próximos pagos. El presidente Alberto Fernández se comprometió, podía haber elegido el atajo de pedir renuncia a funcionarios implicados. Esas medidas integran la caja de herramientas disponible. Resulta más acuciante resolver el día a día.

A título de opinión: uno piensa que la falla fue más general y desafía al Gobierno. Imposible disponer esa movida sin un equipo “preventivo de crisis” con una cabeza que decida en el momento. Se habla de guerra, imagen válida hasta un limitado punto. No la hay para decretar estado de sitio. Para limitar la libertad de expresión. La comparación debe servir solo para pensar cómo se toman ciertas decisiones, cómo se organiza cada operativo, quién manda si algo se desmadra.

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Gente común, funcionarios cercanos: El comportamiento de la gente común fue notable, frisando con lo ejemplar. Ni las coberturas empecinadas en generar indignación y pánico dieron con escenas de violencia o descontrol. Salieron de sus hogares o de su barrio cuando es su casa, se colocaron en la cola por necesidad y angustia. Conformaron un orden cívico, aceptaron condiciones crueles. En nuestra sociedad, los más humildes están acostumbrados a la espera, las amansadoras, al desdén por su tiempo.

Intendentes de distintas procedencias políticas se acercaron para ver, ayudar dentro de lo posible. Se dispusieron operativos de vacunación contra la gripe, un aporte dentro de la mala jornada. El viceintendente de Córdoba Daniel Passerini, que es médico, comandó una.

Las pinceladas atañen a un aspecto central. En mala hora, se adelantó un proceso inexorable que se venía lentificando: la expansión de los contagios. El actual epicentro es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), donde desembarcó el coronavirus, la que tiene las cifras mayores de contagiados y muertos. Dato que se acrecienta si se mide en densidad sobre la población. El primer quintil por ingresos de la población nacional es por ahora el conjunto más afectado.

Es esencial ralentar la propagación a otros territorios y otras clases sociales. Tanto como acotar sus dimensiones.

Todos los aglomerados urbanos son zonas en riesgo. El Conurbano bonaerense a la cabeza. Quintuplica largamente la población de la CABA que en el Censo 2010 no llegaba a tres millones de habitantes.

Se calcula que la peste alcanzaría su pico a finales de este mes o en mayo. Se acentuará la ya infatigable labor de los intendentes, el primer mostrador del Estado. Les cabrá mayor responsabilidad en la gestión sanitaria. El Conurbano dista de ser uniforme, es impactante la desigualdad entre distintos distritos.

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Pandemia y adecuaciones: Hasta ayer nomás se propugnaba fomentar la atención primaria, la concurrencia a las salitas. Ahora se edifican, adecuan o reconstruyen hospitales grandes en toda la Argentina. Se erigen o improvisan centros de aislamiento: hoteles privados u ofrecidos por sindicatos, polideportivos refaccionados. Hay reconversiones que pueden dar para bromas: conventos o albergues transitorios.

Ningún sistema de salud, explican especialistas, se estructura especialmente para atender a una pandemia. Pero un sistema estructurado, expandido geográficamente, con profesionales capacitados y bien retribuidos puede acomodarse mejor para la crisis. El sistema tripartito da un mal punto de partida para acciones concertadas. El federalismo puede armar sinergia o agregar desorden. Los protocolos nacionales se reinterpretan en cada provincia. Bien en muchas, en otras hay gobernadores como el jujeño Gerardo Morales.

Aunque el coronavirus es ignoto y en el corto plazo casi impredecible no lo son las pandemias en la sociedad global. Distintos factores ambientales y hasta civilizatorios las incuban. Por eso existieron tantas en tiempos recientes. Virus similares recorrieron el planeta. El intercambio de viajeros, clave de la etapa, retroalimenta contagios. Las aglomeraciones urbanas, los espectáculos multitudinarios… siguen las firmas.

Hacen falta camas, respiradores. El factor humano es esencial. Lo intuye, intermitentemente, el conjunto de la sociedad civil. Aplausos todas las noches, bienvenidos y conmovedores. Genéricos, eso sí. En simultáneo vecinos embravecidos la emprenden contra médicas, médicos, enfermeras o enfermeros de carne y hueso. “Te agradezco que me cuides pero quedate lejos de mi casa” sería el mensaje. Ven a alguien en un bondi y le gritan que se ponga el barbijo, que no use la chaqueta. Tal vez la persona destinataria esté laburando jornadas eternas. A la noche se la aplaudirá..

Foto Telam

El personal está alerta, recibiendo protocolos cambiantes que se retocan con frecuencia. Para muchas o muchos es su vocación: “estoy dispuesto” “nos preparamos para el combate” escucha decir quien conversa con algunos. Son muestras sin valor estadístico pero con rotundo peso sociológico.

En el menos malo de los supuestos, la peste alcanzará su pico a finales de este mes o en mayo. Crecerá la tarea de los trabajadores de la salud. Merecen los aplausos, también  ser retribuidos y tutelados como laburantes. Cuidar al que cuida. Eso implica mejores ingresos y mejores condiciones laborales. Un reclamo insistente de los trabajadores de salud y limpieza son los equipos de protección personal (EPP) que escasean. La Organización Mundial de la Salud (OMS) prescribe que son imprescindibles entre otros: mascarilla, camisolín, guantes, protección ocular.

Los Gobiernos deben hacerse cargo de que hay mayoría que sobrevive merced al pluriempleo, laborando más tiempo del lógico. En algunas jurisdicciones, en la CABA misma, no se reconocen licencias pagas para un integrante de parejas de médicos que deben cuidar hijos menores. Prepagas pijotean pagar terapias realizadas a distancia cuando escalan trastornos psiquiátricos, fobias, las neurosis, las necesidades de los pacientes y es siniestro exigir sesiones cara a cara.

Los estados nacional y sub nacionales se empeñan, en promedio. Señalar algunas fallas sin estridencia, acaso ayude a tramitarlas. Cotidianamente, la centralidad del coronavirus produce desatención de otras enfermedades o padecimientos. Las líneas telefónicas a menudo desamparan a quien padece síntomas preocupantes, ajenos al del la peste.

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Ensayos, errores, aprendizajes: La incertidumbre prima durante la pandemia. Ni los gobiernos ni los particulares están adiestrados para enfrentarlas. Se aprende sobre la marcha, se improvisa. El Estado, único responsable institucional del bien común, debe extremarse, los funcionarios también.

Las medidas sanitarias decididas por Alberto Fernández van en línea con las que promueve la OMS. El ministro Ginés González García es reconocido por su solvencia profesional. Los mejores especialistas del país, de sólida formación, asesoran al presidente quien los escucha y atiende a sus consejos.

La Confederación Sindical Internacional, la más grande del mundo, ranquea a Argentina entre “los doce gobiernos que muestran al mundo cómo proteger vidas, trabajo e ingresos”.

Cualquier postura es discutible, es claro el sesgo de las medidas. Mantener la liquidez, hacer transferencias de ingresos o aumentos para los más desfavorecidos. Inventar un programa de emergencia, el Ingreso Familiar Extraordinario con un pago único para abril. Tal vez se extienda en mayo.

El Gobierno, responsable objetivo por las consecuencias de sus medidas, cometió fallas graves anteayer. Peor aún, contradijo los lineamientos básicos de la cuarentena. Ya las va reparando. Un cronograma sensato, sillas para los adultos mayores que las necesiten durante la espera.

Hace diez días no declaró esencial a la actividad bancaria. Fiscales mediáticos, opositores furiosos, banqueros, aducen que ahí fincó la clave del viernes. Muy dudoso que sea cierto pero además nadie puede acertar todo el tiempo.

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Recalculando para terminar: Retrocedió el acatamiento a la cuarentena social que aplanaba la curva de contagios.

La valoración pública sobre el desempeño del oficialismo y del propio presidente habrán sufrido una merma, pasible de recuperación en un plazo breve. Sobre todo, si se sigue adelante con las medidas de precaución y la cuarentena misma que cuentan con una vastísima aprobación.

La oposición fáctica, el establishment económico, acrecienta ínfulas e intenta avanzar. Quienes elogiaban a Paolo Rocca suponen estar en un subibaja con el titular de ANSES, Alejandro Vanoli, O el del Banco Central (BCRA), Miguel Ángel Pesce. O con(tra) Sergio Palazzo, Secretario General de la Bancaria. Piden sus cabezas, hablan en nombre de personas a las que no representan. Ejercen la libertad de expresión. Con igual derecho, este cronista sostiene que los 1450 ceses de trabajo resueltos por Techint fueron una maniobra política, presión al Gobierno, de enorme insensibilidad social. Los errores posteriores no la redimen, ni la justifican ni le dan razón a Paolo Rocca y sus corifeos.

Ameritaría un seminario el lobby desfachatado de las prepagas, grandes auspiciantes de los medios masivos que batieron el parche clamorosamente a su favor. Hoy le destinamos apenas tres líneas en esta crónica recargada.

El domingo próximo a medianoche termina la segunda fase de la cuarentena. Si prevenir el contagio fuera el único deber del gobierno, lo mejor sería prolongar el confinamiento. Pero también importa dar impulso a la actividad económica, atender derivaciones funestas del encierro (violencia familiar, violaciones de derechos por las fuerzas de seguridad, problemas psiquiátricos). La síntesis perfecta no existe. Las decisiones implican riesgos, pérdidas inevitables.

Los sindicatos aportan cooperación, hospitales, polideportivos. Las grandes corporaciones patronales piden que les dejen lucrar porque eso beneficiará al resto de la sociedad. Los popes del capitalismo concentrado entienden que el mejor aporte en medio de la peste es mantener sus privilegios, el sistema existente. El derrame hará el resto. En fin.
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