El tiempo es (o parece) muy lento para los que esperan, encerrados y aislados, que la vida cotidiana vuelva a la “normalidad” previa a la llegada del coronavirus. Diarios de Cuarentena es un grupo de Facebook que ya tiene más de 350 miembros, donde se comparten y comentan los textos que cada uno de los integrantes van subiendo, administrado por la escritora Virginia Feinmann. El germen de este grupo empezó con una nota que Feinmann publicó en Página/12, el pasado 28 de marzo (https://www.pagina12.com.ar/256021-cuarentena-la-decision-de-virginia ), en la que visibiliza la situación de los trabajadores freelance de la cultura o de la palabra que no pueden adoptar la modalidad virtual para dar talleres y se han quedado sin ingresos. “Mi panorama laboral se canceló por completo: los talleres en casa, dos viajes al interior para dar talleres, clases particulares… Todo el verano me lo había pasado preparando un taller nuevo que se iba a llamar ‘Narrar lo imperdonable. Siete cuentos sobre abuso sexual infantil’, pero todo eso se suspendió”, enumera Feinmann el inventario de trabajos perdidos desde que irrumpió la pandemia en el país.

“La reconversión rápida a la modalidad virtual yo no la pude hacer, porque el micrófono de mi notebook no está en condiciones y salía con fritura, tengo una compu vieja y no me puedo comprar una nueva ahora, los vecinos tienen cumbia al mango todo el día; entonces realmente entré en un desconcierto muy grande. Estuve dos días paralizada”, confiesa la autora de Personas que quizás conozcas. “Tampoco me funcionó eso de usar el tiempo para escribir o tirarme a leer, estaba demasiado angustiada, y lo único que pude hacer fue escribir un diario de cuarentena. Cuando se lo mostré al editor del diario, su lectura, su devolución elogiosa, me volvieron a transformar en una persona. Escribir de algún modo es decir ‘estoy acá’ y que haya alguien que lee del otro lado es muy subjetivante, muy alentador. Eso me ayudó de una manera que no me había ayudado la terapia, ni los afectos ni nada. Volví a ser algo de lo que era”, confiesa la escritora que pensó en replicar ese gesto para ver si había otros escribiendo diarios o crónicas de cuarentena y hacerles “una devolución amorosa de sus textos” a la manera de un taller. “El hilado fino de la técnica puede esperar en cuanto a corrección –aclara-, se trata más bien de que pueda fluir la expresión y en todo caso de destacar los aciertos narrativos, felicitar, abrazar, decir ‘te leo’”.

En el grupo en Facebook hay una especie de manifiesto que resume el espíritu de esta propuesta. “Compartamos nuestras crónicas de cuarentena. Escribamos lo que nos salga, lo que necesitamos decir. Leamos y comentemos, cuando podamos. Acompañémonos”. En dos días Diarios de cuarentena tenía más 280 miembros y había circulando 151 poemas, crónicas, diarios. Hay personas que escriben desde México, Perú, Barcelona. Feinmann, desbordada por la respuesta, le pidió ayuda con las lecturas y devoluciones a tres escritoras más: Elsa Osorio, Márgara Averbach y Cristina Feijóo. “Tuvieron una dedicación amorosísima, leyeron como 50 textos cada una, comentaron, invitaron a colegas, Márgara publica sus poemas de cuarentena también”, cuenta Feinmann.

Elsa Osorio

Darío Ruido compartió este fragmento: “Así que encargué nomás la guitarrita, a riesgo de que el envío se demorara o viniese impregnado el virus en el paquete. A riesgo, también, de que la jefa pusiera el grito en el cielo por embarcarme en gastos tan frívolos en épocas de vacas flacas. A quién se le ocurre andar rasgueando cuerdas mientras la gente se enferma y se muere, el planeta desaparece y al señor se le antoja una guitarra y compra una guitarra. La casa se cae a pedazos, ah, pero él tiene su chiche. Cuántas botellitas de alcohol, cuántos barbijos podríamos comprar con ese dinero”. Eugenia Levin pone el foco en otra experiencia. “Tenía la botella sin abrir. Quizás guardada para algún momento especial. Y compartido. Ahora tomo sola. Todas las noches. Tarde. Muy tarde. Sola. Cuando el silencio se me hace insoportable. Y ahí está. Para completarme. No creo que la necesite cuando esto termine. Sólo espero que me alcance”.

A mayor aislamiento crece la necesidad de conexión tecnológica. “Se corta internet. De nuevo se corta. Nunca se cortaba. Ahora se corta. Como todo lo que te importa, cortado en dos en este aislamiento, sabés, necesario, si tuvieras culpa quizás podrías sentirla ahora que te quejás cuando en verdad no te falta nada, vos que repudias a los ingratos. Mirás todo el tiempo el ícono de la computadora para verificar la conexión, va y viene, como tu angustia”, escribe Yanina Audisio. Los hábitos cambian con la pandemia. “Estornudo 158 veces por día (siempre en el codo) y soy portador sano de alcohol en gel a donde vaya, repasándome las manos a cada momento como si fuesen un picaporte de bronce de una lujosa mansión. Pero en el fundamental asunto de dejar libre mi cara no he podido lograr demasiado. Mi rostro tiene más dedos marcados que una pantalla táctil de cajero automático. Es como si constantemente necesitara hacer una consulta de cuánto saldo de vida me queda”, plantea Nelson Silva.

Feinmann advierte que la función de la creatividad, de la escritura o de la lectura, suele ser difusa. “En mi caso, estaba asociada al placer personal, por eso no sabía qué hacer conmigo ni con mi trabajo ante un desmoronamiento como este; pero ahora podría redefinirla y sintetizarla en alguien que escribió su crónica de cuarentena y esperó mi devolución, y cuando se la hice me dijo que por primera vez desde que empezó todo esto se iba a dormir tranquila”.

 

*Diarios de cuarentena: https://www.facebook.com/groups/2881157422000384/