¿Y dónde está el tomate? Hay que advertir a quienes vayan al encuentro de la lata de sopa Campbell’s que se quedarán con sed de iconos. La muestra de la Tate Modern, que fue pensada como uno de los pesos pesados de la oferta artística global del año y que por los tiempos que corren aggiorna su contenido a una recorrida virtual, corre el riesgo de desilusionar a los cazadores de emblemas de reconocimiento instantáneo, ése que tanto interesaba a Andy Warhol, y deja con las ganas de ver cajas de Brillo Vox, botellas de Coca Cola y potes de Heinz. 

Este año cumpliría 92 y sus famosas latas, unos 60. Tal vez por eso en su intento de acercar a Warhol a las nuevas generaciones, la primera retrospectiva que la galería británica le dedica al gran artista de la peluca platinada en 30 años pone el foco en la vida detrás de la obra. Y además en los ribetes más políticos de un hijo de migrantes que además de hablar del american way of life con menos sátira que encanto, también exploraba temas como el racismo, la violencia institucional y la religión. 


Su producción como retratista fue editada casi por completo por los curadores Gregor Muir y Fiontán Moran. De los rostros multiplicados en serie solo quedan algunos inmortales, Elvis, Marilyn, Jackie K., y algunas estrellas todavía en pie como la blonda Debbie Harry y Mick Jagger. También se puede ver una colección inédita en Reino Unido: la serie de 1975 “Ladies and gentlemen” con retratos de artistas drag latinxs y afrodescendientes de los clubes de Nueva York. 

De la serie

Como marca registrada de un auténtico hipocondríaco, Warhol se refirió en muchas de sus obras a la muerte, un tema que se cuela una y otra vez, tal como sucede en la impactante imagen de un suicida que cae de un edificio. A través de las piezas seleccionadas y del diálogo entre los curadores que van subtitulando la recorrida online, sala por sala, se reconstruyen algunas de las vidas del más punk de los artistas pop: el Warhol stalker de Truman Capote agotado por la guardia permanente que montaba frente la casa del autor de A sangre fría. El Warhol acumulador que tras su muerte dejó un legado de porquerías tan inmenso que la casa de subastas Sotheby’s tardó más de diez días en reubicar (no eran precisamente obras maestras, iban desde revistas de supermercado hasta una porción de la torta de casamiento de Caroline Kennedy). El Warhol devoto de las imágenes piadosas que nunca faltaba a misa. El Warhol que le temía más a la sencillez que a la muerte, para la que se preparó dejando por escrito su deseo de ser enterrado con anteojos de sol. 

Autorretrato (1986)

¿Cómo amputó la A del apellido paterno (Warhola)? ¿Por qué no fue al funeral de su adorada madre con la que aprendió a dibujar y convivió hasta sus últimas horas? ¿Cómo hizo de su cuerpo cruzado por las cicatrices un vestido de Yves Saint Laurent? Son algunos de los misterios de la vida del dueño de The Factory que en este recorrido se develan.

Con la idea de exaltar al Andy queer, como si hiciera falta, los curadores armaron con su obra una verdadera galería de chongos: retratos de los hombres que imaginaba, los que espiaba, a los que alcanzaba. En la primera fila está el cuerpo fornido del poeta John Giorno, su amante y protagonista de la película Sleep, de 1964, quien deslumbró a Warhol por su record de días de gira sin descanso. El mismo Giorno dijo que el tratamiento de su imagen para la película fue el modo en el que Warhol trató de evadir la homofobia del mundo del arte y "convertir a Sleep en una pintura abstracta” de luces y sombras. De todos modos sobrevuela la pregunta: ¿Se les fue un poco la mano a los curadores en querer mostrar un Warhol menos glam? Así como la muestra ha sido celebrada por la propuesta de mostrar las facetas personales más políticas de la gran bestia pop, también se le ha reprochado forzar un recorte de una supuesta veta de activista lgbt que él nunca buscó tener.

Elvis I y II 1(964)