Producto de una mutación, una variante de coronavirus salta desde murciélagos a seres humanos en un mercado que comercializa vida silvestre en Wuhan, China. No es la primera vez que pasa. A principios del siglo pasado, el consumo de carne de monos en África ecuatorial daría origen a una de las enfermedades más temidas del siglo XX, el SIDA. Al otro lado del océano, en México, una granja de producción intensiva mantiene cerdos hacinados que transmiten una nueva cepa de gripe a un trabajador. Más al norte, en los Estados Unidos, la desaparición de predadores incrementa las poblaciones de ciervos y roedores, principales portadores de las garrapatas que causan la enfermedad de Lyme. En Asia, un cambio en el clima genera un movimiento de roedores desde pastizales secos a ciudades causando la peste negra y reduce la población de la Europa medieval a la mitad. La víctima principal de estos patógenos es siempre una especie social, que vive a altas densidades y se mueve como ninguna otra, favoreciendo su rápida expansión por el globo: Homo sapiens. No es casual que las pandemias se hayan vuelto cada vez más frecuentes, al fin y al cabo, nunca hubo más gente en las ciudades y nunca estuvimos tan conectados.

El denominador común de estas pandemias es también el cambio ambiental, que está casi siempre ligado a la degradación y la presión de los humanos sobre los ambientes naturales. Hay abundante evidencia científica de como la declinación de la biodiversidad aumenta la prevalencia de enfermedades infecciosas. Pero en esta nota, a contramano de la mayoría, voy a hablar de las oportunidades que genera una pandemia para reestablecer una mejor relación con la naturaleza. Es esperable, que si los procesos de degradación ambiental continúan, la frecuencia de pandemias siga en aumento, lo que nos obliga a replantear nuestra relación con el ambiente. Muchas de estas oportunidades dependen de decisiones individuales y otras, de demandas que nosotros como ciudadanos hagamos al arco político. Para ello voy a hacer énfasis en cuatro ejes en los que tenemos la oportunidad de cambiar en plazos más cortos o más largos: el consumo local y responsable, la disminución del tráfico global, la transición hacia energías renovables y la reducción de los niveles de desigualdad social.

Consumamos local y responsable. Gran parte del tráfico global que genera expansión de especies invasoras, enfermedades y emisiones de gases de invernadero es producto de la demanda de bienes para el consumo. Compremos cuando sea necesario, prioricemos la producción local, ayudemos a nuestros vecinos. Quizás es utópico pensar en producción de electrónicos de punta en nuestro país a corto plazo, pero sí podemos pensar en una alimentación dominada por productos agrícolas locales. Hagamos la compra en ferias y mercados locales y con producción agroecológica, libre de pesticidas, en ambientes ecológicamente diversos, que favorecen la conservación de la biodiversidad. Subsidiemos la producción agroecológica a escala local. La mayor parte de la soja producida en Salta, viaja enormes distancias a Asia, Europa o Buenos Aires, pero las consecuencias de la deforestación, el uso de agroquímicos, la erosión o el cambio climático se sufren entre los salteños. Comamos menos carne. El 40 % de la producción agrícola mundial está destinada a la alimentación de animales, por lo tanto, no falta comida, sino sobran vacas. Quienes tenemos jardín cultivemos en nuestras casas como una manera de complementar la oferta de alimentos, disminuir la demanda externa y sustentar una comunidad diversa de polinizadores, aliados de la producción alimentaria.

Viajemos menos. A todos nos gusta viajar y conocer nuevos lugares. Sin embargo, nuestras experiencias durante la pandemia nos muestran que es posible trabajar remotamente y sostener reuniones laborales, colaboraciones y hasta aprender virtualmente. El tráfico aéreo de personas ha aumentado brutalmente en los últimos 50 años y este movimiento impacta enormemente en nuestro clima y en la diseminación de enfermedades y plagas.

Apostemos por energías renovables. Con la caída de demanda en combustibles los precios del petróleo continuarán bajos por bastante tiempo y la explotación de combustibles fósiles no convencionales (usando técnicas como el fracking) es cada vez más remota. Por mucho tiempo Argentina enarboló Vaca Muerta como la salvación económica (a contramano del viraje a energías renovables en el resto del mundo). Necesitamos explotar los recursos solares y eólicos que en Salta y Argentina abundan y proponer un cambio en la matriz energética a nuestros políticos.

Reduzcamos los niveles de desigualdad. Este es un desafío global. Las 62 personas más ricas reúnen el mismo dinero que la mitad de la población mundial. Las clases más acomodadas económicamente son las grandes responsables de la degradación ambiental, porque demandan más bienes, más raros, de lugares más lejanos y viajan más. En un contexto de emergencia climática mundial, en Salta, tiene lógica limitar el desmonte de grandes productores agroindustriales, pero no el de familias que dependen de la agricultura familiar a pequeña escala para su sustento. Esto requiere de responsabilidad social, porque las consecuencias del desmonte las sufre la población toda y el beneficio en el primer caso recae en unas pocas manos.

Actuemos localmente y pensemos globalmente. Como mi amigo italiano Giulio me señaló muy bien, critiquemos los aspectos en los que la globalización falló, pero reforcémosla en otros. Necesitamos políticas globales ante una pandemia. ¿Es posible en un mundo hiperconectado, que demos lugar a respuestas tan disímiles como las de Estados Unidos y Brasil, China o la Argentina? Necesitamos un pensamiento solidario que piense a la humanidad como un todo sin fronteras políticas.Tenemos dos opciones, volvemos de la cuarentena, queriendo ganar económicamente todo lo perdido como si los recursos fueran ilimitados y arriesgándonos a más pandemias, o comenzamos una transición a modelos sostenibles con nuestra salud y el medio ambiente. Lo que no sobra es tiempo. Señora, señor, aproveche la pandemia, si no quiere más cuarentena.

*Investigador del CONICET