“Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno acaba por acostumbrarse a él”, advirtió en cierta ocasión Simone de Beauvoir, y la frase bien podría aplicarse a una encantadora y exhaustiva muestra parisina que hoy emperifolla el Musée des Arts Décoratifs, sobre la paqueta rue de Rivoli. Se trata de Tenue correcte exigée, quand le vetement fait scandale (algo así como “Atuendo correcto, requerido. Cuando la prenda siembra el escándalo”), exhibición que pone foco en la importancia que han tenido las pequeñas y grandes transgresiones de la moda desde 1400s hasta nuestros días. Excediendo, bien vale aclarar, las meras rupturas en los códigos de vestimenta de las distintas épocas, logrando -o acompañando- además genuinos cambios sociales, culturales, políticos, mal que le pesara a los muchos detractores que -en cada tiempo- levantaron la voz cual padres de la moral buscando preservar el apolillado statu quo, las relaciones de poder y dominación. Sobran los ejemplos, presentes en la expo…

Por caso, el retrato que Elisabeth Vigée-Lebrun pintó de María Antonieta usando un negligée; look que despertó indignación honda y debió ser reemplazado por un atuendo más convencional en el siguiente cuadro. O bien, las normas que prohibían que las mujeres aristocráticas de los siglos 16 y 17 usasen pelucas altas, porque “ocuparían más espacio, se destacarían, y eso era entendido como una genuina amenaza”, según advierte Denis Bruna, curador a cargo. Quien también brinda otro caso: la “autorización” de la Primera República Francesa para que las personas vistieran como les diera la santísima gana, gesto que pretendía abolir privilegios y atacar al sistema de pilcha del viejo régimen, pero que pronto devino prohibición al observar las autoridades cómo más y más mujeres optaban por ropajes masculinos…  

“Contrario a lo que podría creerse, las batallas de las mujeres por vestir pantalón no se debieron a una simple cuestión de comodidad: fueron intentos por ganar acceso a áreas que les habían sido negadas durante siglos, algo que los varones comprendían al dedillo. De igual modo, cuando los vestidos se volvieron cortos a partir de la década del 20 también fueron entendidos como una amenaza al control del cuerpo femenino, una prerrogativa exclusivamente masculina”, recuerda Bruna. Mientras, en un artículo que se hace eco de la exhibición, Vogue Francia recalca cómo “la historia de la moda ha sido escrita a partir de evoluciones, pero ante todo de revoluciones”, recordando también las liberadoras propuestas de modistos contemporáneos que acabaron quebrando las rígidas reglas de su era: los pantalones de Coco Chanel, le smoking de Yves Saint Laurent, las minifaldas de André Courrèges o, cómo no, las polleras para varones de Jean Paul Gaultier. 

“Es la noción de ‘lo políticamente correcto’ lo que aquí se cuestiona”, anota la mentada publicación, sin dejar de mencionar a la diseñadora Constance Guisset, a cargo de la cuidadosa puesta, para la que la institución acomodó dos pisos, varias galerías, amén de dar concienzuda disposición a más de 400 prendas, accesorios, objetos e imágenes… Distribuidos, valga la aclaración, en tres ejes temáticos: “La vestimenta y las reglas”, “¿Es una nena o es un varón?” y “La provocación del exceso”, bajo los cuales expone tutti: las plataformas, las transparencias, las pieles, los escotes (entre ellos, el del vestido negro que Lady Di usó en su primera aparición pública y le valió furibundas críticas); la moda unisex de los 60s; la androginia de ciertas aristócratas inglesas del siglo 17, antecedente de las garçonnes de los 20s y 30s; piezas emblemáticas “demasiado cortas”, “demasiado largas”, “demasiado oscuras”, “demasiado coloridas”, “demasiado ambiguas”; colecciones provocadoras (la de John Galliano inspirada en los sin techo, la de Rick Owens revelando la anatomía masculina, etcétera); los orígenes culturales (el judeocristiano, sin más, que aún arrastra la leyenda de la Eva pecadora que es echada del Edén y obligada a cubrirse, convirtiendo la ropa en sinónimo de pecado original)…    Atuendos que han molestado por ser distintos, por ser “desmedidos”, por salirse de lo recatado y atentar contra lo “normal”, lo clásico.

Y otros que, sin ser especialmente provocativos, no dejan de ser significativos; como el vestido simple, estampado en tonos blancos y azules, que la exministra socialista Cécile Duflot llevó 5 años atrás en una sesión de la Asamblea Nacional de Francia, y sacó a relucir el sexismo más recalcitrante de los diputados de derecha, que silbaron y piropearon a la funcionaria, llegando incluso a decir: “Quizá se ha puesto este vestido para que no escuchásemos lo que tenía que decir”…

“Mientras tengamos que cubrirnos, mientras la desnudez  total continúe siendo un tabú, los códigos de vestimenta seguirán existiendo. Shockea incluso observar cómo actualmente son más imponentes y pesados que hace 30, 40 años”, se alarma Bruna, y señala hoy el dedito glam hacia la propia autocensura como estricto ente regulador. Que, amén de dar un patadón a las taxativas restricciones, bien podría hacerse eco de las edificantes palabras de Cecil Beaton, el reputado fotógrafo de moda brit: “Se audaz, se diferente, se poco práctico, se cualquier cosa que afirme integridad de propósito y visión imaginativa contra los que van a lo seguro, las criaturas de lo banal, los esclavos de lo ordinario”. Amén.