El ensayo que abre el nuevo libro de la escritora y periodista Vivian Gornick se titula Lo que significa para mí el feminismo. Cada uno de los textos que siguen podría llamarse de modo similar: comenzar con "Lo que significa para mí", y luego, ir variando el asunto. En todos ellos toma una cuestión, una persona, un recuerdo, una época, lo pone frente a su discernimiento, lo examina intensamente por medio de un relato, hasta que empiezan a aparecer las certidumbres. Y este momento es clave, porque lo que Gornick traza no es el previsible camino que va de lo personal a lo universal, es decir, basarse en vivencias propias para dar en alguna tecla que interpele a muchas. El significado para Gornick es personal. Lo que transmite en sus ensayos son sus propios descubrimientos acerca de ciertas cuestiones que la atraviesan por completo -- y que sí, están relacionadas con lo vivido por una generación—pero de las que tuvo la necesidad imperiosa de ponerse a escribir para poder pensar y dar con una serie de definiciones propias. Cada ensayo muestra un recorrido experiencial, un período de incertidumbre y dolor, para luego encontrar algunas ideas que no digamos que la salvan, ni siquiera necesariamente la tranquilizan, pero sí la ubican en el punto exacto donde quiere posicionarse. Las conclusiones de una vida dedicada al trabajo de pensar y escribir, siendo una mujer de clase trabajadora que decidió no entregar su vida a los moldes preconcebidos de la familia y el matrimonio.

Vivian Gornick (Nueva York, 1935) nació en el Bronx, única hija mujer de una familia judía y socialista. Se graduó en 1960 en la Universidad de Nueva York. En su trabajo confluyeron el periodismo --publicó en The Village Voice, The New York Times, The Nation y The Atlantic-- y el activismo. Es una de las representantes más ilustres de la segunda ola feminista de Estados Unidos. Desde estas dos vertientes llega a la literatura. Hace muy poco comenzaron a circular en español sus dos extraordinarios libros de memorias: Apegos feroces (2017, Sexto Piso) y La mujer singular y la ciudad (2018, Sexto Piso) donde se pudo apreciar su enorme inteligencia atada a una agudísima sensibilidad. Mirarse de frente, de la misma editorial, es el primer volumen de ensayos de la autora que se consigue en nuestro idioma.

Se trata de una antología de ensayos narrativos donde los temas se retoman y vuelven sobre si mismos dejando ver esos haces de luz donde el pensamiento de Gornick se concentra. La dificultad para escribir, el amor como una condición que no debe distraerla de sus asuntos, la vida de relación, las instituciones, la ciudad de Nueva York, aparecen una y otra vez como las vueltas de un espiral que pasan cerca, pero nunca por el mismo lugar. Ella explicó sobre este texto: “No se trata de un volumen de ensayos unitarios, sino de una recopilación de piezas literarias, autobiográficas, escritas a lo largo de los años pero reunidas ahora como una serie de ensayos personales.

Haciendo una racconto breve puede decirse que el primer texto, Lo que significa para mí el feminismo, narra su encuentro con un movimiento que nacía, donde encontró un lugar de discusión e iluminación conjunta, justo en su atolondrada salida de un matrimonio fallido. El segundo, Los Catskills en el recuerdo, evoca su primera juventud siendo camarera en hoteles de verano y toda la serie de complicidades y enfrentamientos alumbrados en el trabajo, la lucha de clases y de géneros. Homenaje, cuenta la amistad que tuvo con una escritora feminista a quien llama Rhoda Munk, con la que quedó deslumbrada y a la vez refractada a lo largo de un verano. En la universidad: pequeños crímenes contra el alma, cuenta sus peripecias en facultades de provincia, y todo el submundo académico repleto de rencillas, rencores, competencias y soledades. Escribir cartas, reflexiona sobre cómo ha cambiado el modo de vincularnos con las palabras y los otros, a partir del paso de la carta al teléfono. Es una bella apología de lo epistolar y su manera particular de instalar una comunicación no inmediata ni efectiva, sino mucho más sutil y arborescente.

Vivir sola y En la calle son quizás los dos ensayos más contundentes y cuyas premisas tocan la totalidad del libro. Son como dos caras sobre una misma cuestión, una mirándola desde adentro y otra desde afuera de su casa. En el primero da cuenta de lo sucedido luego de la disolución del movimiento feminista de los 70, cuando cada una siguió con sus ideas, pero ya en la intimidad de su vida. Y es eso lo que la obsesiona. Cómo vivir sola, haber elegido la soledad como una decisión política, lograr doblegar el malestar y hacer de ella una fuerza. Allí dice Gornick: “Escribí un controvertido artículo titulado ‘Contra el matrimonio’ en el que argumentaba que, cuando nos casamos, lo hacemos no para vivir una aventura de descubrimiento personal o compartir una vida interior, sino por un solaz emocional que era primitivo. El solaz trae consigo el aislamiento, una relación poco profesional con la soledad, y crudas preguntas sobre el yo interior que se quedan años y años sin formular. El miedo a la soledad era el meollo de la cuestión; para blindarse ante un miedo, hay que avanzar hacia él, vivir con él, encararlo. Vivir sin amor o intimidad en el hogar era de hecho estar medio viva, reconocía en mi generosidad, pero, concluía, lo que queremos ahora es ser reales para nosotras mismas.”

Y esa realidad de si misma que busca, aparece día a día picando la piedra del trabajo. Lejos de un literato que busca la inspiración, Gornick habla del duro trabajo de pensar y escribir, dos cosas que la hacen pasar semanas dispersa, con un banco de niebla instalado en su cabeza. Plantarle cara a la soledad es un trabajo diario que muchas veces encuentra salida en caminatas por la ciudad. En la calle… habla de eso. En la marea de paseantes por Manhattan encuentra ese rumor anónimo y lleno de picardía que la libera de su propio pensamiento reconcentrado. La vida social, la amistad, la calle, son su otro gran tema. Pensar sobre eso implica dar luz al entramado afectivo por fuera de las convenciones del matrimonio y la familia nuclear. La comunidad de anónimos o la comunidad de íntimos le dan respiro y la llevan de vuelta a su casa y su mesa, donde volver a escribir.

Leer a Gornick es un placer y un estímulo enorme, incluso hoy, cuando caminar está menguado, pero la soledad acecha en el confinamiento obligatorio. Vayan unas palabras de ella como remedio y despedida: “Camino por la avenida Columbus con un respeto renovado por la vida en estado solitario. Miro las caras ávidas, las caras que buscan, y pienso qué bien lo estamos haciendo en esta ciudad descarnada y sucia los que miramos por ventanas de habitaciones carentes de compañía, con esa textura áspera en el café de la mañana y la angustia de pequeño calibre con la copa de la noche. Al otro lado, en el resto del país, las caras son retraídas y remotas, excéntricas por culpa del aislamiento. En la avenida Columbus la soledad colectiva es un elemento estable. Puede generar cultura.”