Desde 1994, Harriett Logan es la orgullosa dueña de Loganberry Books, librería de Cleveland, Ohio, que se ha vuelto sensación las pasadas semanas por una contundente acción: la de girar los títulos de ficción escritos por varones, dejando solo los lomos de ejemplares de autoras femeninas al descubierto. El experimento -definido por la propia HL como una performance artística que tiene por fin ilustrar la brecha de género en el campo que le compete- dejó a la mismísima doña de una pieza… “Los resultados son shockeantes. Aunque he sido defensora del trabajo de las mujeres, no es lo que se traduce de mis estanterías”, reconoce hoy la señora al observar cómo solo un cuarto de los 100.000 títulos a disposición responde a escritoras. “La ubicuidad de los hombres en el mundo literario ha persistido no por talento, elección o popularidad, sino por oportunidad y hábito”, reflexiona la norteamericana que ha sabido ilustrar persistentes números de un modo tan simple como contundente, en su búsqueda por generar consciencia social acerca de las costumbres a la hora de consumir literatura. Queriendo además, sobra aclarar, dar merecido highlight a los ejemplares –de mujeres- que sí han quedado a la vista. “Queremos evidenciar la disparidad de esta industria”, remacha la consciente dama, cuyo esfuerzo busca cuestionar -y mejorar, diversificar- los mentados hábitos de lectura.

“Esta pieza de arte de la librería Loganberry enfatiza el impacto concreto que han tenido los siglos de discriminación en nuestra capacidad de leer libros escritos por mujeres”, advierte la periodista Caroline Siede, del sitio A.V. Club. “Aunque la disparidad entre el número de autores varones y escritoras mujeres está íntimamente vinculado a los prejuicios del mundillo editorial contemporáneo (y es una de las razones por las que personas como JK Rowling deciden usar sus iniciales en lugar de sus nombres completos), también sirve como recordatorio de cuán masculino es el canon literario. De allí que sea vital subrayar cómo esa brecha histórica se ha debido a una instalada falta de oportunidades”, acentúa al hacerse eco de la simpática performance. Y aunque no refiere a ejemplos clarificadores como, por caso, el hecho de que solo 14 escritoras hayan ganado el Nobel de Literatura desde 1901 a la fecha, sí presume –con suficientes motivos- “que el mundo de seguro ha perdido un enorme catálogo de libros de autoras cuyos trabajos jamás vieron la luz, en tanto sus familias o la sociedad las desalentaron de intentar publicar”.