Desde Londres

Informan, filtran, especulan. Que el roce con la muerte lo ha transformado, que Boris Johnson no es el mismo, que está lejos del que alardeaba de dar la mano a todo el mundo en plena epidemia y decía que la sociedad tendría que aceptar el impacto del coronavirus, es decir, la muerte de miles de personas. Según esta versión de las cosas, el nuevo Johnson nace el 27 de marzo con su reconocimiento de que contrajo el coronavirus y sale a volar con su internación en terapia intensiva el 7 de abril. Según él mismo, estuvo “50 y 50”, entre la vida y la muerte. Este nuevo primer ministro reivindica el estado con un lenguaje que nunca ha usado, dice que el “amor” es el motor del Servicio Nacional de Salud (NHS) y que, contrario a las palabras icónicas de Margaret Thatcher para afirmar el individualismo en los 80, “la sociedad existe”.

La realidad o no de esta presunta metamorfosis es vital para el Reino Unido porque este lunes Johnson podría estar de vuelta en 10 Downing Street, según el matutino ultraconservador “Daily Telegraph”. El jueves, en una de esas conferencias de prensa en las que aconseja hasta la ingesta de lavandina para el coronavirus, el infaltable Donald Trump dijo que había hablado con Boris y que sonaba “increíble, listo para volver”. 

Sea este lunes o más tarde, está claro que el regreso de Johnson sucederá en breve porque forma parte de ese quince por ciento de los pacientes de coronavirus en terapia intensiva que se recuperan en una o dos semanas. Y su presencia es vital porque esa especie de triunvirato más uno que lo reemplazó el 6 de abril, comandado por el canciller Dominc Raab, se mostró más desorientado que el Boris Johnson previo a la cuarentena y su roce con la muerte.

La cuestión es ¿qué Johnson volverá al gobierno? Los que apuestan a la metamorfosis ponen como prueba que el lunes el gobierno salió a desmentir la posibilidad de un relajamiento de la cuarentena luego de que Johnson dejara en claro su oposición. Según la prensa británica, el primer ministro había dejado en claro que un relajamiento podría llevar a un segundo brote de coronavirus que obligaría a una nueva cuarentena con un impacto sanitario y económico mucho mayor.

Un feroz rival de Johnson, el pro-europeo nieto de Winston Churchill, Sir Nicholas Soames, opina que el primer ministro “ha cambiado, hoy es un líder nacional”. Churchill es el símbolo del “líder nacional” surgido en épocas de crisis, ídolo de los conservadores, entre ellos del mismo Johnson que publicó una biografía, “The Churchill Factor”, años antes de perseguir a su nieto por sus desviaciones pro-europeas.

Al “roce con la muerte” y el modelo Churchill se le puede añadir su próxima paternidad con su prometida, Carrie Symmonds, embarazada de seis meses, que también estuvo en cuarentena luego de contraer el virus. Los Tuits de Symmonds han competido con los de Johnson en su agradecimiento y alabanza al providencial Servicio Nacional de Salud que está emergiendo de la crisis como la institución más sólida y popular del Reino Unido.

Entre el Amo Absoluto y la biografía política

La muerte es el Amo Absoluto de Hegel y de todos nosotros: sería imprudente subestimar su importancia. Pero también cuenta la biografía política de Johnson y la sociedad en la que se inscribe, incluyendo su expresión más inmediata: su entorno político del Partido Conservador.

Johnson fue electo por amplísima mayoría el 10 de diciembre de la mano de su promesa de “get Brexit done”: sacar al Reino Unido de la Unión Europea a cualquier precio. El 31 de enero, cuando Wuhan ya estaba en cuarentena, el Reino Unido dio el primer gran paso: dejó de pertenecer al bloque, aunque entró en una transición hasta su separación definitiva este 31 de diciembre.

El proyecto post-Brexit de Johnson es un Reino Unido desregulado financieramente, laboralmente y en términos medioambientales. Esta suerte de paraíso fiscal a las puertas del bloque europeo lleva un sobrenombre elocuente: “Singapur en el Támesis”.

El 3 de febrero, en un discurso que celebraba el Brexit, Johnson reivindicó la economía sobre todas las cosas. “Hay un riesgo que enfermedades como el Coronavirus generen una reacción de pánico y segregación del mercado. La humanidad necesita gobiernos que defiendan la libertad de tener intercambios económicos”, dijo.

La política británica respecto al coronavirus en las siguientes cinco semanas siguió esta premisa: minimizar el riesgo sanitario para proteger y garantizar la normalidad económica. A lo que se agregó otro rasgo del estilo personal de Johnson: su espíritu de “enfant terrible”. En esas semanas de enero y febrero en que la epidemia del Coronavirus se extendió por el planeta, el primer ministro no se dignó a presidir cinco reuniones del comité de emergencia Cobra y pasó dos semanas de vacaciones con su novia en Chevening, residencia de campo de los mandatarios británicos.

El domingo pasado un asesor “senior” del gobierno dio una descarnada descripción al “Sunday Times” del impacto de esa actitud en la planificación sanitaria. “Boris no trabajaba los fines de semana. Le gustaba irse a su casa de campo. Se manejaba como si estuviera al frente de un municipio de hace veinte años. No había una sensación de urgencia, de alguien que planea reuniones de emergencia. Era exactamente lo que había predicho mucha gente sobre él”, señaló.

Eso que había predicho mucha gente es parte de la fama que lo acompaña desde que falsificó una cita en su primer trabajo periodístico en 1990: superficial, vago, egocéntrico, efectista, sin respeto alguno por la verdad. Es el mismo Johnson que a principios de marzo, con Italia ya en cuarentena, fanfarroneó ante las cámaras que estrechaba la mano de gente en un hospital con pacientes de Coronavirus. El que días más tarde, iría a un partido internacional de Rugby y a la semana diría que los británicos tendrían que aguantar (“take it on the chin”) el impacto en muertes que tendría el virus.

El dilema actual

Este peculiar liderazgo político retrasó la respuesta británica a la crisis cuando hacía rato que había cundido el pánico en el resto de Europa. El Reino Unido entró en cuarentena el 23 de marzo. Hoy roza las 20 mil muertes hospitalarias y se calcula, todavía no oficialmente, que a esa cifra habría que agregarle unas 7 u 8 mil personas más que fallecieron en residencias de ancianos o en sus casas. Este número global lo pondría en el primer puesto de muertes de Europa.

El impacto económico es igualmente devastador. El cálculo oficial es de una caída del Producto Interno Bruto de un 13% y de más de un millón de desempleados en distintos esquemas de apoyo estatal. Cuando el 7 de mayo venza la actual fase de la cuarentena, el dilema será el mismo que en febrero y marzo, pero con una situación mucho más deteriorada: ¿prioridad de lo sanitario sobre lo económico o viceversa?, ¿sintonía fina entre ambos?

Entre los halcones que quieren un pronto relajamiento de la cuarentena se encuentran el ministro de finanzas Rishi Sunak, el de educación Gavin Williamson, la de Comercio Luz Truss. Según este grupo, un 60 % de las empresas que operan en el Reino Unido no tienen efectivo para más de tres meses y la cadena de suministros de muchos están al borde del colapso. Aerolíneas, Hotelería, Turismo, Moda y la industria automotriz se encuentran entre los sectores más comprometidos.

La decisión la tomará Johnson, pero ¿cuál de sus versiones? El de su historia previa o su discurso de febrero habría liderado naturalmente a los halcones. El del “roce con la muerte”, la paternidad y el “amor del NHS” parece mucho más prudente. Una pista puede ser su diálogo con Trump. La conversación giró en torno a uno de los ejes más controvertidos del proyecto Johnson post-Brexit: un tratado de libre comercio entre Estados Unidos y el Reino Unido. La razón de la controversia es el interés manifiesto de Estados Unidos por tener acceso al NHS para su industria farmacéutica, un insumo que ya se lleva buena parte del presupuesto del Servicio Nacional de Salud y que profundizaría sus problemas de financiamiento en caso de que se llegara a un acuerdo. Johnson siempre ha negado esa posibilidad. Trump ha dicho cualquier cosa dependiendo del momento. En la conferencia de prensa parecía particularmente entusiasmado porque había hablado con el “Boris de siempre, nuestro amigo, mi amigo”.