El poderoso sabe mejor que nadie cómo debe mover las piezas del tablero para proteger al rey. Sacrificará a los peones, a los caballos, enrocará y nos engañará para que miremos para otro lado mientras él se resguarda en la soledad de la oscuridad.

Porque justo cuando estábamos yendo a la cuestión de fondo, que es la concentración de la riqueza, instaló que el presidente no tiene otra mejor idea que la de liberar a presos, asesinos y violadores en el medio de una crisis mundial. El resultado de esto fue que nadie ya habla de ese 1% y del impuesto a las grandes fortunas.

La jugada comenzó cuando la envió a la senadora provincial de Juntos por el Cambio, Felicitas Beccar Varela, para convencer a la opinión general del peligro que representa la liberación de los condenados por la justicia. Como usted sabe, el poderoso nunca da puntada sin hilo y si la senadora lo planteó es porque algo se tenía entre manos, más allá de un relato que podía ciertamente ser producto de un realismo mágico.

Todos volvieron al ataque, el ejército de Marquitos Peña al unísono de los sicarios mediáticos. Si pensaba que los trolls volvieron a instalar el caos porque se aburrieron de jugar al Backgammon, se confundió, volvieron porque cuando se patea al chancho aparece el dueño —diría Nestor— o, en este caso al revés, el dueño mandó a los chanchos a enterrar sobre toneladas de escombros aquello de lo que está prohibido hablar, la concentración de riqueza. De eso señores, no se habla.

Ni hablar de los sicarios de los medios que son los primeros en olvidar el Derecho a la Información que tiene la sociedad en su conjunto, el de recibir al menos, una información veraz que, aunque manipulada, vuelque datos reales y no ficticios. Llenaron de números inventados y hablaron de liberación de presos, escondieron el concepto de prisión domiciliaria.

Cuando es de público conocimiento la convicción republicana del presidente Alberto Fernández, saben de su respeto a la división de poderes, lo dijo desde el primer día. Y si comparamos con el anterior que opinaba permanentemente de lo que la Justicia debía hacer y criticaba vehemente cuando algún dictamen contradecía su opinión, más debiéramos darnos cuenta que no los mueve la razón, sólo el oportunismo o el caranchismo político.

Obvio que lo saben. Pero ellos le hablan a ese sector de la sociedad despolitizado, que poco le interesa la política, que se identifica con la lógica de la meritocracia, el individualismo, la competencia, el sálvase quien pueda y entiende al Estado como algo que estorba pero sin saber bien por qué, aunque hoy coyunturalmente, lo necesite activo, al menos desde lo sanitario. Les habla a su sentido común, a ese sentido común que dice que un preso no puede tener más derechos que un médico. El sentido común que sostiene que no se puede dar la domiciliaria a un preso sin condena o que esté cerca de su libertad, o que está ahí por un hurto simple, sin violencia, y tal vez por necesidad. O al sentido común que plantea que, si un profesional de la salud o un policía muere cumpliendo con su labor, ¿cuál es la razón para que un delincuente no muera cumpliendo su condena?

El poderoso no tiene que crear el sentido común por el simple hecho de que ya está allí. Aunque hoy parezca que el sentido común ha perdido la razón y que estemos con parámetros previos a aquellos que fueron vencidos por el iluminismo desde lo cultural y la revolución francesa desde lo político, aunque esta vez no basados en los designios divinos sino en otros de naturaleza mediática. Simplemente, lo tiene que capitalizar y transformar en la expresión política de la oposición. El sentido común allí está, flotando y con la cualidad de que es entendido por todos. Solo resta conectarlo con los intereses que se quieran.

De nuevo y en un eterno retorno, a la sociedad se la entretuvo buscándole la hipotenusa al teorema de la cucaracha, mientras lo importante, fue ocultado por el humo de los presos.

Mauro Brissio es Magíster en Comunicación

Antonio Colicigno es Magíster en Políticas Sociales