Luis Pescetti es escritor, músico y cantante de gran reconocimiento en América Latina: es un referente aquí y en la región por su aporte a la creación infantil. En diálogo con Página/12, reflexiona sobre los niños y la pandemia, la tecnología y el deseo de inmediatez, la importancia de recuperar espacios de autonomía, el juego y el diálogo, con ese tono cercano y de complicidad que lo distingue y que comparte hace tantos años con los más chicos y los no tanto.

--A poco del comienzo de la cuarentena por la pandemia del coronavirus alertó sobre el exceso de información. ¿Cómo sugiere manejar este punto con niños y niñas?

--Creo que es fundamental evitar ver noticieros con nuestros hijos, y tratar de ordenar la información que ellos manejan. Pensemos que hoy cuando hablamos de niños, hablamos de que a partir de los ocho o nueve años ya están en redes de manera independiente, a veces viendo y a veces produciendo material.

--Con respecto a los efectos del aislamiento en ellos, ¿a qué le parece que habría que prestar especial atención?

--Es muy delicado responder esto porque hay normativas muy estrictas; pero confío en agregar a otros expertos que valoren todos los riesgos, no solo los de contagio. Que el confinamiento sea la manera más segura no implica que deba llevarse sin asesoramiento científico de otras áreas. Que se consulten infectólogos no excluye que se consulten pediatras, antropólogos y comunicadores sociales. Ya sea para transitar el confinamiento con apoyo científico de expertos, como para repasar supuestos. Ahora todo pareciera basarse en la idea “controlo todo, pues si permito algo pierdo control de todo”, o dicho de otra manera, “esta sociedad no respeta normas”, y de ahí se desprende la acción centralizada. ¿Es así? Y si es así, ¿pueden desarrollarse estrategias de regulación social colectiva, descentralizada? No como un experimento frívolo o descuidado, sino estrictamente sumando a expertos en salud y comunicación, pero de más áreas, y lograr estrategias de compromiso social colectivo, donde cada persona asuma su cuota de control y cuidado. No creo que esté demostrado que eso sea imposible, y menos innecesario, dado que el confinamiento se prolonga.

--Dado que los recursos empiezan a escasear, ¿qué juegos o actividades recomienda para que adultos y chicos compartan en sus casas?

--Realmente creo que el mejor juguete es el deseo del adulto. Traducido: lo que te dé ganas de compartir, con el riesgo de que no sea bienvenido. Participar de algunos juegos que a los chicos les gusten. Y como la pirámide alimenticia: algo físico, algo reflexivo --un diario, un comic familiar, una lectura--, algo de entretenimiento --una película, algún juego--, algún juego de mesa. Compartir actividades sencillas y muy divertidas, como llenar dos vasos con agua, uno en cada mano y bailar una cumbia, sin volcar; o hacerse “una cola” con papel higiénico y, mientras dura la música, pisarle la cola al otro; o taparse los ojos y dibujar un autorretrato.

--¿Cómo fue que descubrió que quería dedicarse a esto?

--En la adolescencia hacía un cómic de un perro que iba dirigido a los jóvenes, adolescentes como yo. Pero la primera escritura fue en Buenos Aires, luego de tomar contacto con escritores de literatura infantil. Recuerdo que me volaron la cabeza los ejercicios de la Gramática de la fantasía, de Gianni Rodari. Lo que a mí me interesaba era desarrollar la creatividad, que ahora es casi lo mismo que decir nada. Esto fue creciendo mientras enseñaba música en escuelas primarias de barrio, en Villa Urquiza, y en escuelas públicas en La Boca. Me acuerdo que en jardín, en sala de 5, los chicos me escribieron una canción de despedida porque pasaban a la primaria. Le puse música a esa canción y ahí me picó el bichito de componer canciones.

--¿Por qué dice que hablar de creatividad es decir nada?

--Porque la creatividad, como concepto, está muy malbaratada. Dicho en abstracto se convirtió en un valor que parece decir todo y no dice nada. Desarrollar la creatividad es tener un oído muy atento a lo que pasa, a lo que te llama la atención, pero además está muy asociado al deseo, al impulso, al entusiasmo, a la convicción. Creo que son la necesidad y el deseo imperioso que te llevan a la creatividad; no hay creatividad sin deseo imperioso, y sin oficio en el cual se aplique. “Un creativo”, dicho así, solo, es como decir “un pavo con colores”; ahora, aplicado a la cocina, un cuadro, una partitura, una obra que resuelve un problema, es otra cosa.

--El aburrimiento tiene mala fama, y muchas veces genera ansiedad y angustia, no solo en los chicos. ¿Cómo se enseña la creatividad?

--A mis hijos yo les explicaba así: “La cabeza tiene una potencia que si no se aburre no empieza. Si le das algo a la cabeza antes de que la cabeza se aburra, la potencia no se activa”. Con los chicos hay que desarrollar estrategias para amortiguar el impacto de las pantallas. Si le das algo a tu hijo antes de que se aburra, la cabeza no arranca. El aburrimiento no es la medida de rating de los padres; aunque a veces lo tomamos así. Y creo que genera ansiedad porque falta calle. Hoy San Jorge es una ciudad, pero entonces era un pueblo. Ahí crecí. Nos podíamos ir al medio del campo a la mañana y volver cuando alguien nos gritaba que nuestra madre nos buscaba. Hoy los chicos no conocen esa autonomía. Hace poco estuve ahí. Se acercaron un par de chicos y me dijeron: “qué bueno que vivís en Buenos Aires; qué suerte tienen tus hijos, porque acá nunca pasa nada”. Entonces les pregunté cómo iban ellos a la escuela. “Solos, en bici”, me respondieron. ¿Y quién te trajo al club? “Nadie, también solos”. Les repliqué que eso en Buenos Aires es imposible. Ahí le encontraron el gusto a eso. El aburrimiento tiene que ver con la autonomía. Hay que buscar las necesidades y las urgencias para seguir creando. Las cosas no siempre están a la vista. Y con los chicos, en el trato o la relación con ellos, hay que tener presente que uno no tiene derecho al desaliento.

--¿En qué sentido?

--Creo que hay una cantidad de analistas políticos y sociales en la Argentina, comparativamente con lo que se puede leer en periódicos de otros países, que suelen ser muy quejosos de nuestra realidad. Acá en dos pasos llegamos al “esto no tiene remedio”. Y me temo que es un error de retórica o razonamiento. Antes de las últimas elecciones, en medio de tanta pelea, tanta grieta, consulté a politólogos, filósofos, especialistas en política argentina, y escribí “La democracia, explicada a mis hijos”. En pocas palabras, qué aceptaría yo que un maestro le diga a mi hijo y qué aceptaría yo siendo maestro decirle al hijo de alguien que no opina como yo. Por encima de ese piso me molestaría que alguien le baje línea a mi hijo y por encima de ese piso yo estaría siendo violento. No hay derecho a bajar línea; vivimos en una sociedad plural.

--¿Qué lo llevó a incursionar en el ensayo?

--Quería ofrecerles una manera de leer la realidad y que pudieran comparar. Surgió por necesidad, un poco reclamos de época, otro poco, paternidad. Yo mismo me pregunto por qué no hago ficción con esto. Creo que se trata de una necesidad de seguir el hilo de mi entusiasmo. Al mismo tiempo, por las noticias y los procesos de agitación social que tienen lugar en Latinoamérica. Por ser obediente a mi hilo de sed estoy “apartándome del camino de la ficción”… pero no de la poesía.

--¿Cambió el contenido o la forma del espectáculo infantil en los últimos años?

--Respecto a diez o quince años atrás hoy vienen chicos más chicos o más tempranamente sienten “que eso no es para ellos”. Cambió también el acceso al entretenimiento y a la producción de entretenimiento que se genera cuando el mismo chico manda mensajes o graba videos; esto es infinitamente mayor que antes. Contra esto es que se compite. Pero vereda y contenido le ganan a todo. Un contenido que los sorprende desmiente todo desinterés en la lectura, el teatro o la expresión artística que sea.

--En este sentido, no es que los chicos hablen poco o carezcan de intereses sino que hace falta incluirlos más desde la escucha, las propuestas, las políticas…

--Exactamente, y además es importante contarles más. Mi experiencia en la conversación con los chicos me indica que en ocasiones el adolescente es parco porque no confía en que su vida sea narrable. Es una etapa en la que sentimos vergüenza. Un truco para que nuestros hijos charlen es contarles nosotros nuestros días, nuestra vida, con manera verdadera de contar. Seguramente van a empezar a identificar qué es motivo de narración y al tiempo empezará a venir lo narrable del otro lado. Ponerle palabras a lo que le pasa a un chico o a un adolescente, en lugar de bajarle línea, le permite observarse a sí mismo sin sanción y observar a quien le habla como un semejante y no como un sermoneador de la naturaleza humana. Aproximarse al otro considerándolo un semejante siempre deviene en menos violencia en la relación, más apertura y más confianza. Y esto mas allá de las edades y los roles.

--La sugerencia suele ser no contarles a los más chicos aquello que no preguntan o que no están preparados para entender. ¿Cómo aborda situaciones complejas desde el texto o la canción?

--Lo que trato de hacer, cuando canto o escribo, es que el chico se vea a sí mismo. Y no anticipo la experiencia, salvo algunas advertencias de tener cuidado con tal o cual cosa. Pero hasta ahí. Hay temas, como la muerte, sobre los cuales uno no puede tenerlos a salvo. Es imposible tenerlos a salvo de las angustias de la vida, de las angustias existenciales. Un hijo o un niño te pueden decir: “no quiero que te mueras nunca”. Frente a esto no hay más que decir que los entendemos y que también quisiéramos estar siempre con ellos. Y luego tal vez proponer un abrazo y aguantar ese silencio con afecto, que no se traduce en palabras pero que en algún momento se va a traducir en algo.

--¿De qué manera aparecen en su obra cuestiones como la igualdad de género y la prevención de la violencia?

--En la construcción de los personajes, en la trama, en cómo interactúan. Aun cuando no se considere como tema principal, explícito, el cómo se traten los personajes lleva implícita una idea sobre género, relaciones de autoridad y relaciones de poder, o de uso del otro. Creás escenas en las que los personajes actúan y eso que hacen afirma una postura de género, sin que lo declares. Luego sí, de manera más explícita, en textos como “Mamá, ¿por qué nadie es como nosotros?”, o la canción “Un mundo contra la trata”, entre otros.

--¿Qué lugar ocupa el juego en el ámbito educativo?

--Antes los chicos jugábamos de manera autónoma toda la tarde; hoy los juegos cobraron un nuevo valor porque los espacios de autonomía están acotados. De ahí que sea necesario revalorizar el juego. Hay juegos reglados y de animación musical que adoro. Encierran un compendio de vitalidad y de concepto de autoridad muy fuerte. Hace poco, en Oberá, Misiones, me contaron de un profesor de química que tenía que tomar examen. Sus alumnos se la pasaban rapeando y no querían saber mucho con la materia. El profesor los invitó a dar el examen rapeando. Eso es juego. El docente no perdió autoridad, al contrario, ganó autoridad porque supo cómo incluirlos en un lenguaje propio. Es fundamental resolver creativamente y de forma lúdica situaciones de conflicto. Los juegos generan confianza. Este año voy a organizar “Juegos por la paz”, unas jornadas sobre el juego en situaciones de conflicto, marginalidad y hospitalización. El juego tiene una importancia suprema en estos contextos; tiene una función de resiliencia y de recuperación de vitalidad y humanidad.

--¿Los adultos sabemos jugar?

--Sí, tienen que reconocerse y animarse más, pero sabemos jugar, sí.

--¿El auge de la tecnología y el deseo de inmediatez cambió la infancia o cambió la adultez?

--Hay cambios que vienen con la época. Escuchamos a los chicos diciendo ciertas cosas y nos preguntamos de dónde las sacaron. Y la realidad es que ya lo tienen asimilado, no sabemos cuándo lo asimilaron. Diría que cambió todo, cambiamos nosotros los adultos y cambiaron los chicos. Y cambió la narrativa que reciben. Al mismo tiempo creo que cuanto más atrás uno se remonta advierte que los niños fueron adultos más tempranamente. La infancia dura más que antes. Hay como una capa de consumo y entretenimiento que nos hace creer que perdieron la ingenuidad, pero la pierden en un nivel casi de ensayo de la vida. En realidad tienen poca autonomía. Nadie nos obliga a darles el celular o la tableta a nuestros hijos; pero también es cierto que el departamento es chico. El tema es la autonomía. De nuevo, lo que sucede es que la calle cambió y perdió ingenuidad.

--¿A qué atribuye la vigencia de sus textos?

--En Natacha, por ejemplo, siempre esquivo la tecnología porque si la incluyo el libro envejecería muy pronto. En el primer Natacha tendría que haber puesto Netscape, el primer navegador, que ya nadie recuerda. Pero en tanto escribas de conflictos de chicos lo demás es paisaje. Mientras pongas conflicto humano en las historias, como el “no me aceptan”, “no quiere ser mi amiga”, “no quiere jugar conmigo”, “mis padres tal cosa”, la escenografía que rodea a estas cuestiones es secundaria. Lo mismo sucede sobre el escenario, donde hablo de las cosas que suelen tironear a las familias; las cosas en llamas de cualquier convivencia familiar. Puede que esto sufra ligeros cambios de paisaje, y que aparezcan algunos conflictos nuevos, pero en general son los mismos y eternos tironeos. Yo no hago ni canción infantil ni shows infantiles, hago canción y show sobre la convivencia en familia cuando hay niños. Las tensiones que se provocan en el forcejeo entre adultos y niños --entre hermanos, entre madre y padre--, son la materia de los chistes y junto con todo eso hay algo que es muy difícil de decir sin ser naif, y tiene que ver con el amor.

--¿Qué concepción tiene del humor?

--No hago humor con cosas que me disgustan; hago humor con lo que me provoca empatía, a menos que esté en un lugar de menos poder. Por otro lado, uno hace humor para liberar al otro de una carga que hace que se vea a sí mismo reducido en su humanidad; el humor es para restituir de manera directa la humanidad y la vitalidad.

--¿Qué aprendió de su interacción con los más chicos?

--A ser bienvenido, con una gratitud gigantesca de mi parte. Es imposible transmitir lo que significa que en otros países, en otras ciudades, padres, madres, familias y niños me escriban agradeciendo y dándome la bienvenida. Aprendí, también, que los límites de su comprensión y su gratitud son mucho más grandes de los que yo creía cuando empecé a trabajar.