Las villas son como cárceles sin puertas, suele decir el cineasta César González. Habla con conocimiento de causa: en barrios vulnerables filmó su nueva película, Lluvia de jaulas, un retrato crudo del interior de las villas que funciona como un documental poético través del cual se puede notar un impactante contraste entre ese interior y el “afuera” de la ciudad. La riqueza, la policía, el desempleo son palabras llenas de contenido en el film de González. Pero también los juegos bruscos, el consumo de drogas y la falta de oportunidades. El cineasta no muestra una villa idealizada ni romantizada, pero tampoco estigmatizada: la expone con todo lo que tiene. Por ejemplo, el manejo de las armas que aprenden los chicos. Pero también a través de la ternura de una madre con sus hijos pequeños. Lluvia de jaulas está disponible online en el formato video bajo demanda aquí .  

César González nació en 1989 en la Villa Carlos Gardel, al oeste del conurbano bonaerense, donde vive hasta el día de hoy. Estuvo cinco años en prisión. Al recuperar su libertad estudió un tiempo Filosofía en la UBA. Es cineasta. Lleva cuatro largometrajes realizados: Diagnóstico Esperanza (2013), ¿Qué puede un cuerpo? (2014), Exomologesis (2016) y Atenas (2019); además de un documental producido por Canal Encuentro: Corte Rancho (2014) y dos cortometrajes: Truco y Guachines, ambos de 2014. También es escritor. Publicó hasta el momento tres libros de poesía: La venganza del cordero atado, Crónica de una libertad condicional, y Retórica al suspiro de queja, con el sello Ediciones Continente. Trabajó como productor musical de varios jóvenes también habitantes de villas. Es el creador de la revista Todo Piola, espacio literario independiente que funcionó entre 2009 y 2012. Y fue columnista en las revistas Sudestada y THC, entre otras.

"Lluvia de jaulas es una película que no nació con una idea de ser película. No es que haya tenido la conciencia desde el comienzo que iba a ser lo que fue. Se fue dando con el tiempo a medida que iba coleccionando y juntando imágenes que iba a registrando por el barrio y por distintos lugares", comenta González en diálogo con Página/12. "A partir de ahí, vi que tenía un grupo importante de imágenes que se podían transformar en una película, pero fue muy azaroso", agrega.

-¿La idea fue reflejar el contraste entre el adentro de la villa y el afuera a través de ese personaje que va de un barrio vulnerable a la city porteña?

-Sin duda, porque esa era justamente una de las ideas de la película para invitar a la reflexión. Justamente, esa entrada y esa salida. Un jovencito que sale y está siempre cargado de tantas estigmatizaciones, de un montón prejuicios, sale a la ciudad de la locura. Ese movimiento fue uno de los fundamentales para entender cuál sería la premisa principal de la película.

-¿Salir de la villa a la ciudad es realmente una aventura como muestra la película?

-Yo quise mostrar que para muchísima gente, que puede ir y venir de una jornada laboral, es siempre el ir y venir de territorio extranjero, donde todo te hace sentir un extranjero. Ni siquiera un extranjero beneficiario de alguna hospitalidad. No, todo lo contrario. Es un contraste muy fuerte, pero que es cotidiano para millones de personas.

-Vos señalaste que las villas son como cárceles sin puertas. Y eso está reflejado porque se ven la persecución policial y el hostigamiento.

-Sí, eso es algo que viene pasando desde hace varios años en la Argentina, por lo menos en las grandes villas de la región del AMBA. Hay una saturación de fuerzas de seguridad que sembraron cierto terror en la gente. Entonces, por ejemplo, hay tal hora para salir. Se tejieron un montón de estrategias para zafar de ese hostigamiento, pero las reglas, la distribución del espacio y la conquista del espacio por parte de las fuerzas de seguridad en un barrio popular es completamente carcelario. No tiene nada que envidiarle a cómo es la conducta del Servicio Penitenciario.

-Las imágenes son crudas y el texto de la voz en off, por más que tiene su denuncia, también es literario. ¿Cómo fue el trabajo para combinar ambos lenguaje?

-Totalmente. Si era una voz en off descriptiva y narrativa que relatara, le iba a quitar muchísimo a la propia estructura de la película. Así que la voz en off está en momentos muy precisos: cuando hay que dar una información que es muy importante que esté, o cuando hay un tipo de poesía que, igual, siempre está relacionada con la historia de la película. No fue meter porque sí.´

-¿Por qué decidiste enfocarte en la población juvenil de las villas? ¿Fue porque es la más estigmatizada?

-Hay de todo ahí. Un poco de melancolía propia de sentir que "ya no pertenezco más a esta tribu", y a la vez negar eso. Pero con quienes más trabajo es con los pibes. Si yo salgo al barrio con un altoparlante y diciendo: "Voy a hacer una película", me voy a llenar de chicos, no de grandes. Es la realidad. Es lo que me ha pasado siempre. Obviamente, más allá de esa nota simpática, de color, que es real, lo que me convoca es esa población que lentamente va siendo exterminada. Cada año, solamente viendo los números de gatillo fácil que siguen organizaciones como Correpi, son desoladores. A eso hay que agregarle un montón de casos que no trascienden. Y una de las grandes cuentas pendientes de nuestra democracia es que estos pibes están abandonados. Y así de jugados porque son pibes que están tan abandonados socialmente que se les ha creado adentro de ellos un odio social y una bronca hacia la sociedad. Creo que si la película ayuda a que mucha gente se dé cuenta, me consideraría satisfecho.

-Cuando la filmaste, Mauricio Macri era presidente. ¿Cómo analizás la criminalización de la pobreza que hizo el macrismo?

-La película refleja el macrismo. Hay imágenes que son de otras pelis que las usé para ésta, pero las nuevas son imágenes que empecé a tomar desde que asumió Macri. Entonces, sin querer, se terminó transformando como en una crónica del macrismo. No nos olvidemos porque ahora, por lo menos, sentimos que existe un gobierno. Podemos tener críticas infinitas, pero durante esos cuatro años los pibes de los barrios sentían terror. Sembraron el terror y de una forma muy consciente. Patricia Bullrich no es ningún corderito del Señor. Es una tipa de lo más oscuro que hay. Y lo que hizo en los barrios fue bajo el pretexto de un título muy pomposo, como "El Estado llega a tu barrio". ¿Así llega el Estado? ¿Con fuerzas de seguridad? ¿Esta es tu versión del Estado? Y eso fue lo que pasó durante el macrismo. La verdad es que, sobre todo los adolescentes, la pasaron muy mal por un montón de vejaciones que sufrieron. Hoy no dejan de pasar, pero por lo menos hay una atmósfera que te permite la denuncia, cosa que con el macrismo no existía. O decías: "¿Quién me va a dar pelota? Me arriesgo a que me marquen". Hoy por lo menos, se volvió a sentir esa sensación de que si un oficial se excedió con determinada cosa, tengo alguien a quien llamar para denunciar. Y alguien me va a atender y me va a escuchar. Y alguien me va a dar una respuesta. No sé si la que yo quiera, pero me va a dar una respuesta.