Cuando se comenzaban a sumar voces que advertían de un nuevo “invierno” (o al menos un “otoño”) de la Inteligencia Artificial, llegó la crisis pandémica. La crisis llega cuando se comenzaba a reconocer los límites técnicos de lo que la inteligencia artificial puede resolver, además del efecto que tienen las resistencias sociales y políticas a su aplicación, que ya horadaban la arrogancia de los métodos (por ejemplo las denuncias sobre los sesgos en la toma de decisiones). 

A contramano de lo que pasa con otras áreas, la crisis generada por los efectos de la Covid-19 vino a darle a la Inteligencia Artificial un nuevo impulso, revalorizando en un contexto de emergencia la independencia que la automatización permite y por otra parte, el valor que adquiere la veloz expansión de la vigilancia y el monitoreo social digital.

Automatización

La máxima “nunca dejes que una crisis seria se desperdicie” se ajusta perfectamente al espíritu que reina en el terreno de la automatización. La súbita necesidad de restringir el movimiento de trabajadoras y trabajadores debido al riesgo epidemiológico ha servido para acelerar todo plan que incluya el reemplazo de capital por trabajo, especialmente en los países dominantes del sistema mundial

Los ejemplos se multiplican: las ventas de robots que limpian los pisos se han disparado (para ‘liberar’ tiempo y permitir tareas de desinfección) tanto como los robots de desinfección por UV; los robots que clasifican la basura a reciclar también triplicaron sus ventas (aduciendo que la tarea podría tener riesgos de contagio) y el cobro con cajas registradoras inteligentes se promociona hoy (sobre dudosa evidencia) como la opción “más segura” en los supermercados. 

Además, Youtube, Paypal y Facebook aumentaron las capacidades de sus robots para filtrado de contenido y para soporte de usuarios argumentando que tienen menos personal en sus oficinas. 

¿Qué sucederá pasada la pandemia? En todos estos casos, si los experimentos de emergencia son exitosos es difícil pensar en una vuelta atrás, aún cuando hubieran sido fuertemente resistidos en otro contexto. Una vez hecha la inversión en robots, serán los empleos los que estarán en riesgo.

Si estas son soluciones de emergencia, la perspectiva de crisis alienta planes de mediano plazo. Previendo un escenario de contracción económica muchas empresas planean una reducción de costos

La consultora EY, por ejemplo, encontró que 41 por ciento de sus empresas encuestadas esperan acelerar sus planes de automatización antes de que termine la pandemia. Aunque es difícil saber exactamente cuáles serán las tecnologías en juego y cuán efectivos serán esos planes, lo interesante es que coincidan en hacerlo durante la crisis. 

Por ejemplo, en una encuesta realizada por Gartner, dos tercios de los CEO encuestados dicen que planean convertir en permanente el trabajo remoto de al menos 20 por ciento de sus empleados, ahorrando de este modo costos de oficina

Todo indica que la oferta de educación superior online se multiplicará, pues las universidades internacionalizadas están ya en una carrera contra reloj para ofrecer cursos a distancia debido a las restricciones de movilidad que impone al pandemia. En estos casos también se advierte el intento por consolidar el terreno ganado durante el momento de excepción y vencer de este modo las resistencias que estos planes habían encontrado en el pasado y encontrarían en una situación de normalidad. 

En otras palabras, intentar cerrar oficinas y obligar a trabajadoras y trabajadores a trabajar desde sus casas no es una idea nueva (basta ver los avances en el uso de Inteligencia Artificial para controlar este trabajo en revistas como PC Magazine, con su ranking de “Los mejores programas de monitoreo de empleados”), pero pensar que esto puede hacerse a escala y sin resistencias era otra cosa, al menos hasta que el mundo se sacudió por la pandemia.

Todo indica que se desliza silenciosa una reestructuración capitalista. Una reestructuración que no se limita solo a la producción.

Control digital

La reestructuración es predecible porque detrás de la demanda de Inteligencia Artificial está la explosión de técnicas de vigilancia digital masivas.

La crisis pandémica ha legitimado el uso de tecnologías de control a una velocidad única. Muchas de estas tecnologías hasta hace pocas semanas se introducían solo en la “lucha contra el terrorismo”, es decir dirigidas a poblaciones específicas (grupos políticos o raciales), encontraban resistencias y objeciones y no podían utilizarse en forma indiscriminada contra la población. 

En términos de semanas, las siempre débiles barreras legales que protegen la privacidad han sido barridas rápidamente

En Moscú, por ejemplo, el cumplimiento de la cuarentena se verificará con el uso de reconocimiento facial en las cámaras, pero también con una aplicación para el celular que registrará los movimientos y un código QR que deberá mostrarse a la policía para circular. Quienes no tengan celular recibirán uno en préstamo. 

Israel, entre otros países, utilizará datos de localización de celulares para rastrear casos de coronavirus y avisar a quienes hayan estado en contacto con la persona infectada (enviando un mensaje de texto indicándoles que deben aislarse hasta una fecha en particular). El sistema utiliza los datos que ya tiene agencia de inteligencia Shin Bet y tecnología creada para luchar contra el terrorismo

Italia utiliza drones equipados con sensores de calor para medir la temperatura de las y los transeúntes que son capaces de dar instrucciones como “Estás en un área prohibida. Sal de inmediato” y además, permite utilizar la información obtenida por el reconocimiento facial para tramitar sanciones administrativas y penales. Las policías locales han recibido nuevos poderes que le permiten controlar los movimientos, residencia, actividades y hasta la temperatura corporal de las personas sin su conocimiento o permiso. 

Irán intentó un método más burdo. Llamó a que se instalen una aplicación en los teléfonos que prometió ayudar a diagnosticar los síntomas del coronavirus, mientras secretamente filtraba los datos de ubicación del usuario en tiempo real. 

Corea del Sur también implementó una aplicación de uso obligatorio para infectados. 

En China una app obligatoria determina con un “código sanitario” si los usuarios pueden viajar o salir de la casa según codificaciones de colores (verde, amarillo o rojo) y el riesgo de infección que se encuentran calculado a partir de Big Data.

Por su parte, Google ha hecho público sus reportes de movilidad que muestran no solo la granularidad de datos de que dispone sino también su capacidad de análisis de los mismos: en los informes se muestra el menor uso de parques, transporte, lugares de trabajo a partir de geolocalización de teléfonos con Android. 

En Argentina, la empresa Grandata ha publicado algo similar a partir de MAIDs (Mobile Advertising IDs), revelando que el acceso a estos datos lo tiene hasta empresas pequeñas. Los ejemplos de aplicativos de seguimiento se multiplican: Taiwan, Singapur, Corea del Sur. Alemania y el Reino Unido exploran la idea de un ‘pasaporte de inmunizados’ que más allá de su efectividad abriría horroríficas distinciones a la capacidad de circular de distintes ciudadanas/os.

Esta proliferación de métodos han abierto nuevos mercados lucrativos para compañías que extraen, venden y analizan datos privados. Tanto que estas compañías hablan de un “9/11 con esteroides”, comparando con la expansión de la vigilancia que les permitió el atentando contra las Torres Gemelas en Nueva York.

Sin estas normas se presentan como temporarias, sus legados nuevamente no lo son. En primer lugar la colección de datos en su gran mayoría no tiene ni cláusulas de extinción ni compromisos de eliminación terminada la pandemia. En segundo lugar, porque esto implica una demostración de fuerza de (algunos) Estados y empresas para mostrar que estas tecnologías no solo existen potencialmente, sino que son capaces (en todo sentido) de ser utilizadas en determinados contextos e implementadas sobre el conjunto social. Y finalmente, porque estos experimentos masivos serán a su vez un camino de aprendizaje para perfeccionarlas.

Trabajo esencial

La pandemia mostró también con claridad que el grueso de la producción depende diariamente de trabajo humano y no de máquinas

No hay sector que no haya sido afectado por los límites a la movilidad humana ni expansión de la producción y el comercio que no se haya fundando en más trabajo humano. Los informes de los increíbles avances en automatización de cadenas como Amazon deben ponerse en contexto con las noticias recientes que hablan de la incorporación de 100 mil empleados durante la crisis. 

En algunos casos la lista de sectores esenciales es tan larga que como dice Kim Moody nos recuerda “cuán esencial es toda la clase trabajadora para el funcionamiento de la sociedad en los buenos o malos momentos.” Esta crisis ha revelado patrones inesperados: la vulnerabilidad de cadenas de valor debido a su extrema confianza en la producción just in time y la increíble precariedad del empleo en que se montan estos servicios esenciales.

El sistema de salud es, si se quiere, paradigmático. Lo mismo se puede decir de los sectores de servicios asociados a logística y al transporte. Detrás de la crisis asoma una reestructuración pero para prevenir cualquier fatalismo es necesario decir que también ha dejado a la luz el poder estructural de les trabajadores en general, y de algunos sectores en particular, que será difícil de borrar de la memoria colectiva y especialmente, de su formación colectiva.

* Docente e investigador en Desarrollo Económico, Departamento de International Development, King’s College London.