Me pasó muchas veces a lo largo de mi vida pensar que si las cosas que estaba haciendo no servían para nada, ¿para qué las hacía? ¡Ponete a hacer algo, dejá de estar ahí sin hacer nada! ¡Ponete las pilas! ¿Cuántas veces le decimos eso a nuestros amigues, nuestros hijes, compañeres de laburo?

¿Hacer “nada” no es hacer “algo”? No sé en qué lugar está escrita la lista de las cosas inútiles y las cosas útiles. Mi lista de hacer “nada” es larguísima. Pero aprendí mucho de no hacer “nada”. A ver si me explico. Gracias a no hacer “nada” me convertí en una chica útil, utilísima. Aprendí tanto haciendo “nada” que ustedes no se imaginan. Armé parte de mi mundo y de mi futuro sentada en una sillita mirando con ojos extasiados el “inútil” mundo de Utilísima. El resto de los chicos esperaban su dibujito preferido, se apuraban a tomar la leche para ver la tele. Yo también. Pero para ver Utilísima, un programa dirigido a las amas de casa que lo miraban a la hora de la siesta en el rato libre que se tomaban para ellas. ¡Usaban sus ratos libres para aprender a ser más útiles a la familia! Un poco machirulo el mensaje… ¿no? Pero a mí me servía, era mucha info del mundo femenino que desconocia. (No se olviden que perdí a mi mamá a los dos años, lo más femenino que había en casa era el verde pistacho de la pared del comedor). Por suerte tengo buena memoria y tomé nota en mi cabeza de casi todas las cosas que te enseñaban ahí. Y también aprendí a guardar el secreto, a no contarle a nadie que miraba Utilisíma. ¿Por qué? Porque las chicas progres y de mente abierta y con libertad sexual no queríamos ser utilísimas para nadie. Mucho más adelante entendí que la revolución y el derecho a la identidad pasan por lugares de más intensidad. Que está buenísimo ser una chica trans que sabe coser, que sabe bordar y que sabe abrir la puerta para ir a jugar.

Durante muchos años no le conté a nadie que había sido fan de ese programa. En los noventa estaba mal visto ser una chica utilísima, se burlaban de las mujeres susanitas, amas de casa que se pasaban horas decorando una torta de cumpleaños con mazapán. ¿A cambio de qué? De nada. Como mucho una foto mal sacada y guardada en un álbum en el fondo del cajón del aparador del living. Las miraba con fascinación y culpa y guardé “sus secretitos” para siempre en mi corazón de susanita. Me acuerdo patente como si las tuviera acá delante de mí: la estupenda Dolly de Irigoyen, Choly Berreteaga y la querida Martha Ballina. ¡Las admiraba tanto! Qué paradoja, ¿no? Una chica trans de zona sur cómo yo formándose con mujeres caretas que jamás hubieran imaginado hasta donde llegarían sus consejos. Y se hubieran horrorizado un poco si lo hubieran sabido. Pero era la única forma de acceder a ese mundo femenino tan deseado para mí, piensen que no había otra cosa, ni redes, ni YouTube y mucho menos internet! Y los libros de cocina eran inaccesibles para mí. Hoy puedo decir con mucho orgullo que soy una mujer útil y multifunción que sabe hacer de todo y que casi todo lo aprendí mirando ese programa y no sólo aprendí a cocinar también aprendí a maquillarme con el genio de Juan Mauel Pont Ledesma y mi querida amiga Mabby Autino, eso me ayudó muchísimo en mi vida profesional.

Esas horas perdidas fueron pura ganancia para mí y hoy, en tiempos de cuarentena, también lo disfruta mi familia: sé cocinar, sé coser, hago bricolage, puedo bordar, maquillarme y aprendí un montón de peinados y peluquería. También tuve excelentes maestros, pero ese programa me marcó a fuego. Y por esas vueltas de la vida, con los años me hice amiga de Patricia Miccio, conductora estrella de Utilísima. Creo que nunca le dije lo mucho que la admiraba y cuánto aprendí con su programa. Supongo que esperaba la ocasión para contárselo y ahora me arrepiento: nunca pensé que se nos iba a ir tan pronto, era una hermosa persona, bella y generosa, tal cual se la veía en la tele de mi casa. Por eso, llamame antigua lo que quieras, pero no cambio por ninguna tecnología y por ninguna red social del universo esas tardes perfectas, sentada frente a la tele con mi leche chocolatada el pan con manteca, esperando para emprender cada día una nueva aventura. Donde quiera que estés, ¡gracias, Patricia Miccio!