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Elegir es un verbo burgués. Implica un número determinado de bienes materiales y simbólicos, la posibilidad de medir entre los efectos de una acción y de otra capaz de desbaratar la idea de destino bajo el sostén de diversos expertos; la fortuna amasada por el trabajo o la herencia, la inclusión dentro de instituciones privadas o del Estado, todas esas posibilidades que permiten tanto la rumia moral (¿estará bien o estará mal?) como el cálculo utilitario (¿qué me conviene más?) y que suelen representarse como una encrucijada entre diversos caminos. Elegir puede tener el rostro de una aventura, de una apuesta o de la asunción de una responsabilidad. Mucho antes de tener acceso a poder ganársela, la posibilidad de elegir, que precede a la razón, está dada o no ¿qué es la libertad?

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Más que con el contenido de lo dicho, el discurso liberal se inflama en la libertad de decirlo. El derecho a la propia palabra es el valor supremo a defender. Y en esa defensa de encendida retórica se oculta que se escribe, no con tinta justiciera sino con la sangre de los otros. Como en la llamada Revolución Libertadora donde la libertad se identifica a la libertad de prensa aunque se acompañara con bombardeos sobre civiles y fusilamientos falsamente discriminados entre legales (públicos) y argumentados por la vigencia de la ley marcial. El 5 de junio de 1957 Rodolfo Walsh le envía una carta a Donald Yates que es un resumen pedagógico del peronismo y su derrota: Durante el gobierno de Aramburu la cotización de las exportaciones argentinas ha caído en un 50 por ciento, el costo de la vida ha aumentado el 30 por ciento, se cierran fábricas, la industria nacional es desalentada. Hay plena vigencia de los partidos políticos, menos el peronista . Toda la prensa puede criticar y protestar pero no toda, porque no toda significa la que se dirigía a millones, puesto que ya no queda ningún medio favorable a Perón y hasta llegan a meter preso a un tipo que llevaba en la billetera una estampilla con la imagen de Evita. Una palabra, “libertad” se expropia para cometer el mayor atentado contra la libertad: los derechos adquiridos de los trabajadores.

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Juan José Sebreli que publica en el 1984 una crónica de su prisión de 1957 durante la “Revolución Libertadora” . El texto abunda en la palabra “conciencia” (el estilo es miméticamente sartreano) y, sin proponérselo, va desnudando un itinerario perfectamente legal, entre la comisaría quinta, el Palacio de los Tribunales, la cárcel de Villa Devoto, nuevamente el Palacio de los Tribunales y la calle Lavalle. No hay ni un empujón, menos un insulto, elogio a la burocracia judicial milica.

En plena explosión de los testimonios sobre atentados a los derechos humanos , en el 84, publica esa experiencia de la que registra haber tenido que comer con cubiertos de madera en un plato de latón. Expresiones como “Solo, cuando a la mañana siguiente…” o “todo terminó a las cinco y media…” sugieren que se trató de un día o dos. ¡Vergoña!

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Pobre Emile Zola (Yo acuso), pobre Rodolfo Walsh(Carta a la junta militar), Tommaso Marinetti (Manifiesto futurista ) y Valery Solanas (SCUM) , incluso pobre el Drieu La Rochelle que, antes de suicidarse, hizo el elogio del colaboracionismo (Yo, el intelectual) –con la apropiación mediocre del género manifiesto por la llamada Fundación Libertad que tituló Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo. Días antes, la Protesta del Cerdo que había estallado cuando el gobierno porteño limitó las salidas de los mayores de setenta años, había cruzado de derecha a izquierda y de izquierda a derecha como si todos tuvieran un permiso de circulación emitido por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Algunos les habían reprochado el defender derechos individuales o de damnificados y por eso serían pre políticos. Pero muchos no tardaron en sacarse la careta. Y Marcos Aguinis, cuyo rostro había aparecido junto a los de tantos progres en las notas de los medios durante la Protesta del Cerdo , corrió a alinearse y firmó en nombre de la “Libertad”.

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En los años cincuenta María Cristina me quiere gobernar era una guaracha de moda. El estribillo decía ”María Cristina me quiere gobernar/ y yo le sigo le sigo la corriente/ porque no quiero que diga la gente/que María Cristina me quiere gobernar”. No sé si existe alguna figura retórica donde una justificación se da por la contraria. ¿Porque me quiere gobernar, yo le sigo la corriente, es decir le obedezco, para que no se diga que me gobierna? “Seguir la corriente”, podía significar fingir estar de acuerdo, dado que la sería inútil, puesto que María Cristina, seguramente, se impondría, dejando desnuda la propia debilidad: maquiavelismos de guaracha.

No, no y no: Olvídate del “Cristina”, no se trata de ella. No vayas a buscar el significante que te queda a la vuelta de tu casa. Si querés, reemplazá en el estribillo el nombre de María Cristina por el de María Alejandra o María Cecilia, igual rima.

Hoy para mí esa guaracha se me hace filosofía de emergencia ¿Qué pasa cuando hay que cumplir con una medida y se tiene una subjetividad disidente, bajo la figura del artista siempre en querella con el poder, o del inquisidor profesional como Fogwill cuando pulverizaba el discurso progre de los primeros años de la democracia, uniendo el ingenio a la mordacidad política, antes de perder la gracia en la repetición de bufonadas propias de lo que Ricardo Piglia llamaba un “Patricio Kelly de la literatura”? ¿Qué pasa cuando se es un intelectual crítico o un militante insurrecto por la deriva de su agrupación en el tejido de las alianzas y en detrimento de los ideales primeros? A ver, redondeando, Muchacho revolucionario que tenés bien sabidos tus ¿Que es el ser nacional?, tu La hora de los pueblos o tu América profunda ¡qué mal te cae la cuarentena! No equivale a acatar una orden de la conducción porque eso significa ser orgánico, ni a seguir en el partido burocratizado porque la pelea hay que darla desde adentro, ni a cumplir con las medidas de seguridad quedando encerrado en una casa guardada durante una militancia clandestina. Un poco de ilusión te dio que se organizara una marcha contra el comunismo, palabra que para la derecha de la post inteligencia implica subversiones varias, pero fracasó. Corona sí pero Cero mística. Para colmo el barbijo, parece una parodia del pasamontañas de Marcos. El virus no es nadie ni es nada pero puede matar. Y no sirve con él ningún arma (no es una guerra) sino el hogar dulce hogar si se lo tiene. Qué horror cuando una misma palabra, riesgo, sirve para hablar de una enfermedad y de el que se corre comprometiendo la libertad en el activismo político. Pero si lo inédito ha irrumpido, también la libertad puede tener otro sentido, el de acatar la medida de un presidente y que él redacta en primera persona del plural, entonces la libertad es guardarse en berbecho para la acción , en la reserva conspirativa del mientras tanto, con software libre, leyendo e interpretando incluso los llamados medios hegemónicos, que en sus entrelíneas está todo, como lo sabía Rodolfo Walsh ; esa libertad es también renunciar a esa otra libertad de salir a comprar que se ofrece como la golosinas de la bruja a Hansel y Gretel mientras la distancia social se vuelve literal con los paradores, los manicomios, las cárceles y las villas .

Para mí que la guaracha quería decir eso: Maria Cristina tenía razón y el sujeto de la canción coincidía con ella, con su gobierno, y esa era su vergüenza, por eso decidió hacerse el gracioso; pusilánime, no se animó a eludir lo que Rita Segato llama el mandato de masculinidad, (porque no quiero que diga la gente), el qué dirán de la gente, esa palabra que pasa por lavandina la palabra pueblo.