Sábado a la mañana. El sol anuncia una apacible jornada de otoño en la ciudad. Y muchas niñas y niños se preparan para disfrutar su primera salida recreativa, en plena cuarentena. Se autorizan en CABA, por primera vez desde el inicio del aislamiento, los paseos y salidas para las familias. Con indicaciones: solo pueden durar una hora, tienen que ser cerca de casa y les niñes tienen que estar acompañados por uno de sus padres, o un mayor a cargo. Las salidas serán en días pares o impares según corresponda por la terminación del DNI del adulto.

En algunos barrios capitalinos, la imagen de los niños caminando por las veredas renueva la energía de la ciudad. Hay pequeños que salen con sus mascotas, otros llevan un monopatín, otros se acercan a los patos en los bosques de Palermo para darles alimento. Todos usan barbijo. De colores, con dibujos animados, o garabateados con sus nombres. Todos van acompañados de un mayor. Miran, abren grandes sus ojos, están atentos. La ciudad los extraña. Y ellos cuentan, a este diario, que están “contentos por salir”. Pero también admiten, casi todos, que “por esto de la pandemia, es mejor quedarse en casa”. Que “no extrañan la escuela, pero sí a los compañeros”. Y los más grandes agregan, que esperan que “esto” pase pronto “para poder salir a jugar con los amigos”.

En el barrio de Almagro, la Feria de la Ciudad convoca a los vecinos en la plaza de Bulnes y Perón. “Yo vengo acá porque los negocios se avivaron y aumentaron todo”, cuenta un vecino que hace dos horas espera para ingresar a la cuadra donde los puestos despachan verduras, pan, fiambre, lácteos. No hay niños en la fila que dobla la manzana pero la salida recreativa ronda el ambiente. “Mis nietos están en Colegiales y hoy van a salir con mi hija, mañana con el papá, por el número de documento” explica una abuela que espera para comprar.

Una mujer camina con su hijo por la vereda. Detrás viene el papá, que advierte al equipo de Página/12: “No queremos fotos del niño ¡por favor!”. Sugerente advertencia cuando en verdad, lo que quizá no querrían es la foto familiar, ya que no deberían salir los dos padres con el niño. De otro edificio salen dos niños con la mamá. Todos usan barbijo. Llevan paquetes y una prepizza asoma de una bolsa de papel. “¿Van de pic-nic?”, pregunta la cronista. “Nooo… --responde la mamá--, los llevo con mi hermana porque voy a cerrar mi negocio, ya no puedo pagar el alquiler, voy a Once” agrega. Y saluda con complicidad.

La avenida Corrientes, en la cuadra del shopping que toma el nombre del viejo mercado de Abasto, tiene muy poco tránsito para una mañana de sábado. Y poca gente camina. En las calles aledañas se ven padres con niñes. En un garaje que da a la calle, detrás de una reja y disfrutando del sol, un padre cuida a sus cuatro hijos. No quiere hablar “porque hoy es shabat”, se disculpa. Lleva kipa, y es sábado. Sus hijes miran expectantes, sonríen. No usan barbijo porque “están en casa”. Y al despedirse, la más pequeña saluda con “codito”.

Plaza Las Heras

En la Plaza las Heras, esta apertura trajo a Clara de ocho años, con Esteban, su papá. “Yo estaba preparada desde ayer”, cuenta ella y agrega señalando el tapabocas: “Tengo el barbijo, con papel y todo, porque está bien que nos cuidemos, hay que cuidarnos”. La hija y el papá usan barbijo con refuerzo de papel. “La pandemia es un fenómeno… ¡inusitado! --subraya su papá-- y para tiempos de esta economía global, encadenada de un país a otro, es un sacudón tremendo. Pero las medidas son acertadas y nos van a permitir superarlo, poder atender a los enfermos más críticos, y será una oportunidad para todos para volver a la responsabilidad, porque podremos reactivar la economía si somos responsables y nos cuidamos todos”. Padre e hija se miran, se ríen y se alejan por la vereda “de vuelta a casa”, dicen.

Juan Cruz es proyectista y trabaja desde su casa. Bajo el brazo tiene el monopatín de Sofía, que salta con sus cuatro años por la vereda de la plaza. “Cerca y de la mano, Sofi”, le dice su papá cuando ella se aleja. “En casa es complicados porque mi esposa y yo trabajamos y ella no juega sola. Pero se la banca bastante bien. Cumplimos la cuarentena a rajatabla y la verdad, puedo laburar con ella colgando, literalmente”, cuenta Juan Cruz. Pero agrega que se le complica para estudiar. Está terminando una carrera universitaria. “Porque no es lo mismo leer y pensar que trabajar”, señala.

Sofía tiene seis años y Malena tres. Están con su tía abuela, que se apena “porque en el parque no están abiertos los juegos”. “Yo cumplí años, el 3 de abril --dice Sofía-- y no hubo cumpleaños… ¡pero hubo regalos!” Ideales para cuarentena: dos juegos de mesa. También recibió “un muñeco bebé que se puede sumergir”, cuenta admirada. Es desenvuelta y explica: “Mi otra hermana no pudo venir porque esta operada, por eso vinimos nostras y ahora quiero volver a casa a jugar con el muñeco bebé”.

Victoria es docente y vino con sus dos hijos, Santiago de nueve años y Manuel de cinco. Traen sus mascotas, dos perritos: Mateo y Tinto, cada uno con su correa. “Es un poco molesto usar barbijo” dice Santiago. Pero admite “como no es nada bueno esto de la pandemia, los usamos igual”. Victoria cuenta que hasta ayer, Manuel no quería salir “por temor al coronavirus”. Duda de la continuidad de la salida recreativa “porque hay mucha gente en la calle”, dice. Y aunque no hay tumultos ni aglomeraciones en la zona, ella plantea: “Todavía no tomamos conciencia y se nota, por el movimiento que hay en la ciudad y también por el intercambio con mis alumnos y sus familias, todavía no caímos”. Los niños quieren seguir. La charla ha terminado. El tiempo de la salida se usa para ir y venir por las veredas, “mirando la ciudad como si fuera la primera vez”, sugiere la mamá, al despedirse.

Los bosques de Palermo

En los bosques de Palermo hay muy poca gente para un sábado soleado. Podría decirse que la ciudadanía está atenta al control sanitario. Alejandro y su señora están con el pequeño Valentín, que trajo un monopatín e intenta dominarlo. Lo deja en el piso. Saca de un bolsillo una banana y antes de pelarla se da cuenta de que los gansos del lago también la vieron, la olieron y vienen hacia él. Pero la familia trajo a Lupe, una perrita que al ver la escena, corre para ahuyentar a las aves y proteger al niño. Los grandes ríen. Y el niño también.

Alejandro explica que para él “el tema es el respeto social y mantener la distancia, no ser imprudentes. Que la gente no se aproveche de la situación y no salga sin control. Nosotros nos guiamos por lo que dicen los noticieros y todas son alarmas. Los adultos entendemos pero a los chicos es difícil sacarlos y decirles: ‘no te toques, no te acerques’, y los padres no lo vivimos de la misma manera tampoco. La mamá está mucho más en contacto con él”. Pero se ponen de acuerdo en las medidas sanitarias “porque son cosas que siempre hicimos: el lavado de manos o incluso sacarnos los zapatos antes de entrar a casa. Lo hacemos siempre --puntualiza--, es costumbre y ahora viene muy bien”.

Los patos, los gansos y las gallaretas que andan por los bosques de Palermo cruzan las avenidas muy orondos y se deslizan por los lagos; viven de las algas que comen del estanque y del pasto de los bordes, cuenta un agente del Gobierno de la Ciudad que recorre el paseo en un carro-móvil con su compañero. Hoy su función es controlar que las personas “no anden en bici y que no vayan de a dos o más”, ni hablando ni caminando por el parque. “No está autorizado” les dicen a los que ven en grupo, conversando, y no son “familia”. “Hoy el parque está abierto sólo para la familia”, insiste.

A Marisa los agentes no le dicen nada porque ella está sola, con Valentino. Juntos atraen a los gansos blancos que se quedaron sin la banana de Valentín. Marisa saca una bolsita con el alimento y al abrirla, la bandada, de inmediato, se acerca. Su hijo de tres años deja el monopatín sobre el cordón de la vereda. “Lo estaciono acá” le dice. Y va por las semillas. “Las trajimos para darles a ellos porque sabemos que con tanta ausencia de gente, no están comiendo nada”, explica Marisa. Ella también les tira alimento a las aves.

Cuenta que “antes” venían todos los días “después del jardín de Valen. Esto era su comedor, su living”, dice señalando a su hijo y mirando al parque. “Esto era parte de nuestra casa, así eran todos los días, en la vida de antes”, explica con nostalgia. Por eso hoy “es un día especial” se alegra. Habla más fuerte. Se ríe. Lleva barbijo y no pierde de vista al niño. Cuenta que aunque respetan la cuarentena, a veces salen: “Porque vivimos solos y si tengo que ir al supermercado, no puedo dejarlo”.

Valentino cumplió tres años el 28 de abril. “El sufrió porque quería que estén los primos” recuerda su mamá. Pero no se queja. “Nosotros respetamos las medidas, la cuarentena está muy bien. Y hoy antes de salir, él mismo me pidió ponerse el barbijo”, cuenta Marisa. Deja de alimentar a las aves, que ya suman una docena, y explica que ante la excepcionalidad de la pandemia busca darle al niño herramientas que le permitan comprender los beneficios del “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, refuerza cada palabra. La influencia de la pandemia en el ánimo infantil “obviamente es variada, cambia cada día, pero lo llevamos bien”, sostiene. “Él entiende que hay que cuidarse y a veces no quiere salir, ni siquiera ir al súper, por el coronavirus, me dice. Hoy salió pegado a mí. Yo le dije: ‘Hijo mirá, estás muy pegado a mí’ y él me dice: ‘No mamá, es el coronavirus que anda por ahí’. Es chiquito sí ¡pero entiende todo!”.