Uno de los deportes que más ha sufrido con la sexualización de sus protagonistas ha sido el tenis, donde muchas jugadoras debieron lidiar con ese tema desde muy jóvenes. Un caso paradigmático resultó el de Anna Kournikova, la jugadora rusa que irrumpió en el circuito con 15 años y que en su primera aparición en el US Open llegó hasta la cuarta ronda, cuando cayó ante la consagrada Steffi Graf. Semifinalista de Wimbledon en 1997, Kournikova comenzó a ser menospreciada en su juego, casi en forma proporcional a que medios no ligados al tenis resaltaban su belleza. Incluso, comenzó en paralelo con su carrera de modelo. A pesar de que llegó a ser número ocho del mundo, la tenista se retiró muy joven sin ganar ningún título y se casó con el cantante español Enrique Iglesias, con quien tuvo tres hijos. 

Su caso podría emparentarse en la actualidad con la canadiense Eugenie Bouchard, que hace un lustro amenazaba con ser una potencial número uno, que se fue diluyendo a medida que los medios alababan su figura. En 2014, en su segunda temporada estabilizada en el circuito, Genie fue semifinalista en Australia y Roland Garros y finalista en Wimbledon, para subir hasta el quinto puesto del ranking. Pero desde entonces, cuando las revistas comenzaron a hacer hincapié en su "figura sexy", Bouchard ya nunca recuperó su nivel y, en 2019, perdió en tres primeras rondas y en una segunda en los cuatro Grand Slam.

Diferente fue la historia de Maria Sharapova, que supo lidiar con la presión de ser una tenista de elite y aprovechar su figura para modelar y ser la cara de grandes marcas. Creadora de su propios modelos de vestidos para jugar al tenis, la rusa mostró una personalidad avasallante para convertirse en un icono de belleza que no le impidió ganar cinco títulos de Grand Slam y ser la número uno del ranking mundial.